
Lo que más me impactó fueron unos versos que decoraban la estancia más sencilla. Eran estos: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”. Me llegaron al al

Nada te turbe. Nada nos debe inquietar, debemos estar tranquilos ante la adversidad, impedir que nuestra alma se desmorone ante la más pequeña perforación de nuestra capacidad de resistencia en la vida. Nada te espante. Nada debe provocarnos miedo. Tenemos que seguir adelante siempre, por el camino recto y adecuado, con una fuerza de espíritu tremenda. Si es necesario usamos las fuerzas de flaqueza, ésas que están en la reserva de nuestra alma para los momentos más difíciles de nuestra existencia. Nada debe romper nuestro equilibrio interior. Debemos apoyarnos en él, que es tanto como decir apoyarnos en nosotros mismos, sin que la debilidad se cebe con nosotros.
Todo

Dios no se muda. Él siempre permanece inmutable. Es lo único que siempre permanece igual y por eso es digno merecedor de nuestra confianza. Confiamos en él porque está siempre alerta a nuestras necesidades. Santa Teresa lo experimentó claramente en sus momentos de éxtasis, casos extremos de necesidad. Él siempre es digno de nuestra confianza porque nunca nos va a fallar. Es el amigo ideal. Él escucha nuestras oraciones y en ellas m

La paciencia todo lo alcanza. Tener paciencia es poseer una de las mayores virtudes que se pueden tener. Paciencia para superar las adversidades, para esperar que el tiempo pase y cure nuestras heridas. Paciencia para ser comprensivos con todo, empezando por nosotros mismos que somos lo más importante para nosotros mismos. La paciencia es la madre de la ciencia, se suele decir. Es la madre de nuestra vida y debe ser la guía que nos conduzca por los mejores caminos.
Quien a Dios tiene nada le falta. Quien tiene a Dios posee el mayor tesoro posible. Es el amigo ideal que siempre está con nosotros y nunca nos falla aunque muchas veces nos desesperemos y creamos que nos ha fallado. Sencillamente nos pone a prueba y pone a prueba al mismo a nuestra fe. Ésta debe ser sólida para superar las crisis que como seres humanos corrientes sufrimos. La fe sólida nos da unas fuerzas tremendas para luchar y no caer en tentaciones vanas y banales.

Sólo Dios basta. Cuando todo el mundo nos falla Él está ahí, en el mismo lugar de nuestro corazón, haciendo bueno el principio de la ubicuidad. Él está en todas partes y nos acompaña siempre aunque no queramos. Es nuestro auténtico ángel de la guarda, nuestro protector, nuestro padre. A Él le dedico este artículo en el Día del Padre porque es el padre de todos nosotros y nosotros somos sus hijos, algunos heridos por el rayo de la mística como Santa Teresa, una hermana entre hermanas.
Valgan estos simples comentarios sobre los versos que de Santa Teresa vi en su casa natal en Ávila. Podría profundizar más, pero no es necesario para dejarnos penetrar por la fuerza de sus versos. Su sencillez es digna de la más grande de las poetas místicas. He querido acordarme de ella en este Día del Padre, yo que lo soy. Que siempre Dios esté con nosotros y no nos falle nunca. Eso espero y eso os deseo.
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