Por fin, y
gracias a Dios, ya es lunes. Bendito lunes. Maldito fin de semana. Ya quedó atrás. He pasado un fin de semana francamente malo , especialmente ayer domingo
en que pasé una crisis de ansiedad que
me llevó a la cama
excesivamente temprano, concretamente
a las siete de la tarde. Después, a cambio,
me he levantado a las 2.22 pero ya
repuesto de la crisis. He salido a la calle
de madrugada, he dado un
paseo, he desayunado y me he
despejado porque ya se
va notando el fresquito del otoño . Mañana ya
cojo la rebeca.
He
aprovechado también en esta
madrugada fresquita para madurar el
artículo de hoy. Se dice
habitualmente que las
fases de la
vida de un ser humano
son la infancia, la
juventud, la madurez y la vejez. Pero a mí no me
interesan hoy esas
fases, sino las fases que yo
establecí para la enfermedad
mental en un pequeño y
humilde librito de psicología que escribí
hace muchos años , cuando precisamente
estaba en la fase abstracta de mi
enfermedad.
Yo divido la enfermedad también en cuatro fases: fase elemental, fase abstracta, fase de
adaptación y fase de culminación.
Es muy simple. La
fase elemental es la fase previa a la aparición de la enfermedad. En ella existe un
desconocimiento total de la misma, no se sabe que se va a padecer, no hay
síntomas. Existe una vida normal, elemental, básica. Uno vive bien disfrutando
de una buena salud mental y no tiene problemas por consiguiente relacionados
con ella. Tampoco existe un interés por el conocimiento de la misma porque no
se padece y no hay en consecuencia afán de superación alguna.
La fase de
adaptación,
que es la tercera, como su nombre indica es la aceptación definitiva de la
enfermedad. Se acaba la lucha contra ella en sentido negativo y se la acepta
como parte de la propia existencia, como un ingrediente más del vivir
cotidiano. No se extraña uno de que padezca una enfermedad nerviosa o mental.
Se adapta uno a una vida que resulta dolorosa, pero se reconoce al mismo tiempo
que es más doloroso aún vivir continuamente contra la enfermedad porque es como
vivir contra uno mismo.
Y está la
cuarta fase, que es la culminación, es decir, se llega al final de la
enfermedad por dos vías: por la superación definitiva de la misma o por la
propia muerte, que es la superación de todo. La fase de culminación es una fase
de felicidad porque se recupera uno de la enfermedad o se pasa a mejor vida
para los creyentes como yo que creemos en un paraíso donde todo será
infinitamente más hermoso que en la
Tierra.
Y hemos dejado para el final la fase abstracta, centro de este artículo. La abstracta es la fase
más dura de todas porque supone el primer encontronazo con la enfermedad
mental, el hallazgo de los primeros síntomas, el descubrimiento de que uno es
un enfermo mental y el reconocimiento de que la enfermedad mental puede ser
para siempre.
Comienza el proceso de ir a psicólogos y
psiquiatras, a hacer psicoterapias individuales y de grupo, a aplicar terapias
de lo más variadas para superar la enfermedad, es decir, estamos en un proceso
de lucha contra la enfermedad.
Empieza también la toma de medicación, aunque no
suele iniciarse con ella. Se suele empezar por hablar y reconducir la vida con
la ayuda de profesionales que van indicando cuál es el camino correcto para ir
por la vida sin padecer sufrimientos inútiles. Digo bien. Por ejemplo: el
famoso en su momento psiquiatra Vallejo-Nágera definía a la depresión como
un sufrimiento inútil. Y efectivamente
eso es básicamente la depresión: un sufrimiento inútil, un rumiar las cosas en
exceso para no llegar a ninguna parte, salvo al decaimiento, al suicidio, a la
locura, etc…
Después suele venir la toma de medicación, a la que
suele haber una natural resistencia normal porque a nadie le gusta tomar
medicinas de nervios en un principio. Existe un estigma en general de la
enfermedad mental, pero también existe un estigma particular adaptado a la toma
de medicación. Ya he hablado en algunas ocasiones en este blog de este tema.
Hay que romper los prospectos y centrarse en la mayor o menor eficacia de los
medicamentos. La medicación de nervios ha dado un salto de calidad enorme en
pocos años. Apenas hay ya efectos secundarios graves en los medicamentos
nerviosos. Y en consecuencia se reduce el miedo a tomarlos. Yo, concretamente,
he pasado del absoluto escepticismo a la fe en los medicamentos después de
muchos años de lucha conmigo mismo.
Estamos, pues, en la fase abstracta de la
enfermedad nerviosa. Es abstracta porque es la más compleja, como el arte
abstracto. Ver como nace la enfermedad, como surgen los síntomas cada vez
peores, como hay que ir al psiquiatra o al psicólogo, como hay que ingresarse,
como hay que tomar medicación y un largo etcétera. Se modifican muchas veces las
relaciones familiares, surgen crisis de pareja, la relación con los amigos se
transforma, se tiende a la fobia social, etc… Una fase compleja en la que el individuo
está perdido y necesita el auxilio de personas capacitadas para hacerle ver que
lo que está viviendo no es normal, pero tampoco es tan monstruoso como puede
estar pensando.
La fase abstracta supone la modificación de los
hábitos de vida habituales, de la forma de conducirse por la existencia. Uno ya
no es el mismo con la enfermedad mental. Uno se enfrenta al mundo normalmente
con miedo, con pánico, con ansiedad, con depresión, con el cuadro más habitual
ansioso-depresivo, con esquizofrenia, con psicosis, con muchas cosas que
limitan la existencia y coartan al individuo de forma muchas veces brutal. La
metamorfosis puede alcanzar proporciones descomunales. Se podrían citar, todos
podríamos a hacerlos, a personas que eran “normales” y que han cambiado tan
radicalmente con la enfermedad que resultan irreconocibles. Se siente el fracaso
de la propia existencia porque la autoestima baja a niveles mínimos. Vamos
diciendo por ahí: “Tengo baja autoestima”. Es decir: vamos en cierta manera
pidiendo comprensión, cariño, estima que no encontramos en nosotros mismos.
Nos convertimos no en replicantes, sino en
suplicantes. Vamos implorando aceptación de nuestra enfermedad cuando esa
aceptación tiene que nacer en nuestro propio interior. Es la tercera fase como
he comentado antes.
La fase abstracta puede durar muchos años. Esa
lucha permanente con la enfermedad es dura, es un combate a innumerable
cantidad de asaltos. Yo concretamente tuve una fase abstracta muy larga: desde
los 7 años que aparecieron los primeros síntomas hasta hace 8 o 9 años, cuando
me ingresaron por primera y última vez y entonces me di cuenta de que no me
quedaba más remedio que aceptar la enfermedad para poder vencerla. Tenía que
hacerme amigo suyo, no considerarla permanentemente mi enemiga. Aquí se puede
aplicar bien esa coletilla de si no puedes vencer a tu enemigo únete a él. Pues
yo me uní a mi enfermedad y entonces empecé a vencerla, pero estaba ya
cronificada y me temo que me acompañará el resto de mi vida. No es ser
negativo. Es reconocer que mi fase abstracta duró demasiado, le di de comer
demasiado a la enfermedad y dejé pasar, perdiéndolo, mucho tiempo. Y ahora
estoy en una fase de adaptación-aceptación en la que tengo crisis fuertes que
supero a duras penas y muchos días seminormales que me permiten vivir con una
amplia dignidad.
Porque ésa es otra. La enfermedad mental puede
hacer perder la dignidad al individuo. En la fase abstracta puede caerse muy
bajo. Puede llegar uno a las alcantarillas más profundas casi sin saberlo y por
supuesto sin quererlo. Por eso es tan importante en esta fase la ayuda de los
profesionales, en los que hay que creer ciegamente y con verdadera FE. Sí: FE.
Porque los profesionales no son seres infalibles, sino falibles, es decir, que
fallan y pueden equivocarse, y dar un diagnostico equivocado, y poner
tratamientos erróneos y muchas cosas más. La fase abstracta es compleja y está
llena de trampas que sabe poner muy bien la propia enfermedad mental o nerviosa
como yo prefiero llamarla. La enfermedad nerviosa es muy poderosa porque la
mente es muy compleja y hay muy poco conocimiento de ella. Está en pañales el
conocimiento de la mente humana. Y por eso es tan difícil superar las
enfermedades mentales graves. Pero siempre hay que tener ESPERANZA. Sin ésta
estamos perdidos en un laberinto del que nunca podremos salir, en una fase
abstracta que se hará CRÓNICA y no nos dejará vivir tranquilos nunca.
La cronicidad de la enfermedad es uno de los peores
riesgos de la fase abstracta. Si no se ataja como es debido la enfermedad ésta
se vuelve crónica y nos puede. De ahí que exista la fase de adaptación o
aceptación y la fase de culminación. Si en la fase abstracta se supera la
enfermedad automáticamente las otras dos fases se desmontan y carecen de
sentido, que es lo más deseable.
Hay que tener mucha fuerza de voluntad en la fase
abstracta. Hay días muy malos que rompen la moral de cualquiera y pueden
llevarnos al desaliento más absoluto. Pero no hay que amilanarse, sino
enriquecerse y envalentonarse con las acometidas de la enfermedad para que ésta
no pueda con nosotros.
Hay que hacer abstracción de la enfermedad en la
fase abstracta para llegar lo mejor posible a la fase adaptativa. Y ojalá
culminar todas las fases con un triunfo sobre la enfermedad. Eso es lo que yo
deseo para todos los lectores que padezcan alguna enfermedad mental o de
nervios. Una enfermedad nerviosa en definitiva. Salud y suerte.