El cine nos transporta a. miles de paraísos diferentes en donde encontramos la solución a muchas de nuestras frustraciones y malos momentos. Tiene un poder especial de purificación anímica y trascendentalización de nuestra cotidianeidad. Si somos o nos sentimos pequeños el cine nos hace grandes, nos devuelve la autoestima, el amor propio, el narcisismo bien entendido. Con sólo ver una película el mundo es y nos parece más maravilloso, distinto, un tótem de posibilidades infinitas.
Podemos ser miles de personajes distintos. Podemos luchar a brazo partido como Mark Damascos o Jet Li. Podemos ser Indiana Jones corriendo las más increíbles aventuras sin despeinarnos, sin mover un solo músculo, sin perder la compostura en ningún momento, con la máxima frialdad, con mayúscula tensión positiva arrasadora de todos los males que nos puedan surgir.
Podemos ser Escarlata O´hara gritando que nunca más volveremos a pasar hambre y que siempre mañana será otro día, otras 24 horas para seguir viviendo y soñando, aliviando nuestras penas y despropósitos con la soltura y frescura de un Ret Butler a lo Clark Gable, al que todo finalmente le importa un comino.
En el cine podemos abrir la puerta del cielo con Michael Cimino y entrar en él y encontrar ángeles y demonios, ninfas, sílfides, náyades, oceánidas y otras. Y no hace falta creer en Dios para entrar en el cielo del cine. Basta con creer en el cielo del cine y ya está el milagro hecho.
En resumen: el cine es el remedio contra el veneno de la vida cotidiana, con y sin confinamiento, con o sin coranavirus, es un tremendo motivador de nuevas razones para vivir, una fuerza sobrehumana que nos dice que somos superhombres capaces de todas las maravillas que nos asaltan la mente. Viva el cine, que toda la vida es cine y los sueños cine son.
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