
Al poco tiempo se veía llegar a lo lejos el autobús. Nicolás consumía las últimas caladas de su cigarrillo y sacaba de la cartera el bonobús. Al subirse, como tantas veces lo había hecho en la línea del 12, no sabía lo que le esperaba. Entonces entró con normalidad, buscó un asiento libre, como tantas veces lo había hecho, y se sentó a esperar la parada con naturalidad. Miró a los pasajeros, a unos se les veía claro que venían de currar, otros iban de paseo, ancianos, que Nicolás se preguntaba como tenían el valor de subirse en el autobús con tan avanzada edad y después, de repente, sin q

- “Las ánforas vienen de los antiguos enterramientos griegos, eran huecas por dentro. Si era un hombre, la boca era más ancha y el grosor del ánfora iba de mayor a menor, imitando el torso de un hombre. Si por el contrario era una mujer, el ánfora iba con la boca más estrecha e iba de menor a mayor, imitando las caderas femeninas”.


Las paradas se iban sucediendo, ni ella se bajaba ni él tampoco. Aún no estaba todo perdido, pero le faltaba el valor de acercarse a ella. Otra parada y ambos seguían montados en el autobús. Nicolás tenía el papel con el número de teléfono en la mano pero no se decidía. Hasta que llegó la catástrofe, ella se bajó, Nicolás se quedó helado. Había perdido la oportunidad de conocer a la que probablemente fuese la mujer de sus sueños. Entonces rompió el papel en pedazos, tal como si rompiera su corazón. Jamás coincidiría mas con esa chica, ese era su destino.
LA PLUMA NEGRA
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