martes, 6 de febrero de 2018

VOY APRENDIENDO

Pasó otro fin de semana y lo he superado con dignidad y buena nota. 
Ayer domingo vi dos películas en el televisor, es decir, no me quedé dormido en el sillón azul como suele ser habitual. Dos películas bastante aseadas: Plan de vuelo: desaparecida y Lo que la verdad esconde. Lo mejor de todo la interpretación en la primera cinta de Jodie Foster.
Me acosté a las 10 de la noche aproximadamente. No tuve mucha ansiedad, pero tuve que luchar en muchos momentos del día con el Trastorno Obseso Compulsivo del que estoy francamente harto pero contra/con el que no paro de luchar. Las cosas no van mal, pero la tarea es larga.
Dispuesto estoy a seguir combatiendo.
He corregido otro poquito más mi segunda novela. Leocadio Gómez Encías sigue haciendo de las suyas, corriendo sus aventuras neuróticas con su novia Jimena y sus amigos, y su alter ego Procopio Boñiga.
Hace casi un par de semanas sufrí un percance: me caí en la calle de bruces y me di un fuerte golpe en la rodilla derecha, además de que se me partieron las gafas.
El golpe fue bastante fuerte. He estado casi todo el tiempo andando mal y lento por el dolor, y curándome tres veces al día porque se me infectó.
Esta mañana me dolía la rodilla bastante y andaba muy lentamente por la calle. Una mujer venía tras de mí y me preguntó: “Abuelo, ¿qué hora es?” No me he vuelto loco. Me llamó abuelo. De repente con 56 años me hacían abuelo. De espaldas pensó, con mi andar despacioso, que era un anciano. Le contesté y seguimos nuestros respectivos caminos.
La anécdota me ha hecho reflexionar sobre el paso del tiempo y el aprendizaje que éste nos procura. Todos hemos dicho alguna vez: “Si yo tuviera ahora 20 años (por decir alguna edad concreta) y supiera todo lo que sé ahora”. Pero esto no es posible. Se vive con el tiempo en línea recta. No me voy a meter en teorías físicas sobre viajes en el tiempo, el tiempo circular y demás teorías. Vivimos hacia delante. Y lo vivido queda atrás.  Y vamos acumulando años. Y experiencia. Y aprendizaje. Es decir: vamos aprendiendo. No dejamos de aprender hasta el día de nuestra muerte.
Así me siento yo ahora, como una persona que va aprendiendo. Que no deja de aprender. Pero a la vez que aprendo pasan los años y estoy ya cerca de los 60. Mi hermana pequeña cumple hoy los 50. Entra en el selecto club de los cincuentones. Y yo, con el aprendizaje, también me planteo esa posibilidad de volver a tener 20 años con lo que sé ahora. Entonces todo hubiera sido bastante diferente a como ha sido mi vida. Puedo imaginármela muy distinta a como ha transcurrido.
Si tuviera 20 años con lo que sé ahora no me habría divorciado porque no habría dado lugar a ello. Me considero el principal causante del divorcio y del sufrimiento que ello me generó. Ahora controlo mucho mejor la depresión, la ansiedad y otras cuestiones similares. Ahora soy una persona más equilibrada, más serena, más feliz. Sí. Habéis leído bien: más feliz. Yo me considero ahora más feliz que con 20 años, pero vivo solo, y podría estar con la mujer de la que me enamoré y de la que me divorcié enamorado. Cosas de la vida.
Mi hijo tenía sólo 2 años, pero lo disfruté mucho a pesar del divorcio porque yo pasé, y escrito quedó en las cláusulas del divorcio, de verlo cada quince días los fines de semana y un día en semana dos horas como suele ser lo habitual. A un hijo no se le puede ver en horas fijas como las visitas a un preso. Yo he tenido una buena relación con mi hijo y ahora puedo, por ejemplo, decir que hoy he quedado a las 2 de la tarde para almorzar con él y tiene ya 27 años. No es un niño. Es un hombre que prepara Oposiciones. Podría pasar de mí ampliamente. Pero he tenido una relación lo suficientemente estrecha como para merecer su recordatorio.
Todos los días nos damos los buenos días y las buenas noches por whatsapp. Tenemos una relación más que correcta. Eso lo he hecho bien. Pero si yo me hubiera comportado distinto con la madre no hubiera llegado al divorcio y la relación con mi hijo hubiera sido mucho más estrecha. Pero no me quejo. Pero aunque parezca lo mismo, no es igual. Me quedé sin hogar y ahora soy el hombre de la casa porque en la casa no hay más hombre que yo.
Y pienso qué hubiera sido de mi vida de no haber caído en depresión a raíz del divorcio y darme de baja en la Junta de Andalucía. Llegué después de mucho tiempo a la Invalidez Permanente Total. No me avergüenzo, pero tampoco me enorgullezco. Ahora mismo, y siendo muy pragmático, cosa rara en mí, económicamente estaría mucho mejor porque cobraría un sueldazo haciendo cuentas con lo que cobraba entonces y lo que cobraría después de tantos años de baja e Invalidez. Me arrepiento de haber dejado mi trabajo en la Junta. Por enfermedad evidentemente, no por gusto. Pero podría haber puesto más de mi parte, más voluntad. Y mi vida sería hoy muy distinta, y no sólo económicamente. Tendría más autoestima. No obstante estoy contento con mi trabajo de escritor. Ya va marchando mi libro número 16, la que será mi segunda novela. Estoy orgulloso de mí, pero echo de menos mi trabajo de auxiliar administrativo. Voy aprendiendo y no puedo volver atrás. Lo siento de veras.
Echo de menos mi trabajo de periodista. Lo más parecido que hago como periodista son estos artículos que escribo para el blog de la Ura Macarena. Con ellos me siento bastante realizado. Pero en el periódico y en la radio estaba muy a gusto. Aprendía mucho, me encantaba el ambiente de la redacción, bullicioso, ruidoso, frenético en el cierre de edición. Había que trabajar a toda pastilla.
Echo de menos esa velocidad creativa. La Literatura no necesita de esa velocidad. Son perfectamente compatibles el Periodismo y la Literatura. Llegó un momento en que me sentí mal de mis problemas nerviosos y a eso añadí mis trabajos literarios y presenté mi dimisión como periodista. Ahora me arrepiento. De no haberme arrepentido no hubiera sido funcionario. Hubiera seguido como periodista. Mi vida hubiera sido muy distinta.
Era periodista deportivo, cosa que no lo parece por la mayoría de artículos que escribo, pero sí: estaba en la redacción deportiva de El Correo de Andalucía. Me sentía muy a gusto, pero los nervios y la Literatura se cruzaron una vez más. Negativamente. Aunque todo se puede transformar en positivo si pienso que soy lo que siempre por encima de todo quise ser: escritor. Pero echo de menos la redacción de un periódico, el frenesí. Voy aprendiendo y ahora siento que aquel trabajo de periodista era compatible con el de escritor. Pero por otra parte estoy orgulloso de publicar un libro cada año.
Sé que he cometido muchos errores que ahora no cometería con lo que sé. Hubiera tenido relaciones de pareja bien distintas y relaciones de amistad bien distintas también. Pero no hay vuelta atrás. La máquina del tiempo sólo estuvo en la mente privilegiada de H.G.Wells. En la realidad no se puede viajar en el tiempo y éste camina inexorable hacia delante. Pero vamos aprendiendo. Yo por lo menos puedo afirmar que voy aprendiendo continuamente, lo cual es una actitud también bastante positiva porque nunca el camino se acaba de recorrer y se está siempre en alerta ante todas las circunstancias que la vida depara.
Tengo 56 años, pero soy joven. Me siento joven. Aunque esta mañana me hayan llamado anecdóticamente abuelo.
Soy positivo. Me queda mucho por hacer y me resta mucho por aprender. Sé que aún me quedan bastantes años de vida porque me encuentro bien de salud, quitando el tema de los nervios con los que llevo bregando desde los 7 años. Me siento físicamente bien, con las goteras lógicas del paso del tiempo. Estoy con la mente abierta dispuesta a aprender cuanto me sea posible.
Voy a seguir con mis artículos y con mis libros. Voy a sacar lo mejor de mí mismo como escritor. Como padre. Como amigo. No sé si alguna vez más como pareja. De momento vivo solo y no me va mal. A trancas y barrancas voy tirando. Vivo, luego aprendo. Salud y suerte.


José Cuadrado Morales

1 comentario:

unidaddiaerrenteria dijo...

Sigues ejerciendo, y muy bien, por cierto, de periodista, José. Gracias por tus escritos