viernes, 6 de octubre de 2017

IR AL PSIQUIATRA

El 18 de abril de 1959 tuvo lugar un acontecimiento fundamental en mi vida, aunque aún no había yo nacido: se casaron mis padres. Decidieron irse a pasar la luna de miel a Asturias y les gustó tanto que decidieron quedarse a vivir allí, concretamente en la bella localidad de Avilés. Mi padre jugaba al fútbol por entonces y empezó a jugar en este equipo, además de trabajar en el oficio al que más tiempo dedicó a lo largo de su vida: camarero.
Hasta aquí todo bien. Pero pronto llegó la desgracia en forma de enfermedad pues el clima de Asturias (frío, nublado, lluvioso) afectó a mi padre hasta el punto que cayó malo de los nervios y tuvo que ir al psiquiatra. Le recomendó un cambio de clima, que volviera al sur, a Sevilla. Que el sol le sentaría mejor para su enfermedad, que omitiré porque no viene al caso, pero hay un ingrediente depresivo evidente.
Mis padres tuvieron que irse al Sur de nuevo como en la película El Sur de Víctor Erice: los personajes viven en un clima duro y están deseando irse al Sur, un lugar mitificado. Hicieron las maletas y se fueron a vivir a Sevilla y mi padre mejoró bastante, pero no del todo. Tenía que seguir yendo al psiquiatra, tomando medicación (que le cambiaban con frecuencia en esa rutina del ajuste de las medicinas) y trabajaba como camarero, aunque con frecuencia estaba de baja por su enfermedad. Asturias quedaba en el recuerdo como un mal acontecimiento. Desde entonces no puedo ver a Asturias. Supongo que como mucha gente no puede ver ahora mismo a Cataluña, pero éste es otro tema.

El 26 de agosto de 1961 tuvo lugar otro acontecimiento fundamental en mi vida: nací, ya estando mis padres de vuelta en Sevilla. Habían tenido en Asturias a mi hermana mayor. Yo me llevaba año y medio con ella. Sin mí esta historia de ir al psiquiatra no tendría ningún sentido tal y como yo la estoy planteando.
A los 7 años ya me sentí malo de lo nervios. Era muy pequeño y no sabía verbalizar muy bien todavía mis emociones y torpemente le decía a mis padres cómo me sentía. Ellos querían llevarme al psiquiatra, pero yo había visto padecer tanto a mi padre con los psiquiatras que me negaba en redondo a ello. No quería meterme en un mundo en el que si te metes ya no sales nunca como así ha sucedido.
Entonces decidieron llevarme a un neuropsiquiatra. No diré nombres, aunque éste en concreto ya ha fallecido. Parece que con eso me convencieron. Yo estaba entonces en parvulitos en el colegio y había experimentado ya mis primeras crisis de ansiedad y mis primeros arrebatos depresivos.
Recuerdo el día que entré en la consulta por primera vez. No se me olvidará. Aquella bata blanca me dio pánico. Lo relacionaba con un hospital, con un ingreso, con la misma muerte. Me puse peor y se lo dije a mis padres. Me llevaron algunas veces más al mismo neuropsiquiatra pero desistieron cuando vieron que no servía para nada. Yo no quería tomar medicación tan pequeño y creía que con mi única fuerza de voluntad podría salir adelante. Me equivocaba, pero entonces yo era muy pequeño como para saberlo.
Entonces mis padres decidieron llevarme definitivamente a un psiquiatra, concretamente de la Cruz Roja. Yo no quería, pero no tenía ni voluntad ni edad para oponerme. Todavía recuerdo su nombre a pesar del tiempo transcurrido. Recuerdo aquel pasillo frío de la Avenida de la Cruz Roja. Los tiempos de espera. El miedo. Cuando estaba delante de él no sabía qué decirle. Seguía costándome verbalizar lo que me ocurría y él tenía como norma no hablar si el paciente no hablaba. Así que llegó un momento en el que las sesiones se convertían en teatro del silencio. Ninguno de los dos hablaba. Hasta que llegamos al punto de que era imposible la relación y él la cortó. Se lo comunicó a mis padres y acabé mi relación con este psiquiatra.
Después lo intentaron de nuevo mis padres con un psiquiatra particular, que también recuerdo y que sigue trabajando en el Centro de Salud adonde voy actualmente para ver a mi psiquiatra. Con aquel psiquiatra aguanté varias sesiones. Llegó un punto en que me harté y me puse un poco violento verbalmente y me levanté e hice ademán de marcharme. Eso supuso mi sentencia porque él tenía la consulta en su casa y me dijo que en su casa nadie le levantaba la voz y literalmente me expulsó.
Terminó otra nueva aventura psiquiátrica. Pero mis padres no se dieron por vencidos y decidieron llevarme a un psiquiatra que había tratado a mis padres y le había ido muy bien. A éste le he perdido la pista. Trabajaba en el antiguo manicomio de Miraflores. Ir allí fue nefasto porque veía a los “locos” tirados por los suelos, matados por la medicación, cada uno con su particular problema. Estaban todos mezclados. Me recordaba la película Alguien voló sobre el nido del cuco. Me asusté. Pero el psiquiatra me causó buena impresión, pero yo no quería que me viera en aquel sitio porque no estaba tan mal como para estar entre personas que no tenían ni siquiera un control mediano de su razón. Y lo dejé.

Entonces tenía novia que padecía de esquizofrenia simple. El destino tiene estas cosas. Entonces mis padres hicieron el esfuerzo de llevarme al catedrático de psiquiatría de la Universidad de Sevilla, que no sé si sigue siéndolo. Tuve una sola sesión con él porque cobraba 25.000 pesetas y no quería que mis padres pagaran tanto por mí. Pero aproveché la sesión porque aprendí bastante. Me dijo, con respecto a mi novia esquizofrénica, que alguien que está mal no puede invertir energías en ayudar a alguien que está peor. Nunca lo olvidaré porque llevaba razón. Yo necesitaba mis fuerzas para mí y una pareja que me ayudara a tirar para adelante, no para absorber mis energías imprescindibles para sobrevivir.
Acabó otra aventura psiquiátrica. Ya yo era mayor de edad por supuesto y decidí ir a la Seguridad Social. Psiquiatra gratis. El problema era la masificación. Tenía 5 minutos como mucho para cada paciente y con ese tiempo no tenía yo para nada. Pero seguí con él. No tenía más ganas de cambio. A todo esto yo seguía negándome a tomar medicación. Me asustaban los prospectos. El psiquiatra, cuyo nombre recuerdo, me recordaba que no los leyera. Pero yo los leía y mi carácter hipocondríaco me echaba para atrás.

Pasó el tiempo y me cambiaron de psiquiatra, ya en un Centro de Salud Mental independiente del resto de especialistas. Allí conocí a un psiquiatra, ahora paradójicamente dado de baja por problemas nerviosos, que estuvo conmigo muchos años. No se cansaba de repetir que tenía que tomar medicación , que era lo único que me podría quitar la angustia tan grande que sentía. Me pasaba las sesiones llorando. A veces no podía ni hablar. Pero yo seguía leyendo los prospectos y sugestionándome. Así llegó el momento en que tuve que pasar Tribunal Médico y me dieron la Invalidez Permanente Total. Perdí mi empleo en la Junta de Andalucía y vivo desde entonces de mi pensión. Cuando este psiquiatra cayó malo tuve varios y me volví a sentir decepcionado porque no tenía una continuidad.
Hasta ahora, que estoy con una psiquiatra muy a gusto. Antes he de decir que perdí el miedo a la medicación y empecé a tomarla después del único ingreso que he tenido en mi vida. Dejé de leer los prospectos. Mi trabajo me costó. Mi psiquiatra actual respetó el tratamiento puesto en la Unidad de Día donde me ingresaron y hace pequeños reajustes de vez en cuando según mi ánimo fluctúe más o menos.
Estoy contento con mi psiquiatra actual. Una mujer. Pero estoy cansado de esta larga historia de psiquiatras resumida lo máximo posible en este artículo. Estoy cansado. Muy cansado. Contento pero cansado. Lo mío no sé si tendrá cura alguna vez. Yo lucho cuanto puedo. Pero no me olvido de vivir como dice mi psicóloga. Luchar sí, por supuesto, pero también y sobre todo vivir. Eso me lo digo todas las mañanas cuando cierro la puerta de casa y me voy a la calle: Lucha, Pepe, pero no te olvides de vivir. Al principio no entendía por qué mi psicóloga me decía que dejara de luchar siempre. Ahora la entiendo. No vale pasarse la vida luchando. Hay que vivir por encima de todo.

Y en eso estoy. Ahora vengo a la Ura y estoy muy a gusto aquí. Acabo de hacer relajación. Tengo informática. También pintura y una terapia nueva llamada Repyflec, que significa Resolución de Problemas y Flexibilidad Cognitiva. Estoy contento. Me siento más útil. Mi próxima novela la pasaré a limpio en ordenador aquí en la Ura y no en mi vieja Olivetti porque todo va hacia la informática y no puedo quedarme atrás.
He padecido mucho, pero de nada sirve lamentarse. De nada sirve mirar hacia atrás y quejarse. A mirar al ahora y al mañana, pero sobre todo al ahora. Tomo medicación por supuesto y me mantiene alejado de la angustia y bastante de la ansiedad, aunque de ésta no del todo. No tengo depresión. Tengo mis bajones anímicos normales creo en cualquier persona. Mi problema principal es el Trastorno Obsesivo Compulsivo. Es mi caballo de batalla diario. En eso estoy. Y en eso seguiré hasta que salga vencedor. Soy optimista. No queda otra. La historia dejada atrás es demasiado larga y no se puede olvidar, pero tampoco me puede condicionar mi vida presente. Lucharé, pero viviré. Es mi lema. Salud y suerte.


José Cuadrado Morales

7 comentarios:

jaime ramirez dijo...

BUENA HISTORIA LA DE LAS CONSULTAS PSIQUIÁTRICA, CADA UNO DE NOSOTROS TIENE UNA HISTORIA PARECIDA, CON LA DIFERENCIA DE QUE ES UN CONSULTORIO PRIVADO, EL SUYO, EL OTRO CONSULTORIO ES PUBLICO, DONDE ESTAMOS METIDOS TODOS NOSOTROS, GÚSTENOS O NO, ALLÍ ESTAREMOS POR EL RESTO DE NUESTRAS VIDAS,ES LA CALLE: SALUDOS.

unidaddiaerrenteria dijo...

Qué historia tan interesante, José. Que conciencia tan clara tenías desde pequeño, qué capacidad de aprender y de seguir adelante. Nunca ha sido fácil ir a la consulta de un psiquiatra, desde luego. Gracias por compartir y felicidades por tu trayectoria.

Blog Unidad Rehabilitación Salud Mental Hospital Macarena dijo...

Un relato muy interesante el tuyo .Supongo que hasta que los medicos no dan con la tecla se pasa una temporada malillo.Otra cosa es la meteorologia que como el tiempo no acompañe influye en los nervios. Ytambien nos tenemos que arropar con gente alegre. Te deseo quelleves lo mejor que puedas la enfermedad. Un abrazo muy fuerte.
YFC

Anónimo dijo...

Estimado Jaime Ramírez: gracias por tu comentario a mi artículo IR AL PSIQUIATRA. En él he intentado explorar todas las sensaciones que se experimentan al ir psiquiatra, desde la negación hasta la aceptación, los años que pasan yendo al psiquiatra, la toma de medicación y un montón de cosas que desarrollo en mi artículo. Cada uno tiene su propia enfermedad y en consecuencia su propia historia como tú cuentas en tu comentario, pero hay que tener fe para salir adelante y superar la enfermedad si no totalmente sí de una manera que nos permita vivir con comodidad y dignidad. Gracias. José Cuadrado.

Blog Unidad Rehabilitación Salud Mental Hospital Macarena dijo...

Queridos amigos de Rentería: siempre sois muy amables conmigo y muy generosos en vuestros comentarios. Veo que me tenéis en alta estima como yo a vosotros. El afecto es mutuo. Yo he intentado contar mi experiencia de ir al psiquiatra, del tiempo que ello conlleva, la toma de medicación y tantas cosas que toco en mi artículo. Nunca es fácil ir a un psiquiatra, pero llega el momento en que te acostumbras y puedes vivir perfectamente con ello. Siempre mis artículos destilan esperanza. Ésta no puede faltar en mi trabajos. Muchas gracias. José Cuadrado.

Anónimo dijo...

Queridos amigos de Salud Mental del Hospital Macarena: gracias por vuestro comentario a mi artículo Ir al psiquiatra. En él he intentado explicar lo que supone la visita a un psiquiatra, el tiempo que se puede estar yendo, la medicación y tantos otros temas relacionados con la salud mental.Buenos consejos los que dais en vuestro comentario que agradezco y los incorporaré a mis reflexiones personales. Muchas gracias. José Cuadrado.

jaime ramirez dijo...

GRACIAS POR SU REPUESTA OPORTUNA JOSE, MUCHA SU PREOCUPACIÓN POR ESTOS PACIENTES Y LO FELICITO DE VERDAD EL "mundo" debe de cambiar para vivir mejor con plena salud de todos nosotros.SALUDOS