Todos tomamos decisiones. De
hecho somos hijos de nuestras decisiones, pero no siempre las consecuencias son
positivas y sobreviene el arrepentimiento que en muchas ocasiones llega
demasiado tarde y a veces ya no sirve para nada salvo para torturarnos. Otras
veces el arrepentimiento es válido porque sirve para situaciones similares en
las que hemos obrado equivocadamente y podemos entonces rectificar. A veces el
arrepentimiento es un atenuante en las condenas de los jueces. Otras veces el
arrepentimiento nos enseña a madurar como personas. Yo he estado esta última
quincena pensando sobre las cosas de las que me puedo arrepentir y el resultado
es este artículo. Quede claro que no me arrepiento de nada aunque me arrepienta
y es que este tema tiene mucho de contradicción por lo que dije al principio:
porque somos hijos de nuestras decisiones.
Me arrepiento de no haber
terminado las dos carreras universitarias que estaba cursando. Primero la
carrera de Ciencias de la
Información, rama de Periodismo, en la Universidad
Complutense de Madrid. Segundo la carrera de Filología
Hispánica en la
Universidad de Sevilla. La primera la dejé cuando iba a pasar
de segundo a tercer curso. La segunda la dejé cuando iba a pasar de primer
curso al segundo. No es tarde para retomarlas, pero ya tengo 52 años y mi vida
ha tomado un rumbo distinto al que yo hubiera querido. Mi deseo periodístico
queda satisfecho con los artículos que escribo aquí cada quince días y las
críticas de cine que hago también cada quince días. También he trabajado como
periodista en diversos medios como
El Correo de Andalucía, Nueva Andalucía, Nas
de Barraca…Sant Boi, Radio Andalucía, Radio Manantial, Radio Guadalquivir, etc…
Respecto a la Filología Hispánica
me siento satisfecho con mi labor de escritor con la que desarrollo todos mis
conocimientos filológicos. Aparte soy muy autodidacta.
Me arrepiento profundamente
de todo el sufrimiento que he padecido por la separación de mi hijo cuando el
divorcio. Podría haber hecho las mismas cosas que he hecho sin haber sufrido
tanto. Al final mi hijo es un hombre de 24 años que estudia dos carreras,
Administración y Dirección de Empresas y Derecho, es feliz, tiene una novia de
más de 6 años, tiene previsto hacer un master y el doctorado, tiene pensado
casarse y tener hijos, etc… Es decir, es una persona equilibrada y en gran
parte lo es por mí porque le he dedicado todo el tiempo que he podido desde que
me separé de él cuando tenía sólo dos añitos. Su madre y yo creo que lo hemos
hecho bastante bien y ha salido un hombre bastante equilibrado, que era lo que
a mí me preocupaba. Pero no era necesario que yo haya sufrido tanto.
Me arrepiento parcialmente de
haberme casado, pero no por el matrimonio en sí porque yo estaba profundamente
enamorado y me consta que mi ex mujer también lo estaba, sino por el divorcio y
todas las consecuencias negativas que me trajo y todo el inmenso dolor. No se
cumplieron las palabras del cura: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza
y en la pobreza, hasta que la muerte os separe. Nos separaron muchas cosas,
sobre todo la enfermedad mental que yo padecía y que ella no estaba dispuesta a
soportar. Para qué casarse si al final el amor termina como decía mi abogado
matrimonialista. Ojalá las cosas fueran siempre como el título de la serie de
Antena 3 Amar es para siempre.
Me arrepiento profundamente
de no haber expresado a mis padres todo el cariño que ellos se merecían. Era un
buen hijo, pero poco expresivo emocionalmente, sobre todo con mi padre, que
padecía también una enfermedad mental como yo. Murió muy joven, con 61 años,
sin haber tenido todo el amor que merecía. Con mi madre fui más generoso, sobre
todo cuando cayó enferma de Alzheimer y Parkinson. Entonces sí le mostraba todo
el afecto del mundo. La llevaba al teatro, a espectáculos musicales, le daba
besos, le decía que la quería, etc… Pero cuando estaba buena no fui tan buen
hijo y eso me duele enormemente. Tal vez por la misma razón mi hijo es ahora
bastante frío conmigo, lo cual no quiere decir en absoluto que no me quiera.
Me arrepiento profundamente
de haber atentado en diversas ocasiones contra mi cuerpo. Tengo numerosas
cicatrices que dan fe de ello. Aquí el arrepentimiento es positivo porque puedo
jurar que nunca más le haré daño a mi cuerpo porque lo considero una indignidad
y no me lo merezco. Es como añadir más dolor al dolor que ya vivo, lo cual es
incluso absurdo. Yo jamás me he intentado suicidar y jamás me suicidaré. Si lo hubiera intentado
no habría fallado porque no creo en los suicidas frustrados. Quien quiere
suicidarse de verdad lo hace sin error alguno.
Me arrepiento de momento de
no haber publicado todavía una novela. Tengo dos proyectos empezados, que son
Monólogo en clave neurótica y El corazón de Procopio Boñiga. El primero es un
monólogo interior libre sin puntos, comas ni ningún otro signo de puntuación
sobre un hombre que va perdiendo la razón a medida que va avanzando el libro.
El segundo es la historia de un hombre y su relación con los psiquiatras. Esto
tiene arreglo: parar con la poesía y terminar una novela. Necesito comprarme un
ordenador para poder ir más deprisa. Aquí el arrepentimiento es fácilmente
subsanable.
Me arrepiento de no haber
publicado un libro de poesía durante 16 años. Desde 1990 que publiqué Brevísimo
paseo por mi vida hasta el 2006 que publiqué Micropoemas estuve sin publicar.
Me dediqué sobre todo a mi hijo, aunque no dejaba de escribir, pero no me metía
en publicar un libro porque eso conlleva muchos meses de trabajo. Ya en 2006,
cuando mi hijo tenía 16 años, decidí publicar un libro cada año. Desde 2006
hasta hoy, 2014, he publicado 8 libros. Voy cumpliendo la promesa hecha a mí
mismo: un libro al año. Ahora acaba de salir el libro número 12, Rosa de vida,
y ya preparo el 13, Tuétanos odiantes, un libro muy distinto a todos los que he
publicado hasta ahora.
Me arrepiento profundamente
de haber vendido la casa de la calle Lira donde nací. Era mi refugio, mi sitio
privado, mi mansión. Ahí me sentía muy feliz y a gusto, mucho más que en mi
casa actual de la calle Manzana, aunque cada vez me siento más a gusto en esta
calle. La casa de Lira la tuve que vender porque necesitaba muchos arreglos y
no tenía dinero para ello. Además estaban mis dos hermanas, copropietarias de
la casa, que quería que la vendiésemos porque necesitaban dinero. Yo hubiera
vendido la casa donde vivo ahora y hubiera pagado las reparaciones de Lira,
pero no tenía dinero suficiente para dar a mis hermanas el dinero de la parte
de la casa que les correspondía. En fin. Ya no tiene remedio, pero echo mucho
de menos mi casa, un sitio que era mi cómplice absoluto. Pero insisto en que
cada vez le voy cogiendo más cariño a la casa de la calle Manzana donde llevo
viviendo desde mi divorcio hace ya 22 años.
Me arrepiento de las
relaciones rotas con las mujeres con las que he estado porque muchas eran
buenas y podían haberme dado más felicidad, pero unas veces por una razón y
otras veces por otra acababan terminando. La que más me duele de haberla roto
era con la chica con la que estaba cuando conocí a la que sería mi esposa.
Estaba muy a gusto con ella, pero mi esposa tuvo mucha fuerza para que rompiera
la relación. Teníamos proyecto de matrimonio. Incluso habíamos pensado ya en el
nombre de nuestra posible hija, María del Amor. Nunca sabré qué hubiera pasado de
haberme quedado con ella y no haberme ido con la que sería mi esposa. Ya no se
puede hacer nada.
En fin: la lista es más
larga, pero con esto creo que es
suficiente para dar una visual sobre mis arrepentimientos. No estoy
traumatizado por ninguno de ellos porque ya he sufrido bastante y ya he pasado
lo peores momentos. Ya veo la vida desde los 52 años y pienso en que tengo que
aprovechar bien los años que me quedan por vivir para no perder el tiempo.
Intento tomar mis decisiones con más tranquilidad, más reflexivamente, sin
prisas.
Ahora no tengo ganas de estar con ninguna mujer, con mi hijo llevo una
relación distante pero cercana al mismo tiempo, escribo poesía y pienso
publicar mis novelas, rezo todos los días a mis padres y a Dios, etc… He
limpiado mi cabeza de traumas y angustias. Tengo bastante con la ansiedad que
me provoca vivir y no quiero ocasionarme mayor número de problemas de los
necesarios, de los que pueda verdaderamente soportar. Lucho por ser mi amigo,
mi compañero, mi cómplice e intento aplicar la famosa frase del Evangelio: ama
al prójimo como a ti mismo. Creo que no me he amado lo suficiente hasta ahora y
que tengo que dedicar más tiempo a ello. Lo voy a hacer seguro. Lo puedo jurar.
Mi vida soy yo y mi Literatura. Después están las personas que son importantes
para mí, pero primero estoy yo. Si no me quiero, no puedo querer a nadie. Esto
lo he aprendido claramente con el paso de los años. Es fundamental.
Yo os lanzo este mensaje: que
os améis primero a vosotros para evitar posibles arrepentimientos porque así
podréis tomar decisiones más acertadas. La vida es muy corta, más de lo que podamos
creer. Yo me pregunto si he hecho todo lo que debía en los 52 años de vida que
llevo. Sé que tengo que valorar más el tiempo que me queda por vivir.
Como
decía John Fitzgerald Kennedy el cambio es la vida. No podemos quedarnos en el
pasado y el presente. Tenemos que pensar en el futuro y dar valor al tiempo que
nos queda por vivir. Pues yo doy más importancia como dice este político al
tiempo por vivir que al tiempo vivido. Quiero aprovecharme mejor. Por eso busco
cada día estar más en paz conmigo mismo. Ser más mi amigo, mi compinche, ese
cómplice que todos tenemos y necesitamos. Pero yo no quiero que el cómplice
esté fuera de mí. Quiero ser yo mismo.
Con este mensaje de optimismo me despido por hoy. Salud y suerte.
José Cuadrado Morales
3 comentarios:
Buenos aprendizajes que permiten seguir hacia adelante. Gracias por compartir tu historia con los que ya somos habituales lectores de vuestro blog
Gracias
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