lunes, 31 de mayo de 2010

EL ESTIGMA EN PRIMERA PERSONA

Yo nací y me crié en dos localidades diferentes. En la primera era solo un niño, y la localidad era un barrio satélite de una capital de provincia.
Después mi familia se desplazó a otra localidad, donde llegué con algunos años más y la consciencia plena de que crecería y me relacionaría allí con todo el vecindario. Pues bien, fui creciendo adaptándome al barrio y pensando como resolvería mi vida y llegaría a ser adulto. Un obstáculo muy grave fue la aparición y diagnostico de mi enfermedad mental. Centro de todos los fracasos y dolores venideros, sin ser caso aislado, porque el 25% de la población sufre algún trastorno mental a lo largo de su vida, sea evidente o no.
Todo empezó por una depresión, como empiezan muchas de las enfermedades mentales, una depresión de caballo, en la cual todo me importaba una mierda. Llegó el día en que ya no me preocupaba la raíz del dolor por el que me quedé seis meses aislado del mundo y sin ganas de salir a la calle para nada, sin ganas de hablar con mi familia, que sufrió la desgracia más que yo, porque yo llegué a olvidarla y a olvidarme de mí, mientras ellos veían como mi depresión se transformaba en fobia para la calle y la gente propia y extraña y dejé de hablar de golpe, sin importarme comer, el aseo personal, los plazos para trabajos y estudios y llamamientos de amigos por teléfono, o preguntando a mis familiares.
El resultado final fue un adulto roto en el momento de salir de la pubertad, gordo por la inactividad, torpe cuando mis padres apostaban que ni siquiera recordaría como se andaba, blanco por la falta de luz solar, y la memoria borrada de dolor y de habilidades y capacidades, como cualquiera que deja de practicar durante seis meses cualquier tipo de actividad por bueno que sea en ella y le guste practicarla a diario. En blanco listo para pasar página sin recordar por que me metí en el agujero, ni los que eran mis amigos y los que no. Un autómata listo para reengancharme a la vida, y aquí no ha pasado nada.
Vamos a desglosar las relaciones sociales a las que me enfrentaría, sabiendo que yo me llevé seis meses, como medio año que es, metido en un agujero y el resto de la población conocida o desconocida cocinando conjeturas, apostando recuperaciones benignas o sentenciando males inexplicables y del tiempo de la guerra.

1-.Mis amigos de toda la juventud.
La relación que me unía a ellos es la verdadera relación por los que los jóvenes pueden llegar a despreciar cualquier tipo de autoridad y retroalimentarse para salvar cualquier inconveniente. La realidad es que ya estaba excluido, podía hablar con ellos en la calle, podía hablar de cualquier tema y dejarles música o publicaciones, pero tenía que ir tras ellos para que me devolviera los prestamos en plan simpático y nunca contaban conmigo para los fines de semana o cualquier tipo de salida de fin de semana, después de la recaída. Ellos me llevaban seis meses de avances como para tener que cargar con “un tontaina miedoso”. Excluido del grupo.

2-.Mis compañeros de estudios.
Me dejé caer por el instituto donde cursaba los estudios antes de desaparecer de la noche a la mañana para retomar los estudios. La verdad a la cuestión oficial es que llegué fuera de plazo para estudiar el año en curso, todo oficial y correcto por parte de los profesores y funcionarios del centro, total yo allí era uno más. No recuerdo la excusa que les di si es que me pidieron alguna, pero creo que les mentí diciendo que estuve trabajando, un dato sin importancia en realidad. Los compañeros fueron más difíciles de lidiar, porque ellos sabían por uno y otro lo que había pasado, y la verdad, en cuestión de estudios ya me lo plantearía de otra forma o se lo explicaré a mi descendencia llegado el momento. Me excluyeron como a un repetidor vago, torpe y que falta a las clases cuando mi comportamiento fue tan ejemplar que a mis hermanos le daba el centro prioridad de matriculación por mi buena conducta. Me excluyeron de una forma tan vil que no quise volver allí para nada más.

3-.Mis compañeros de trabajo.
Volví a mi empresa para ver si conseguía un puesto de trabajo, total, ese año no podía volver a estudiar y ganas ya no tenía tanto. Pasó de todo, menos que volvieran a contratarme fue peor que en el instituto. Macho, cuando hay dinero de por medio hay gente que no conoce ni a su padre. Se le agradecieron telefónicamente a mis padres que me preocupara por la empresa pero no me contratarían nunca más en la vida. Excluido pero de un modo aséptico e impersonal, no vale, pues se corta y punto.

4-.Los vecinos, conocidos o desconocidos.
Estos si que son buenos, en el tema de la conjetura de lo que realmente ha pasado o no ha pasado, los cuchicheos de “patinillo”, las conversaciones en las tiendas de alimento, los marujeos comiendo gambas los domingos por la tarde. Se formó un revuelo en el barrio que no sólo me debió doler a mí, le dolería a toda mi familia, aunque yo no recordaba por que caí deprimido y en cambio mis padres si. Ahora no solo tenía que tratarme de depresión, sino de dolor de cabeza, porque al que le gustase hablar sobre los males de otro buen tema que tenía. Excluido y peligro de exclusión de hermanos y padres. Era para tener asco.

5-.Asociaciones juveniles.
Yo estaba en una asociación juvenil, que dejé cuando empecé a trabajar, y a la que volví para empeorar las cosas, ahora era una carga real para todos y la expansión de un mal personal.

6-.Compañeros de actividades deportivas.
¿Deporte?, ¡no me hagas reír!, en años venideros y poco a poco si consiguiera coger la forma y mejorar mis condiciones físicas, pero recién salido de un letargo de seis meses y con lo rápido que se cambiaba la tecnología en el deporte que practicaba, ni de coña conseguiría en dos años y sin trabajo para poder costearme componentes y piezas de recambio, además que siempre tenía una ansiedad extra que en el deportista es común y no podía controlar. El resultado es que nadie quería formar equipo conmigo y que desistí de practicar incluso en lo venidero ese deporte en concreto. Además Está clara mi exclusión.

7-.Las nuevas amistades aisladas de todas las anteriores.
Por aquella época, aconsejado por mis especialistas, comencé unos cursos con unas actividades que nunca se me hubieran ocurrido un año antes de caer. El resultado era una actividad diaria en la que ni siquiera tenía curiosidad pero me entretenía, con personas de un carácter y unas preocupaciones que personalmente nunca hubiera tenido. Alejándome del problema que me surgió y con la posibilidad de relacionarme gente normal y corriente. Pero el problema lo creé yo mismo al presentarme como enfermo mental transcurridos unos días. El personal entero cambió, y me tenían por compañero por educación, pero estaba de nuevo excluido.
Sacando en conclusión que la enfermedad mental puede o no manifestar signos externos, más significativo es una pierna rota, pero en realidad cuando se sustituye la frase "ese o esa esta loco, no veas lo que hizo el otro día..." por la afirmación o pensamiento de que alguien tiene una enfermedad mental diagnosticada, la cosa da un giro de 180º, es un cartel de peste. Si el 25% de la población española puede tener algún tipo de desequilibrio psíquico a lo largo de su vida , ¿por qué tanto rechazo?. Es el miedo a lo que pasa por la mente de el individuo y la creencia de que todas las enfermedades mentales son como los sicópatas de Hoollwood, pues que piensen también que un 25% es un porcentaje tan alto que igual eres tú el que tiene otro resquicio en la mente que igual te hace ver el mundo como no es y vas por hay metiendo la pata, y ni si quiera estas en tratamiento y puedes cometer un acto más peligroso.
La conclusión a todo esto es que nadie ya contaría conmigo para nada. Mis amigos ya no querían nada conmigo, hacían como que les interesaba, pero pasaban. Debería estudiar en otro centro que no me conocieran, de ese modo nadie me conocería por el raro. Me costaría mucho buscar un trabajo, y si mi padre le comentó lo mío por sufrimiento a sus compañeros, me sería muy difícil trabajar con él o en su gremio. En el barrio sería casi imposible encontrar novia, y en las asociaciones juveniles mejor buscarlas fuera de mi localidad. En cuanto a lo de conocer gente en nuevos círculos, nunca pronunciar las palabra "soy un enfermo mental" porque lo chafaría todo.
Llegué hasta a la conclusión que lo mejor sería salir del país he irme lo más lejos posible, a las antípodas, total, cuando caí malo lo primero que pensé era que en Francia igual saldría solo hacia delante, y por supuesto en las antípodas seguro que no habría nadie que me conocía, por lo que podría parchear mi pasado con cualquier historia, y al no tener antecedentes penales empezaría de nuevo. Pero al final un especialista me animaba a que no lo hiciera, puesto que según él lo que no era capaz de hacer en mí tierra no haría en ningún sitio.
El tiempo pasó aprendiendo poco a poco a parecer un tío normal y a frecuentar ambientes en los que no me conociera nadie que pudiera decirle a mis nuevos amigos lo de la "enfermedad mental" cosa bastante difícil. Y después de años intentando parecer un tío normal y reconstruyendo mi pasado de mil formas para ocultar las recaídas surgió una nueva oportunidad para mí, hace unos siete años con lo del bum inmobiliario a mi familia le dio por cambiarse nuevamente de localidad. Yo ya estaba acostumbrado a vivir como un tio normal y corriente, y la historia de mi pasado tenía más parches y reconstrucciones que la historia más legal que la de la persona más legal y aburrida del mundo.
Entonces la oportunidad de viajar a las antípodas se hizo realidad once años después del primer brote, porque pasé de ser el más desterrado en propia tierra, el barrio donde me crié, a el nuevo de la localidad donde me mudé; resultado, hice todo lo que una persona normal puede hacer con amigos y vecinos nuevos, como uno más de la comunidad, pero hasta hace solo dos días, que es cuando tuve aquí la segunda crisis y ya no le importo de nuevo a nadie, solo me ven interesante por las cualidades que saben que poseo, pero lo que se dice de ir y venir como recién llegado hace tiempo que lo he olvidado, excluido de nuevo en una localidad que hace siete años más o menos era como si hubiera llegado a la mismísima Australia.
Recién llegado aquí un vecino que reconocí haciendo deporte me dijo: -¡Chaval, cuanto menos sepa la gente de ti mucho mejor-. Y es el mejor consejo que me dio jamás un desconocido, sobre todo si le hubiera hecho caso y no porque ahora solo lo recuerdo como lo más práctico en cuanto a relaciones sociales. Si le hubiera hecho caso y no hubiera intentado integrarme en esta localidad con una historia parcheada por una enfermedad repudiada por todos no hubiera sido excluido nuevamente en el último domicilio reconocido.
Por un lado que me quiten lo bailao, y por el otro ya me puedo despedir de contar con nadie de por aquí como no sea por mi especialización laboral y cualidades innatas, pero personalmente, tendría que haber sido solo un nombre, tres o cuatro apodos y nada más, porque parece que esto de la "enfermedad mental" es una maldición divina. Espero tener más suerte la próxima vez si es que tengo la suerte de tener una oportunidad como esta que me ha dado la vida y seguir teniendo la suerte de buscarme la vida como me la he estado buscando desde el momento en que tuve que ser tratado por primera vez.

FMK

1 comentario:

CRPS León dijo...

Es una pena, cuántos hemos pasado por esto. Yo lo que no entiendo que siendo enfermos como somos, supuestamente necesitaríamos más ayuda y comprensión y resulta que pasa todo lo contrario.
Estoy de acuerdo contigo en que no se puede decir que eres un enfermo mental porque la gente sale corriendo, lo mejor para concienciar a la gente sería que convivieran con nosotros para que vean que no comemos a nadie. En fin, queda tanta batalla por ganar, pero algún día lo conseguiremos.
Saludos!!!