lunes, 25 de octubre de 2021

EL HOMBRE QUE QUISO CREER EN LA AMISTAD

 Iba de fracaso en fracaso, y de nuevo como siempre otra vez la soledad era la única y leal compañera. A pesar de todo, su idealismo seguía imaginando que por fin encontraría esos amigos que le alegrasen y por los que podría sentir seguridad en su vida. Pero no, eso no ocurría, los desengaños se desencadenaban uno tras otro, y si lo normal hubiese sido que odiase al mundo él lo continuaba amando con toda su alma. Era una victima de las crueldades sociales, lo había tenido todo, y lo había perdido todo por culpa de las malas amistades.

Su corazón no se endureció por los golpes recibidos, ni pensó nunca en la venganza.

Como cordero inocente habían hecho de él lo que querían, y todo por ser excesivamente una buena persona. Los años no parecían pasar por él y a pesar de pasar de “los 50 “, seguía teniendo esa sonrisa sincera en los labios, y esa mirada juvenil y viva. Tanto hombres como mujeres le habían hecho sufrir, pero el soportaba estoicamente todos los reveses, no pensaba mal de nadie, y mantenía una actitud altruista y desinteresada hacia los demás, pero a él nadie le ayudaba, y todo lo que conseguía era por su gran fuerza de voluntad y por su inquebrantable espíritu luchador. La soledad sólo le ofrecía sinsabores, bofetadas para que él pusiera la otra mejilla. Pero no había cambios en su dura y triste existencia, había estado aunque no lo creyese siempre solo, y así estaría aunque no lo pusiera aceptar hasta el fin de sus días. Por mucho mal que le causasen él perdonaba una y otra vez, y si en varias ocasiones le rompieran el corazón a base de sufrimientos, sus heridas cicatrizaban, y seguía adelante siempre adelante…

No había conocido a nadie con quien compartir su vida, había vivido instalado en una mentira, en una hipocresía, en un vano formulismo social del cual, siempre salía perdiendo, envidiaba a aquellos que eran felices, que se unían en grupo, que se asociaban, que se interaccionaban, él nunca había tenido acceso a ello, y sentía nostalgia de la impresión, la comunicación y el calor humano. Y a medida que iba pasando el tiempo, más se agravaba su lamentable situación, su final se previa trágico, y así llegó una noche de invierno, en la que se le paró el corazón en un banco de una solitaria plaza, sin nadie que pudiera ayudarlo. Murió en la más extrema soledad, olvidado de todos, como si nunca hubiese existido, él, que tanto había amado la amistad…

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