jueves, 29 de noviembre de 2012

LA SENDA DE LA NORMALIDAD

Escribo este artículo como sugerencia de mi psicólogo, pero lo hago muy a gusto porque el tema es más que interesante. La senda de la normalidad es como la senda de los elefantes que recorren un camino prefijado hasta el lugar donde van a morir. Ellos andan un sendero fijo para morir cumpliendo una normalidad. Pero esta normalidad sería también como la senda de la vulgaridad porque nadie se rebela contra esa costumbre de morir en el mismo sitio todos los elefantes. Todo el mundo ha oído hablar de los cementerios de elefantes. Pues podrían alargar su vida sin necesidad de adelantar la muerte de esa forma tan mecánica.
Todos necesitamos una horas de luz, como diría el cineasta Manolo Matjí. Unas horas de luz para que nuestra vida no sea esa senda de vulgaridad, sino de excepcionalidad. Luchar contra la vulgaridad es una de las claves de la vida. Luchar contra la rutina y sus muchos defectos. La luz nos enseñaría caminos nuevos, como a los elefantes. Esas horas de luz nos indicarían el camino hacia el mundo de lo excepcional. Y esta excepcionalidad puede ser lo que en la película del mismo título, Horas de luz, el amor como fuente de inspiración  vital, como senda de optimismo hacia un universo distinto donde todo tiene sentido.
Cuando estamos mal caminamos por una senda de vulgaridad,  pero siempre podemos recordar el verso de Pablo Neruda: Otros días vendrán, que también nos remite a otro cineasta, Eduard Cortés, que puso ese verso de título a una de sus películas. Otros días vendrán y seremos distintos. Y en esos días que están por venir conseguiremos por fin entrar en la senda de la normalidad: el amor, la estabilidad emocional con uno mismo. Porque lo primero de todo es el amor propio, la autoestima, la relación equilibrada con nuestro propio ser. En la película eso es lo que pretende el protagonista: encontrar el amor y ser feliz. Eso es la normalidad: encontrar lo que a cada uno le haga feliz, sin más aditamentos ni cosas imprescindibles o necesarias.
Cuando hablo con mi hijo y le pregunto cómo está suele responderme: normal. Cuando le pregunto por los estudios me responde lo mismo: normal. Ésa es su normalidad. Él es feliz así con lo que otro considerarían vulgaridad porque su vida no tiene nada de excepcional en principio, salvo que consideremos a la felicidad como algo excepcional. La senda de normalidad de mi hijo también le lleva al amor con su pareja. Llevan cinco años juntos y lo van  celebrando poco a poco. Sale los viernes por la noche y de vez en cuando los sábados y es feliz con eso y ya está. En el amor él no entiende de dolor. Huye del dolor como de la peste. Eso me recuerda una película mejicana titulada Amor, dolor y viceversa. No se puede amar sin experimentar algún tipo de dolor. De ahí lo de viceversa. La clave de la vida empieza con el amor a uno mismo y esto puede privarnos del dolor que aparece como imprescindible si lo relacionamos con el universo de los sentimientos.
Vida y color es el título de otra película de Santiago Tabernero. En ella nos habla de lo difícil que es adaptarse a la vida en los suburbios, y yo diría de lo difícil que es adaptarse a la vida en general. A la vida hay que echarle color, el que sea, pero que nos identifique y nos produzca placer para que no pasemos por ella como seres inadvertidos. En esta falta de inadvertencia está también la senda de la normalidad unida a la vulgaridad. Tenemos que vivir intentando destacar en algo pero no para presumir, sino para dar un sentido superior a nuestra existencia. Es como la parábola de los talentos: tenemos que devolver a Dios los talentos dados pero multiplicados a la vez. Como decía Robert de Niro en la película dirigida por él Una historia del Bronx: no hay nada peor que el talento desperdiciado. Y ésta es una de las claves de la senda de la normalidad: exprimir los frutos que hemos recibido y llevarlos al final de la senda de los elefantes con nosotros a quienes nos los ha proporcionado.
¿Y cuál es la normalidad de un esquizofrénico, por ejemplo? Me remito a otra película de Xavier Villaverde titulada Trece campanadas. En ella el protagonista es un joven escultor esquizofrénico que en sus alucinaciones ve a su padre que le dirige en la realización de su obra para que te termine la suya no finalizada. Él deja la medicación y se pone mucho peor, violento, perverso, con tentaciones suicidas. Al final vence el fantasma de su padre sin tomar medicación, aunque sabe que debe tomársela. Y también lo salva el amor. Su normalidad es tomar la medicación y realizar sus obras escultóricas acompañado de su pareja. Ésta podría ser la pauta de normalidad de un esquizofrénico: las pastillas y una ocupación, la que sea, la que más le beneficie o más placer le produzca.
Y en este artículo un poco cinéfilo por las muchas referencias cinematográficas no podía faltar el título de la última película de Jean Reno: El chef, la receta de la felicidad. ¿Existe una receta para la felicidad? Es difícil ser feliz. Es difícil completamente. Todos tenemos momentos de dicha de los que no queremos ni podemos prescindir que nos facultan para  ser seres maravillosos por encima de nuestras trabas psicológicas o nuestras traumas de infancia. Tenemos derecho a que la senda de la normalidad sea la senda de la felicidad. Hemos nacido para eso: para ser felices. No podemos negar nuestras raíces ni asesinar nuestros futuros, sean los que sean.

El otro día me sentía fatal con la ansiedad y llamé a mi hermana. Le conté lo mal que me encontraba y me contestó con una obviedad: Tranquilo, normalidad. Para mi hermana la senda la normalidad pasa por el vencimiento de nuestras limitaciones, en este caso la ansiedad. Pero resulta muy difícil superar la ansiedad  cuando ésta se encuentra en su apogeo y nos machaca inmisericordemente. La ansiedad no tiene misericordia con quien la padece, por eso me cuesta tanto trabajo vivir y afrontar el día a día. La ansiedad me machaca enormemente y me cuesta mucho trabajo seguir adelante. Pero nadie ha dicho que la vida sea fácil. El juego de vivir es tremendamente duro. Está lleno de trampas. La vida es tramposa y hace lo que puede para que no podamos ir por la senda de la normalidad. Y ahora hablo estrictamente de equilibrio psicológico, de equilibrio interior, de armonía con nuestras facultades. Ésa es ni normalidad: la ausencia de ansiedad o la aceptación de la ansiedad como mal menor que es otra forma de afrontar el problema. Algo así como lo de si no puedes vencer a tu enemigo únete a él. Y llegar incluso a decir pues me gusta la ansiedad o no es tan mala conmigo o tiene sus caras positivas. La ansiedad me mantiene en alerta frente a la vida, aunque hace que la vida no sea fácil. Pero no podemos pecar de quejitas. Como decía una psicóloga que tuve de vez en cuando tenemos que decir que estamos bien aunque no sea cierto para que así lleguemos a estar bien. Estoy bien, estoy bien, que esa frase suene fuerte en nuestros adentros hasta que nos lo creamos. Es una estrategia de la mentira, la senda de la falsedad, pero un falsedad positiva. En este caso se igualan normalidad y mentira, pero es necesario para vivir, para tirar hacia delante, para conservar intacta la esperanza como mejor podamos tenerla. La esperanza, ésa a la que tanto me refiero en nis artículos porque sin ella estamos acabados.
La senda de la normalidad nos lleva a ser felices, por muy vulgar que pueda ser. La felicidad no es vulgar, aunque pueda llegar a ser tremendamente simple. La normalidad nos da de comer al alma y nos advierte de los peligros que la atacan antes de que puedan hacernos daño. La normalidad es el impulso de vivir, las ganas de seguir adelante por mal que nos encontremos. Si hay un día malo o muy malo, lo bueno es que después viene otro que puede sorprendernos y darnos algo que nos llene. Día a día, ésa es la clave para vivir con una enfermedad mental. La filosofía del instante, de la ausencia de tiempo futuro en el tiempo presente, sin que se anule el futuro. Pero vivir al día, tal como somos, intentando modificar las cosas negativas o las cosas que nos producen alguna molestia o dolor.
Nadie ha dicho que la senda de la normalidad sea fácil. Al contrario: está llena de adversidades, de cosas que no nos gustan. Pero tenemos que ser fuertes y adentrarnos en el mundo del autopoder, de lo que sabemos hacer aunque en principio no lo sepamos. En los momentos difíciles es cuando más fuerza podemos extraer de nosotros mismos. Somos más fuertes de lo que creemos. Y esa fortaleza interior nos debe ayudar a seguir adelante cuando más seguros estemos de que no podemos dar un paso más. Siempre se puede dar un paso más, hasta que el elefante llega a su destino y se detiene para siempre. Ya sólo veremos su esqueleto y punto. Pues hasta que llegue ese punto y final tenemos que ser luchadores, victoriosos sobre todo lo que nos incapacite o produzca algún tipo de parálisis. Si lo normal es ser feliz debemos seguir la senda de la normalidad porque ella nos llevará a los mejores lugares hasta que acabemos como los elefantes, poniendo el punto final a nuestra existencia cuando menos lo esperemos, sin previsibilidad ninguna. Nadie sabe el día que va a morir. No somos elefantes. Por eso dejar de luchar es absurdo porque podemos adelantar nuestra muerte y eso va contra la propia naturaleza del ser humano. Luchemos, aunque nos cueste la misma vida. Pero así conseguiremos la ansiada senda de la normalidad.

José Cuadrado Morales

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