jueves, 12 de marzo de 2015

MI MADRE

Hay artículos para los que no necesito guión previo, un esquema para guiarme en la redacción de los trabajos. Están escritos en el alma, en el cerebro, en la vida entera. Es el caso del artículo que nos ocupa hoy dedicado a mi madre, de cuyo fallecimiento se cumplen ahora seis años. Parece que fue ayer, pero el tiempo ha pasado inexorablemente.
Mi madre fue una mujer excepcional que no se mereció el final que tuvo: enferma de Parkinson y de una demencia compatible con la enfermedad de Alzheimer. Acabó por no reconocer ni a sus propios hijos. Ella hablaba sin parar, normalmente de cosas del pasado, de cuando era niña y estaba en su pueblo Villanueva del Ariscal. Tenía la razón perdida y era muy triste ver cómo no podía mantener una conversación normal. Yo la sacaba a pasear en una silla de ruedas. La llevaba al parque más cercano a casa y ella se distraía. La llevaba también a los comercios para que viera cosas y se distrajera y parece que se sentía muy feliz y que por momentos tenía un poco más de lucidez. De repente empeoró y perdió el sentido y ya no lo recuperó y murió. Fue en casa de mi hermana pequeña. Antes había estado en casa de mi hermana mayor. Y antes en mi propia casa. A medida que iba empeorando iba cambiando de hogar. Ella decía que no tenía hogar propio y estaba obsesionado con eso.

La llevamos a muchos médicos, tanto de la Seguridad Social como privados y como sus enfermedades no tenían cura los médicos se dedicaba a mandarle pastillas en distintas combinaciones. Estaban jugando casi con ella, experimentando dado lo incurable de su estado. Ahora casi me arrepiento de tanto médico y tanta medicación. Hubiera preferido que muriera antes pero conservando todavía la razón y el buen juicio.
Me tuvo un 26 de agosto de 1961 y desde entonces tuvo una enorme paciencia conmigo. Yo berreaba en la cuna y me tenía que coger en brazos casi todo el tiempo. Era una pesadilla para mis padres por las noches porque no los dejaba dormir hasta que me tuvieron que poner con ellos en su cama para poder dormir todos. Así estuve hasta que fui bastante mayorcito. Después a mi hijo le pasaría conmigo lo mismo y dormiría conmigo hasta que fue bastante mayor.

Recuerdo que era muy malo comiendo y mi madre tenía que subirme a la azotea y sentarme en el petril haciendo que mirara a la calle para distraerme y así poder darme de comer. Era la única manera que tenía de que comiera algo. Yo había tomado pecho primero sin problemas, pero después la comida sólida la rechazaba y tenía que estar en el pretil de la azotea para poder ingerir alimentos.
Ella luchó siempre, y le hago este breve homenaje con este artículo, por mí, por mi educación. Me llevó al mejor colegio privado,  el de la Salle de la calle San Luis, de los hermanos lasalianos. Era de pago y trabajaba limpiando casas para poder pagarme los estudios. Y también trabajaba en  esas casas para sacar a la familia adelante porque mi padre estaba casi siempre enfermo de los nervios. Contrajo la enfermedad en Asturias, donde se fueron en viaje de novios y se quedaron a vivir, pero el clima le afectaba mucho a mi padre y se tuvieron que volver para Sevilla. Mi hermana mayor casi es asturiana porque mis padres se volvieron en diciembre y mi hermana nació el mes de febrero. Yo mismo podría haber sido asturiano, pero la enfermedad de mi padre condicionó siempre a mi madre.

Mi madre hacía otras tareas como vender pescado por las casas. Era una luchadora tenaz, sin límite, con un valor descomunal para su época y yo la admiro profundamente por ello. Después también me pagó el mejor instituto de todos, San Isidoro, donde hice el Bachillerato y el COU. Después me pagó la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de Sevilla donde estudiaba Periodismo y Filología Hispánica respectivamente, hasta que caí enfermo de los nervios como mi padre y tuve que dejar de estudiar. Pero ella siempre estaba ahí, comprendiéndome, dándome ánimos, confortándome, dándome fuerzas para seguir adelante.
Llevó con enorme entereza su enfermedad de artritis reumatoide, que le procuraban unos dolores tremendos. Siempre temió la vejez y después el tiempo le dio la razón con las dos terribles enfermedades que Dios le envió. A mí me pasa lo mismo, que tengo miedo de la vejez y eso que sólo tengo 53 años pero ya pienso en ella como le obsesionaba a mi madre.
Creo que no fui el hijo más cariñoso del mundo. Mi madre merecía más afecto y yo no supe dárselo. Ahora me pasa lo mismo con mi hijo, que tampoco es muy cariñoso conmigo. Quizás también se arrepienta de ello alguna vez, cuando tenga un hijo que tampoco sea cariñoso con él. Supongo que va con la edad, con las épocas de la vida, con los miedos a mostrar los afectos que efectivamente se sienten pero no se demuestran como es debido.
Mi madre era un poco posesiva conmigo, demasiado protectora. Siempre  estaba excesivamente pendiente de mí. Es lo único que digamos puedo reprocharle. Cuando me iba a mis viajes a Madrid por ejemplo tenía que llamarla todos los días para que supiera que yo me encontraba bien. Cuando salía con una chica me pedía que la llamara porque temía que me hicieran daño. El tiempo le dio la razón porque no he tenido mucha suerte con las mujeres. Estoy divorciado y ahora mismo no tengo pareja, sólo amigas y nada más. Pero ella insistía siempre en que la llamara desde una cabina o después desde el teléfono móvil. Precisamente cuando tuve teléfono móvil era ella quien me llamaba con frecuencia para saber cómo me encontraba. A mí me molestaba de vez en cuando, pero ahora comprendo   que era su forma de amar y la quiero mucho por ello.

Cuando murió me tuvieron que ingresar en la Unidad de Psiquiatría del Hospital Virgen Macarena, también porque coincidió con el abandono de una mujer con la que vivía. Es la única vez que he estado ingresado en Psiquiatría y espero que sea la última porque no fue una buena experiencia, pero en fin ya tengo algo más que contar. El psiquiatra me ayudó cuanto pudo para superar la muerte de mi madre y hoy ya lo he superado por completo y la sigo queriendo esté donde esté. Reconozco que no voy nunca al cementerio porque no creo en los enterramientos, prefiero la incineración. Rezo por ella y el sitio donde Dios la tenga. Sé que está en un sitio donde es feliz y donde ha recibido la recompensa por tantos sacrificios como hizo en vida.

Siempre estuvo enamorada de mi padre y le ayudó mucho en sus problemas de nervios y también en su problema con la dipsomanía. Mi padre consiguió abandonar el alcohol y volvió a trabajar con normalidad. Mi madre también me ayudó cuando yo empecé a beber para olvidar el dolor que me produjo el divorcio. Yo también dejé el alcohol definitivamente un 14 de febrero de hace quince años. No he vuelto a probarlo. Y no lo probaré nunca más.
Mi madre se merece este artículo y muchos artículos más. Fue una mujer básicamente buena como diría Antonio Machado. Tenía un corazón muy grande que daba amor a mi padre, a mí y a mis dos hermanas y a más gente. A ella la quería todo el mundo porque nunca hizo daño a nadie.
Yo conviví con ella mucho tiempo. Antes de casarme y después del divorcio. Fueron muchos los años que compartimos y en los que debí mostrarle más afecto del que realmente le di. Pero ya no tiene remedio. Ya sólo espero que nos encontremos en el sitio donde esté ahora mismo y entonces pueda compensar mi falta de afecto y le dé todo el cariño que no supe darle en vida.

Esto es para ti mamá, una muestra gratuita de afecto del mucho que te mereces. Sirvan estas palabras para recordarte y para decirle a todo el mundo que te quiero y que te echo de menos, y que todos los días miro la foto que tengo de ti en mi casa que me acompaña continuamente. Cuídate mucho allá donde estés y recuerda que te debo mucho, todo cuanto soy porque tú me diste entre otras cosas la capacidad de amar y la inteligencia. Siempre estuviste al lado de papá y eso te lo agradezco porque sabes que yo también lo quería mucho. Es una pena tener que esperar a la muerte para darnos cuenta de que no damos lo suficiente en vida, que somos unos tacaños de afecto, todo lo contrario de lo que eras tú.
Cuídate mucho y espérame. Ya me reuniré contigo. Salud y suerte.


José Cuadrado Morales

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