
Yo había tenido una infancia
feliz. Mis padres me dieron la mejor educación que se le puede dar a un hijo.
Igual que a mi hermana. Tuve un negocio que no iba mal y antes de llegar a la
calle había estado ya en la Universidad. Por mucho que me lo hubieran dicho,
jamás podría haberme imaginado que un 24 de diciembre lo pasaría en el comedor
social del Pumarejo junto a ochenta o noventa vagabundos con las Hijas de la
Caridad. Esa noche cenamos sopa y pollo. Antes tuvimos que hacer unos rezos y
agradecer la comida que nos íbamos a tomar. Por supuesto, yo no estaba del todo
sereno. Aún así, pensaba que era una broma macabra del destino.

Los motivos que llevan a una
persona a mantener esa vida son inexplicables. Nadie los entiende. Hay quien
llega a la calle por mala fortuna pero yo lo hice porque no supe gobernar mi
vida. Siempre, de todas las personas que he conocido, la mayoría, me han dicho
que soy un tipo inteligente. En esos momentos me preguntaba si eso era cierto.
Si en realidad yo era un tipo inteligente. Porque una persona que tiene dos
dedos de frente no se busca la ruina. Una persona que usa el sentido común
procura buscar soluciones a su precariedad cuando la tiene. A mí, nada de eso
me preocupaba. Lo único que me interesaba era beber. No era importante como iba
vestido, que por supuesto era ropa de los comedores o de las Casas de
Hermandad. La suciedad no me molestaba. La veía natural. Empujaba un carrito
con una manta y los dos o tres chalecos que me acompañaban, con un par de
zapatos de repuesto, por si me robaban los míos mientras dormía.


Evidentemente que aquí, hablar
de tener personalidad, sobra. Está totalmente deteriorada. No tiene vergüenza
de que la gente te vea en ese mal estado. Ni tú si quieras te ves en mal
estado. Lo ves como algo natural. Por la suciedad que me rodeaba, una noche que
iba ebrio, me caí por unas escaleras y me hice una herida. Se me infectó y
tenía una gran parte de la pierna en carne viva con celulitis dentro de la
herida. Me dijeron en el hospital que tenía que quedarme ingresado y yo me
negué. Podían haberme cortado la pierna pero para mí era más importante beber.
Cuando al poco tiempo entre en razón (bendita forma de razonar) volví al
hospital a que me ingresaran y, con mucha suerte, todo se solucionó. Es triste
dar el alta médica cuando esa persona no tiene dónde ir. Nadie le espera. Nadie
lo visita mientras está enfermo. Otra vez a la calle. A continuar dando pasos
hacia el infierno. Cada vez más cerca. Cada vez siente el fuego que arde allí
más próximo.

¿Oiga, el director de la obra, sigue por ahí?
“Si, aquí me encuentro” ¿Por qué es tan irracional beber cuando sabes que en
realidad lo que estás haciendo es matarte? “Por una sencilla razón, has perdido
el gobierno de tú vida y debe pasarte algo que tambalee ese mundo y decidas
reconstruir otro” A mí me sacaron de la calle. La mano que en otro momento se
me tendió y no supe recoger se me volvió a presentar y fui capaz de cogerla.
“No todo el mundo lo hace”.
Los hombres de la calle, con sus pelos
alborotados y llenos de mierda, con sus barbas largas y sucias, no son hombres
normales. No siente ni padecen. No ven. No entienden. No razonan. Su piel se
agrieta por el frio. Ser vuelven de piedra, como la estatuas que hay colgadas
en las entradas de las catedrales, como las gárgolas. Grotescos personajes del
diablo que viven sumergidos en una adicción. Fantasmas que pasan desapercibidos
a los transeúntes porque son espectros de personas. Sombras que se diluyen en
la atmósfera.Creo que la peor noche que tuve
que pasar en la calle, fue la primera. Sabía que me había quedado sin casa.
Pero no logre entender lo que esto significaba. Durante el día, más o menos,
pase la jornada adaptándome a ella. Sentándome en bancos, bebiendo agua de las
fuentes, sin comer porque no tenía dinero y no sabía cómo conseguir comida.
Pero cuando se fue acercando la noche, jamás me la imagine así. Recuerdo que
era una noche de febrero. Hacia frió y yo tenía solamente lo puesto. Me senté
en los escalones de Mª Auxiliadora y, ahí, en un rincón intente dormir, pero no
podía hacerlo.

Como conclusión a este
dramático relato, pediría a la vida, que no dejase que las personas perdieran
el rumbo de sus vidas y tuvieran que pasar por la calle para encontrar otra vez
la necesidad de vivir. El amor a la vida debe de ser más grande que cualquier
cosa. El instinto de supervivencia debe prevalecer sobre los malos
acompañamientos. Que nadie, jamás este en contra de su voluntad en la calle. Yo
no se lo desearía a nadie como lección que tuviese que aprender. Hay muchas
maneras de enseñar. Eliminemos de nuestra sociedad las más crueles.
Pedro.