Together Again by Evanescence
AKELARRE
La única luz que había en la habitación la desprendían unas velas que Marisa había comprado en EL Gato Negro. Las llamas se reflejaban en un espejo de cuerpo entero que estaba junto al ropero. Ella estaba desnuda por completo. Sujetaba un pañuelo de seda rojo que le hacía falta para el conjuro. Tenía su larga melena negra recogida en una cola de caballo. Era joven y su cuerpo estaba terso, por lo que Andrés se deleitaba al mirarla.¡Como se contoneaba delante del espejo y como su cuerpo jugaba con las sombras y luces de la habitación!. Ella no conocía el conjuro en su totalidad. Andrés, sentado fuera del circulo que hacían las velas y desnudo como ella, no le había contado toda la verdad sobre lo que ella creía era un rito de iniciación. Se guardaba una última sorpresa para el final.
Andrés abrió el libro donde venían los pasos que tenía que seguir para hacer bien el hechizo. Comenzó a prepararlo todo. Cogió un recipiente de barro y sobre él empezó a volcar los ingredientes que le hacían falta para el conjuro. Marisa no sabía con que clase de mengujes estaba llenando el recipiente Andrés. Sólo veía, desde su ignorancia, que era hierbas y líquidos que no distinguíamos más que su color. No quiso preguntar para no ofender al maestro de ceremonia. Su desconocimiento podía insultarle. Lo que ella no sabía es que en el mejunje iba un potente alucinógeno.
Llego la hora del rito de iniciación. El potaje ya había macerado lo suficiente.
Andrés pinto una estrella de David en el suelo del tamaño de una persona y tendió en ella a Marisa. Le puso el pañuelo de seda rojo en los ojos y le pidió que se relajase. A continuación empezó a pronunciar palabras que Marisa no entendía. Primero creyó que eran en latín pero luego parecía que era una especie de árabe. Cuando terminó de recitar su cantinela le ofreció el licor de la cazuela y ella bebió todo lo que él le indicó. A los pocos minutos ella entró en trance.
En un principio, notó como si su alma se despegase de su cuerpo. Se vio tumbada en el suelo sobre la estrella de David y vio a Andrés arrodillado junto a su cuerpo. Vio la habitación desde arriba y noto como su cuerpo flotaba en el aire. Era una sensación agradable. Giró su cuerpo hacía la ventana y quiso salir a la calle. Levanto la hoja de cristal y paso sin ningún problema al exterior. Le entró un poco de vértigo, aunque tan solo era una cuarta planta nunca había sentido la sensación de tener el cuerpo completamente en el aire. Se dejo arrastrar por el viento que la llevó hasta el lago. Allí descendió despacio. Sintió como su cuerpo se tumbaba en la hierba que rodeaba al lago. En la habitación, Andrés, de forma simultánea, la estaba cubriendo con un ungüento por todo el cuerpo. Marisa notaba el frio de la hierba, que era en realidad el frio que desprendía la pomada. Noto como su cuerpo se metía en el agua, y es que el maestro de ceremonias la estaba rociando con una botella de ron. Entonces llego la desgracia. La ceremonia no era lo que parecía. Aquello no era un rito de iniciación, sino una ofrenda a los dioses de las tinieblas. Marisa notó como se ahogaba. No le llegaba la respiración a sus pulmones, su pulso se debilitaba y no tenia fuerzas para luchar contra el agua. Andrés la estaba degollando.
Dejó caer su sangre, aún caliente, en un cántaro. Realizó unas oraciones que venía en el libro que utilizó antes. Después, como si de un buen vino se tratase, bebió deleitando su paladar. La sangre lo excitaba. Parecía que despertaba en él sensaciones atávicas. Sus instintos más depredadores nacían en momentos como estos. Estaba dispuesto a salir en busca de otra victima. Pero esta vez no sería de la comunidad. Sería alguien desconocido. Alguien que no tuviese relación con la magia ni con la religión. Un neófito. A ser posible una chica. Joven, de carnes prietas, de pechos erguidos, de pelo negro y, si hay suerte, virgen.
Pero el problema inmediato era Marisa, o mejor dicho, el cuerpo de Marisa. Necesitaba trasportarlo hasta las afueras de la ciudad para quemarlo y después enterrarlo en un agujero.
Metió en cuerpo en una bolsa grande de viaje que no pudo cerrar bien. No cabía por completo, pero a esas horas de la noche no se tropezaría con nadie, así que Andrés no tenía miedo de ser visto. Puso la bolsa en el maletero de su Xara Picasso, y se encaminó rumbo al bosque. Llevaba con él una pala y un pico de obra para hacer el hoyo.
Llegó al bosque a los veinte minutos. Casi no se cruzó con más vehículos. Eran altas horas de la madrugada y aquella zona era un área residencial. Hizo el agujero y echó dentro el cuerpo de Marisa. Lo roció con gasolina y le prendió fuego. El bulto ardió de forma rápida. Lo tapó con la arena que había sacado del hoyo y se marchó en busca de su nueva presa.
La noche tendía su manto y salían a pasear astros y bestias. Al amparo de la luz de Selene, los crápulas se adueñan de calles y caminos. Era un día señalado en todos los aquelarres. Es el día de los difuntos. El primero de noviembre.
La pluma negra
Andrés abrió el libro donde venían los pasos que tenía que seguir para hacer bien el hechizo. Comenzó a prepararlo todo. Cogió un recipiente de barro y sobre él empezó a volcar los ingredientes que le hacían falta para el conjuro. Marisa no sabía con que clase de mengujes estaba llenando el recipiente Andrés. Sólo veía, desde su ignorancia, que era hierbas y líquidos que no distinguíamos más que su color. No quiso preguntar para no ofender al maestro de ceremonia. Su desconocimiento podía insultarle. Lo que ella no sabía es que en el mejunje iba un potente alucinógeno.
Llego la hora del rito de iniciación. El potaje ya había macerado lo suficiente.
Andrés pinto una estrella de David en el suelo del tamaño de una persona y tendió en ella a Marisa. Le puso el pañuelo de seda rojo en los ojos y le pidió que se relajase. A continuación empezó a pronunciar palabras que Marisa no entendía. Primero creyó que eran en latín pero luego parecía que era una especie de árabe. Cuando terminó de recitar su cantinela le ofreció el licor de la cazuela y ella bebió todo lo que él le indicó. A los pocos minutos ella entró en trance.
En un principio, notó como si su alma se despegase de su cuerpo. Se vio tumbada en el suelo sobre la estrella de David y vio a Andrés arrodillado junto a su cuerpo. Vio la habitación desde arriba y noto como su cuerpo flotaba en el aire. Era una sensación agradable. Giró su cuerpo hacía la ventana y quiso salir a la calle. Levanto la hoja de cristal y paso sin ningún problema al exterior. Le entró un poco de vértigo, aunque tan solo era una cuarta planta nunca había sentido la sensación de tener el cuerpo completamente en el aire. Se dejo arrastrar por el viento que la llevó hasta el lago. Allí descendió despacio. Sintió como su cuerpo se tumbaba en la hierba que rodeaba al lago. En la habitación, Andrés, de forma simultánea, la estaba cubriendo con un ungüento por todo el cuerpo. Marisa notaba el frio de la hierba, que era en realidad el frio que desprendía la pomada. Noto como su cuerpo se metía en el agua, y es que el maestro de ceremonias la estaba rociando con una botella de ron. Entonces llego la desgracia. La ceremonia no era lo que parecía. Aquello no era un rito de iniciación, sino una ofrenda a los dioses de las tinieblas. Marisa notó como se ahogaba. No le llegaba la respiración a sus pulmones, su pulso se debilitaba y no tenia fuerzas para luchar contra el agua. Andrés la estaba degollando.
Dejó caer su sangre, aún caliente, en un cántaro. Realizó unas oraciones que venía en el libro que utilizó antes. Después, como si de un buen vino se tratase, bebió deleitando su paladar. La sangre lo excitaba. Parecía que despertaba en él sensaciones atávicas. Sus instintos más depredadores nacían en momentos como estos. Estaba dispuesto a salir en busca de otra victima. Pero esta vez no sería de la comunidad. Sería alguien desconocido. Alguien que no tuviese relación con la magia ni con la religión. Un neófito. A ser posible una chica. Joven, de carnes prietas, de pechos erguidos, de pelo negro y, si hay suerte, virgen.
Pero el problema inmediato era Marisa, o mejor dicho, el cuerpo de Marisa. Necesitaba trasportarlo hasta las afueras de la ciudad para quemarlo y después enterrarlo en un agujero.
Metió en cuerpo en una bolsa grande de viaje que no pudo cerrar bien. No cabía por completo, pero a esas horas de la noche no se tropezaría con nadie, así que Andrés no tenía miedo de ser visto. Puso la bolsa en el maletero de su Xara Picasso, y se encaminó rumbo al bosque. Llevaba con él una pala y un pico de obra para hacer el hoyo.
Llegó al bosque a los veinte minutos. Casi no se cruzó con más vehículos. Eran altas horas de la madrugada y aquella zona era un área residencial. Hizo el agujero y echó dentro el cuerpo de Marisa. Lo roció con gasolina y le prendió fuego. El bulto ardió de forma rápida. Lo tapó con la arena que había sacado del hoyo y se marchó en busca de su nueva presa.
La noche tendía su manto y salían a pasear astros y bestias. Al amparo de la luz de Selene, los crápulas se adueñan de calles y caminos. Era un día señalado en todos los aquelarres. Es el día de los difuntos. El primero de noviembre.
La pluma negra