Mi impaciencia tiene mucho que ver con mis problemas psicológicos: trastorno de ansiedad y trastorno obsesivo compulsivo. Ambos tienen como efectos secundarios por así decirlo la impaciencia. Genera un dolor tremendo, una angustia tremenda porque las cosas que no nos salen siempre como queremos nos dejan hechos polvo y sin remedio posible salvo esperar. Ésa es una de las paradojas de estas enfermedades: la solución a la impaciencia es la paciencia y no hay otra. Exijo siempre que las cosas salgan tal cuales quiero y eso es de una imposibilidad absoluta. Aquí no cabe relativismo posible: o se tiene paciencia o el dolor es inmenso. Se produce una asfixia tremenda, una sensación de ahogo terrible que nos conduce a un sufrimiento de difícil explicación que se va reduciendo poco a poco hasta desaparecer, sobre todo cuando las cosas ya han salido como queríamos.
Hay una impaciencia positiva: la escogida, como podemos considerar a la impaciencia mística. El caso más evidente, ya relatado por mí en un artículo reciente, es el de Santa Teresa de Jesús. Ella escribió que vivía sin vivir en ella y que esperaba tan alta vida que moría por no morir. Es una impaciencia deseosa de una felicidad tremenda, absoluta, de elevada calidad de naturaleza. Los místicos esperan impacientes la llegada de la buena nueva del otro mundo junto a Dios. Éste les está aguardando y decidirá las fechas de sus muertes, cosa que los místicos desconocen. De aquí la impaciencia ansiosa que se produce y que ocasiona un dolor placentero porque se sabe cuál es el final seguro: la muerte, que es un puente hacia la felicidad, no hacia la autodestrucción o la nada.
Vicente Aleixandre es ejemplo de otro tipo de paciencia: la del que ama y espera siempre que la amada le favorezca en todo lo que aspira. En su libro La destrucción o el amor vemos claramente cómo se aguarda que la amada esté siempre cerca del enamorado, de lo contrario surgirá la destrucción, la caída de todos los ideales, para los cuales hay que tener la paciencia que el poeta diseña en su vida sentimental más íntima.
Pedro Salinas también nos habla de la ansiedad por la enamorada en La voz a ti debida y Razón de amor, sus dos libros de cabecera. La paciencia es fundamental para que el yo y el tú se fundan en uno y formen una sustancia indivisible. Es la famosa filosofía de los pronombres. Como dice Salinas en el primero de los libros : Qué alegría tan alta vivir en los pronombres. Aquí el poeta espera la llegada de la amada y la perdurabilidad del amor, que espera conscientemente que sea eterno, lo que le genera como se ve claramente en los libros una ansiedad necesaria para la conquista de las metas del corazón.
A mí me genera ansiedad la vida cotidiana. El tener que hacer los mandados, el tener que guardar colas, el tener que esperar una llamada telefónica, el tener que hacerla yo. Cualquier cosa por pequeña e insignificante que sea me genera una enorme ansiedad por mi escasez de paciencia. La falta de esta virtud convierte mi vida en un pequeño infierno cotidiano contra el que poco puedo hacer. Yo le pido a Dios siempre que me ayude y me dé fuerzas, pero Dios no está siempre dispuesto a ayudarme porque no es un criado de mis designios, sino que ejerce también Él su propio libre albedrío. Dios no es un esclavo que responde siempre a nuestros ruegos, por lo que tengo que bregar siempre con la impaciencia sin su ayuda en muchas ocasiones. Dios es tan libre como cualquiera de nosotros. Somos hechos a su imagen y semejanza, pero eso no implica que esté siempre a nuestro servicio.
El día a día de la persona impaciente es muy duro. Se dan continuamente acontecimientos que requieren de nuestra paciencia y al carecer de ella nos introducimos en una espiral de dolor que no tiene fin. Hay que luchar constantemente por la búsqueda de la templanza que aminore nuestro sufrimiento. La prudencia es otro don que contribuye notablemente a vencer la impaciencia. El don de la paciencia no es fácil de conseguir porque la vida se ha hecho ya a no saber esperar, a no poder esperar como sería más exacto decir. Pero siempre hay que tener esperanza, otro don muy importante para conseguir nuestros deseos. Yo tengo esa esperanza para poder adaptarme a la vida cotidiana sin tanta angustia y tantísima ansiedad. Desde el momento en que he empezado a escribir el artículo ya estaba deseando terminarlo. Poco a poco ya voy llegando a su final. Lo he escrito casi de un tirón porque lo traía muy pensado y tengo una gran capacidad de improvisación. Además me gusta escribir, juntar letras en la maravilla del teclado con el placer que ello proporciona.
A los impacientes les pido que tengan paciencia, que la vida no se construye en un instante, que un instante puede ser un mundo cuando se sufre de impaciencia y ansiedad. Los medicamentos ayudan un poco, pero sobre todo es la actitud que se tenga ante los acontecimientos cotidianos. Saber aguardar, esperar un tiempo prudencial a que las cosas ocurran por su propio ritmo y pausa.
A los pacientes les digo que enhorabuena. Que no saben lo que tienen con ese don maravilloso que hace que la vida transcurra más tranquila, por un sendero no hollado antes por otra persona. La paciencia da una paz única, proporciona una tranquilidad de espíritu maravillosa que no se puede perder.
Y ya os dejo. Tengo que poner mi nombre al final del artículo. He aprendido al escribirlo algo más sobre la paciencia y su antagonista la ansiedad. Espero que el paso del tiempo me dé las fuerzas suficientes para luchar y seguir entero por el camino de la vida y consiga llevar una existencia más relajada y feliz.
José Cuadrado Morales
1 comentario:
la paciencia es la madre de la ciencia.
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