En la parada, consumía un cigarrillo rubio a la vez que esperaba la llegada del autobús. Los minutos pasaban y el autobús no llegaba, se retrasaba. -¡No se puede depender del transporte público para un trabajo, para una cita! -Pensaba Nicolás mientras seguía dándole caladas al Wisnton que fumaba. -¡Menos mal que no tengo prisa!
Al poco tiempo se veía llegar a lo lejos el autobús. Nicolás consumía las últimas caladas de su cigarrillo y sacaba de la cartera el bonobús. Al subirse, como tantas veces lo había hecho en la línea del 12, no sabía lo que le esperaba. Entonces entró con normalidad, buscó un asiento libre, como tantas veces lo había hecho, y se sentó a esperar la parada con naturalidad. Miró a los pasajeros, a unos se les veía claro que venían de currar, otros iban de paseo, ancianos, que Nicolás se preguntaba como tenían el valor de subirse en el autobús con tan avanzada edad y después, de repente, sin querer, se fijó en dos chicas normales. Al principio no les llamo mucho la atención pero no pudo evitar escuchar de lo que hablaban.
- “Las ánforas vienen de los antiguos enterramientos griegos, eran huecas por dentro. Si era un hombre, la boca era más ancha y el grosor del ánfora iba de mayor a menor, imitando el torso de un hombre. Si por el contrario era una mujer, el ánfora iba con la boca más estrecha e iba de menor a mayor, imitando las caderas femeninas”.
Nicolás no pudo resistirse. Esa chica era especial. Tenía un atractivo diferente al resto de las demás mujeres, sin sobresalir por su belleza ni nada más. Simplemente destacaba a los ojos de Nicolás por lo que era, una chica sencilla. No podía dejar de mirarla y ella se dio cuenta. Nicolás se puso rojo como un tomate y la chica tenía en la cara la impresión de algo así como -¿Por qué me mira tanto este?-. Nicolás andaba deseoso de decirle que había sido un amor a primera vista., un flechazo. Sabía que ella se reiría y quedaría como un estúpido. De repente cayó en la cuenta de que llevaba un papel y boli. Podía escribir su número de teléfono, podía escribir su móvil y decirle que si algún día le apetecía tomar un café que le llamase. Ni corto ni perezoso sacó papel y lápiz y escribió su número de móvil. Ahora venía lo mas difícil, dárselo sin que lo tomase por loco. No tenía la mas remota idea de cómo dárselo si directamente o de una forma teatral y graciosa que despertara simpatía en ella.
Las paradas se iban sucediendo, ni ella se bajaba ni él tampoco. Aún no estaba todo perdido, pero le faltaba el valor de acercarse a ella. Otra parada y ambos seguían montados en el autobús. Nicolás tenía el papel con el número de teléfono en la mano pero no se decidía. Hasta que llegó la catástrofe, ella se bajó, Nicolás se quedó helado. Había perdido la oportunidad de conocer a la que probablemente fuese la mujer de sus sueños. Entonces rompió el papel en pedazos, tal como si rompiera su corazón. Jamás coincidiría mas con esa chica, ese era su destino.
LA PLUMA NEGRA
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