lunes, 2 de marzo de 2020

EL HOMBRE MÁS SOLO DEL MUNDO

El hombre más solo del mundo es cualquiera de nosotros que camina junto a la austera efigie de Antonio Machado. Ya sabéis que él siempre conversaba con el hombre que iba con él. Ese hombre era él mismo y su soledad, la soledad terrible de haber perdido al ser amado. La soledad de la pérdida, de la terrible pérdida que no tiene ya remedio, que el tiempo ha pasado arrasándolo todo. Apenas dejó un poco de aire para respirar, para seguir viviendo, subsistiendo en un mundo complejo al alcance de todas clase de almas.
Antonio Machado era el hombre más solo del mundo. Se le murió su joven mujer y se encontró frente a una soledad brutal. Había mucha diferencia de edad entre él y su compañera, pero la enfermedad y la muerte no conocen de edades y se lo llevan todo por delante cuando más necesario nos resulta aquello que perdemos.
Antonio se encontró solo ante el peligro, el peligro del desamor, de la soledad gigantesca que todo lo devora, que todo se lo lleva como las olas las huellas en la playa en cualquier caída de tarde de verano, cuando aún la estrella errante de aquel actor se debatía entre la vida y la muerte.
Antonio se fue a escribir su Campos de Castilla a Soria, a olvidar en una ciudad pequeña un dolor muy grande, a mitigar en la medida de lo imposible el amargor de la derrota. Porque un beso se da y es un triunfo, pero cuando no se puede es una tremenda derrota porque se ha perdido el tiempo, el miedo ha sustituido al deseo y éste ha quedado tocado para siempre como un coronavirus cualquiera. Es la soledad, lo que hace que el hombre se convierta en el ser más solo del mundo, el ser que deambula por las montañas como una abrupta brisa invernal que todo lo hiela. Soria y la sobriedad, sobria y la falta de emociones porque para qué seguir sufriendo. 
Antonio está lejos de todo ser querido, está lejos de su hermano y sus emociones se deshacen como un sobre de azúcar. Escribir para sobrevivir como puede y da clases de francés porque hay que subsistir. Porque la vida siempre continúa después de cada muerte. Cada muerte deja un reguero de emociones inútiles, de sinsabores que no se va a llevar ninguna tempestad. El escritor sin su compañera sólo puede seguir escribiendo, creando libros, dando consejos a los demás como si él tuviera la solución a algún problema real.
El poeta divaga con las palabras e imagina un amor nuevo. Vendrá su Doña Guiomar a aliviar sus últimos años, pero nadie sabrá quién es. Sólo quedarán las cartas de amor, los pequeños señuelos que se le ponen a la vida para que ésta quede atrapada en sí misma y pueda resucitar cuando hay algún problema.
La vida continúa en un poema, en cualquier texto escrito desde una distancia aparentemente fría. La soledad lo invade todo como un cáncer que acaba con carnes y huesos, y no deja nada salvo en el mejor de los casos unas pocas ganas de seguir viviendo. Y Antonio quiso seguir viviendo y amando, sin olvidar, porque el olvido sí que es una muerte dolorosa porque es en vida.
La muerte final nos deja en un olvido definitivo de nosotros mismos. Quedamos sólo en la memoria de los otros, en la memoria de todos aquellos que nos quisieron de alguna u otra manera, más o menos, con pasión o sin intensidad. Hay tantas formas de amar que resultaría prolijo definir cada clase de amor con las palabras acertadas y breves.
Antonio daba consejos a través de Juan de Mairena. Él había aprendido mucho de la vida y podía enseñar a los demás con una sabiduría sencilla, de andar por casa, de transmitir a los demás los elementos más básicos de la supervivencia.
El hombre más solo del mundo sigue hablando consigo mismo constantemente. Ya está muerto pero tiene vida especial para sobrevivir por encima de todo.
El hombre más solo del mundo sale adelante siempre en la otra vida porque allí no hay soledad. Están todos los espíritus que sobrevivieron a la muerte y dan una fuerza inmensa para vivir.
Antonio Machado era el hombre más solo del mundo, pero nos dejó libros para acompañarnos y no dejarnos nunca solos, huérfanos de palabras.

Gracias.

Salud y suerte.


José Cuadrado Morales


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