El
18 de abril de 1959 tuvo lugar un acontecimiento fundamental en mi vida, aunque
aún no había yo nacido: se casaron mis padres. Decidieron irse a pasar la luna
de miel a Asturias y les gustó tanto que decidieron quedarse a vivir allí, concretamente
en la bella localidad de Avilés. Mi padre jugaba al fútbol por entonces y
empezó a jugar en este equipo, además de trabajar en el oficio al que más
tiempo dedicó a lo largo de su vida: camarero.
Hasta
aquí todo bien. Pero pronto llegó la desgracia en forma de enfermedad pues el
clima de Asturias (frío, nublado, lluvioso) afectó a mi padre hasta el punto
que cayó malo de los nervios y tuvo que ir al psiquiatra. Le recomendó un
cambio de clima, que volviera al sur, a Sevilla. Que el sol le sentaría mejor
para su enfermedad, que omitiré porque no viene al caso, pero hay un
ingrediente depresivo evidente.
Mis
padres tuvieron que irse al Sur de nuevo como en la película El Sur de Víctor
Erice: los personajes viven en un clima duro y están deseando irse al Sur, un
lugar mitificado. Hicieron las maletas y se fueron a vivir a Sevilla y mi padre
mejoró bastante, pero no del todo. Tenía que seguir yendo al psiquiatra,
tomando medicación (que le cambiaban con frecuencia en esa rutina del ajuste de
las medicinas) y trabajaba como camarero, aunque con frecuencia estaba de baja
por su enfermedad. Asturias quedaba en el recuerdo como un mal acontecimiento.
Desde entonces no puedo ver a Asturias. Supongo que como mucha gente no puede
ver ahora mismo a Cataluña, pero éste es otro tema.
El
26 de agosto de 1961 tuvo lugar otro acontecimiento fundamental en mi vida:
nací, ya estando mis padres de vuelta en Sevilla. Habían tenido en Asturias a
mi hermana mayor. Yo me llevaba año y medio con ella. Sin mí esta historia de
ir al psiquiatra no tendría ningún sentido tal y como yo la estoy planteando.
A
los 7 años ya me sentí malo de lo nervios. Era muy pequeño y no sabía
verbalizar muy bien todavía mis emociones y torpemente le decía a mis padres
cómo me sentía. Ellos querían llevarme al psiquiatra, pero yo había visto
padecer tanto a mi padre con los psiquiatras que me negaba en redondo a ello.
No quería meterme en un mundo en el que si te metes ya no sales nunca como así
ha sucedido.
Entonces
decidieron llevarme a un neuropsiquiatra. No diré nombres, aunque éste en
concreto ya ha fallecido. Parece que con eso me convencieron. Yo estaba
entonces en parvulitos en el colegio y había experimentado ya mis primeras
crisis de ansiedad y mis primeros arrebatos depresivos.
Recuerdo
el día que entré en la consulta por primera vez. No se me olvidará. Aquella
bata blanca me dio pánico. Lo relacionaba con un hospital, con un ingreso, con
la misma muerte. Me puse peor y se lo dije a mis padres. Me llevaron algunas
veces más al mismo neuropsiquiatra pero desistieron cuando vieron que no servía
para nada. Yo no quería tomar medicación tan pequeño y creía que con mi única
fuerza de voluntad podría salir adelante. Me equivocaba, pero entonces yo era
muy pequeño como para saberlo.
Entonces
mis padres decidieron llevarme definitivamente a un psiquiatra, concretamente
de la Cruz Roja.
Yo no quería, pero no tenía ni voluntad ni edad para oponerme. Todavía recuerdo
su nombre a pesar del tiempo transcurrido. Recuerdo aquel pasillo frío de la Avenida de la
Cruz Roja. Los tiempos de espera. El miedo.
Cuando estaba delante de él no sabía qué decirle. Seguía costándome verbalizar
lo que me ocurría y él tenía como norma no hablar si el paciente no hablaba.
Así que llegó un momento en el que las sesiones se convertían en teatro del
silencio. Ninguno de los dos hablaba. Hasta que llegamos al punto de que era
imposible la relación y él la cortó. Se lo comunicó a mis padres y acabé mi
relación con este psiquiatra.
Después
lo intentaron de nuevo mis padres con un psiquiatra particular, que también
recuerdo y que sigue trabajando en el Centro de Salud adonde voy actualmente
para ver a mi psiquiatra. Con aquel psiquiatra aguanté varias sesiones. Llegó
un punto en que me harté y me puse un poco violento verbalmente y me levanté e
hice ademán de marcharme. Eso supuso mi sentencia porque él tenía la consulta
en su casa y me dijo que en su casa nadie le levantaba la voz y literalmente me
expulsó.
Terminó
otra nueva aventura psiquiátrica. Pero mis padres no se dieron por vencidos y
decidieron llevarme a un psiquiatra que había tratado a mis padres y le había
ido muy bien. A éste le he perdido la pista. Trabajaba en el antiguo manicomio
de Miraflores. Ir allí fue nefasto porque veía a los “locos” tirados por los suelos,
matados por la medicación, cada uno con su particular problema. Estaban todos
mezclados. Me recordaba la película Alguien voló sobre el nido del cuco. Me
asusté. Pero el psiquiatra me causó buena impresión, pero yo no quería que me
viera en aquel sitio porque no estaba tan mal como para estar entre personas
que no tenían ni siquiera un control mediano de su razón. Y lo dejé.
Entonces
tenía novia que padecía de esquizofrenia simple. El destino tiene estas cosas.
Entonces mis padres hicieron el esfuerzo de llevarme al catedrático de
psiquiatría de la
Universidad de Sevilla, que no sé si sigue siéndolo. Tuve una
sola sesión con él porque cobraba 25.000 pesetas y no quería que mis padres
pagaran tanto por mí. Pero aproveché la sesión porque aprendí bastante. Me
dijo, con respecto a mi novia esquizofrénica, que alguien que está mal no puede
invertir energías en ayudar a alguien que está peor. Nunca lo olvidaré porque
llevaba razón. Yo necesitaba mis fuerzas para mí y una pareja que me ayudara a
tirar para adelante, no para absorber mis energías imprescindibles para
sobrevivir.
Acabó
otra aventura psiquiátrica. Ya yo era mayor de edad por supuesto y decidí ir a la Seguridad Social.
Psiquiatra gratis. El problema era la masificación. Tenía 5 minutos como mucho
para cada paciente y con ese tiempo no tenía yo para nada. Pero seguí con él.
No tenía más ganas de cambio. A todo esto yo seguía negándome a tomar
medicación. Me asustaban los prospectos. El psiquiatra, cuyo nombre recuerdo,
me recordaba que no los leyera. Pero yo los leía y mi carácter hipocondríaco me
echaba para atrás.
Pasó
el tiempo y me cambiaron de psiquiatra, ya en un Centro de Salud Mental
independiente del resto de especialistas. Allí conocí a un psiquiatra, ahora
paradójicamente dado de baja por problemas nerviosos, que estuvo conmigo muchos
años. No se cansaba de repetir que tenía que tomar medicación , que era lo
único que me podría quitar la angustia tan grande que sentía. Me pasaba las
sesiones llorando. A veces no podía ni hablar. Pero yo seguía leyendo los
prospectos y sugestionándome. Así llegó el momento en que tuve que pasar
Tribunal Médico y me dieron la Invalidez
Permanente Total. Perdí mi empleo en la Junta de Andalucía y vivo
desde entonces de mi pensión. Cuando este psiquiatra cayó malo tuve varios y me
volví a sentir decepcionado porque no tenía una continuidad.
Hasta
ahora, que estoy con una psiquiatra muy a gusto. Antes he de decir que perdí el
miedo a la medicación y empecé a tomarla después del único ingreso que he
tenido en mi vida. Dejé de leer los prospectos. Mi trabajo me costó. Mi
psiquiatra actual respetó el tratamiento puesto en la Unidad de Día donde me
ingresaron y hace pequeños reajustes de vez en cuando según mi ánimo fluctúe
más o menos.
Estoy
contento con mi psiquiatra actual. Una mujer. Pero estoy cansado de esta larga
historia de psiquiatras resumida lo máximo posible en este artículo. Estoy
cansado. Muy cansado. Contento pero cansado. Lo mío no sé si tendrá cura alguna
vez. Yo lucho cuanto puedo. Pero no me olvido de vivir como dice mi psicóloga.
Luchar sí, por supuesto, pero también y sobre todo vivir. Eso me lo digo todas
las mañanas cuando cierro la puerta de casa y me voy a la calle: Lucha, Pepe,
pero no te olvides de vivir. Al principio no entendía por qué mi psicóloga me
decía que dejara de luchar siempre. Ahora la entiendo. No vale pasarse la vida
luchando. Hay que vivir por encima de todo.
Y
en eso estoy. Ahora vengo a la Ura
y estoy muy a gusto aquí. Acabo de hacer relajación. Tengo informática. También
pintura y una terapia nueva llamada Repyflec, que significa Resolución de
Problemas y Flexibilidad Cognitiva. Estoy contento. Me siento más útil. Mi
próxima novela la pasaré a limpio en ordenador aquí en la Ura y no en mi vieja Olivetti
porque todo va hacia la informática y no puedo quedarme atrás.
He
padecido mucho, pero de nada sirve lamentarse. De nada sirve mirar hacia atrás
y quejarse. A mirar al ahora y al mañana, pero sobre todo al ahora. Tomo
medicación por supuesto y me mantiene alejado de la angustia y bastante de la
ansiedad, aunque de ésta no del todo. No tengo depresión. Tengo mis bajones
anímicos normales creo en cualquier persona. Mi problema principal es el
Trastorno Obsesivo Compulsivo. Es mi caballo de batalla diario. En eso estoy. Y
en eso seguiré hasta que salga vencedor. Soy optimista. No queda otra. La
historia dejada atrás es demasiado larga y no se puede olvidar, pero tampoco me
puede condicionar mi vida presente. Lucharé, pero viviré. Es mi lema. Salud y
suerte.
José Cuadrado Morales
BUENA HISTORIA LA DE LAS CONSULTAS PSIQUIÁTRICA, CADA UNO DE NOSOTROS TIENE UNA HISTORIA PARECIDA, CON LA DIFERENCIA DE QUE ES UN CONSULTORIO PRIVADO, EL SUYO, EL OTRO CONSULTORIO ES PUBLICO, DONDE ESTAMOS METIDOS TODOS NOSOTROS, GÚSTENOS O NO, ALLÍ ESTAREMOS POR EL RESTO DE NUESTRAS VIDAS,ES LA CALLE: SALUDOS.
ResponderEliminarQué historia tan interesante, José. Que conciencia tan clara tenías desde pequeño, qué capacidad de aprender y de seguir adelante. Nunca ha sido fácil ir a la consulta de un psiquiatra, desde luego. Gracias por compartir y felicidades por tu trayectoria.
ResponderEliminarUn relato muy interesante el tuyo .Supongo que hasta que los medicos no dan con la tecla se pasa una temporada malillo.Otra cosa es la meteorologia que como el tiempo no acompañe influye en los nervios. Ytambien nos tenemos que arropar con gente alegre. Te deseo quelleves lo mejor que puedas la enfermedad. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarYFC
Estimado Jaime Ramírez: gracias por tu comentario a mi artículo IR AL PSIQUIATRA. En él he intentado explorar todas las sensaciones que se experimentan al ir psiquiatra, desde la negación hasta la aceptación, los años que pasan yendo al psiquiatra, la toma de medicación y un montón de cosas que desarrollo en mi artículo. Cada uno tiene su propia enfermedad y en consecuencia su propia historia como tú cuentas en tu comentario, pero hay que tener fe para salir adelante y superar la enfermedad si no totalmente sí de una manera que nos permita vivir con comodidad y dignidad. Gracias. José Cuadrado.
ResponderEliminarQueridos amigos de Rentería: siempre sois muy amables conmigo y muy generosos en vuestros comentarios. Veo que me tenéis en alta estima como yo a vosotros. El afecto es mutuo. Yo he intentado contar mi experiencia de ir al psiquiatra, del tiempo que ello conlleva, la toma de medicación y tantas cosas que toco en mi artículo. Nunca es fácil ir a un psiquiatra, pero llega el momento en que te acostumbras y puedes vivir perfectamente con ello. Siempre mis artículos destilan esperanza. Ésta no puede faltar en mi trabajos. Muchas gracias. José Cuadrado.
ResponderEliminarQueridos amigos de Salud Mental del Hospital Macarena: gracias por vuestro comentario a mi artículo Ir al psiquiatra. En él he intentado explicar lo que supone la visita a un psiquiatra, el tiempo que se puede estar yendo, la medicación y tantos otros temas relacionados con la salud mental.Buenos consejos los que dais en vuestro comentario que agradezco y los incorporaré a mis reflexiones personales. Muchas gracias. José Cuadrado.
ResponderEliminarGRACIAS POR SU REPUESTA OPORTUNA JOSE, MUCHA SU PREOCUPACIÓN POR ESTOS PACIENTES Y LO FELICITO DE VERDAD EL "mundo" debe de cambiar para vivir mejor con plena salud de todos nosotros.SALUDOS
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