Mi mamá me ama. Yo amo a mi
mamá. Con estas frases y otras muchas similares me enseñaron a leer y a
escribir las Hermanas Salesianas de la calle Castellar de Sevilla cuando tenía
4 años y después los Hermanos Lasalianos, Hermanos de la Salle , con 5 años. Entonces
había que ser precoz por fuerza porque se empezaban los estudios mucho antes
que ahora y había que iniciarse en la lectura y la escritura muy pronto. Yo
también estuve un año con una profesora privada y otros alumnos en una especie
de guardería. No recuerdo cómo se llamaba la profesora, pero con ella tenía
buena relación, no así con las Hermanas Salesianas, a las que les decía que no
quería escribir porque no me daba la gana. Así era yo de rebelde al principio de
mi vida. Eran anécdotas que me contaba mi madre, que vivía todas las cosas mías
como propias porque siempre estaba preocupada por mí. Siempre estaba encima de
mí, obstinada en que estuviera feliz por encima de todo.
Ella me demostraba
continuamente su amor. Con besos, con caricias, con abrazos. Yo era sin embargo
muy arisco y difícilmente demostraba el amor a mi madre. Durante mucho tiempo
me sentí culpable por ser tan frío con mi madre pero afortunadamente superé el
complejo de la culpabilidad con mucha voluntad y con la ayuda de la
psicoterapia. No era tan difícil ser cariñoso como yo pensaba. Ahora me acuerdo
de ti y puedo decir que te quiero en el cuarto aniversario de tu muerte que se
cumplirá el próximo mes de enero. Cuatro años ya sin ti, pero contigo de otra
manera. Porque yo creo en el más allá, creo que hay otra vida que nos dará, me
dará la oportunidad de resarcirme de mis errores, que son muchos. Y los que me
queda todavía por cometer. Un artículo es lo menos que te mereces por lo buena
que siempre fuiste conmigo.
Yo recuerdo que siempre has
tenido mucha paciencia conmigo. De pequeño, y tengo buena memoria para ello, me
subías a la azotea y me asomabas desde el pretil a la calle para que me
distrajese con los viandantes y los coches para que pudiera comer. Tardabas una
eternidad en darme de comer. Me llevaba un siglo para cada cucharada. Y
recuerdo también lo mucho que lloraba en la cuna y cómo siempre tenía que
acabar en la cama con papá y contigo para poder dormir. Supongo que os
fastidiaba, pero yo era muy pequeño. Siempre me comprabas mis tebeos favoritos
para acostumbrarme a la lectura y para desarrollar mi imaginación porque yo
desde casi siempre decía que quería ser escritor. Y empecé a escribir con 7
años. A garabatear más bien. Y tú lo comprendiste muy bien. Yo he renunciado en
esta vida a muchas cosas, pero lo único que siempre ha permanecido fiel a mí
mismo es la Literatura. Y
tú nunca me pusiste objeciones para ello.
Yo recuerdo que siempre dabas
la cara por mí en el colegio por problemas con los compañeros y profesores. Y
recuerdo que cuando hacía el Bachillerato quise dejarlo en segundo curso y
entre tú y el Jefe de Estudios me convencisteis para que no lo dejara. Eso hizo
que cogiera más confianza en mí mismo y sacara diez matrículas de honor de diez
asignaturas en el Tercer Curso. Y cuatro sobresalientes y tres matrículas de
honor en COU. En Selectividad saqué una nota de 8.1.Y empecé a estudiar
Periodismo y Filología, pero yo no me encontraba bien de los nervios y tampoco
me sentía bien sin poder escribir. Dejé periodismo en tercer curso y Filología
en primero. Tú lo comprendiste muy bien. Sabías que la Literatura era básica
para mí y que no podía dejarla. Me puse a trabajar de camarero. Después en el
Instituto Nacional de Estadística. Y finalmente en la Consejería de Hacienda,
donde coticé para poder tener la pensión que ahora tengo y que me permite
vivir.
Con 7 años también ya empecé
a manifestar síntomas de padecimiento de nervios, cosa que me lo había heredado
mi padre, al igual que a mis hermanas. Y me llevaste a D. Jesús Romero, el
neuropsiquiatra que trataba a mi padre. Y después a la
Cruz Roja al doctor Cabello. Y después al
doctor Hernández Hazañas, que trabaja en el Centro de Salud Mental al que ahora
voy a ver a la doctora Martín. Y me llevaste incluso al catedrático de
psiquiatría de la
Universidad de Sevilla, con lo caro que costaba. Yo salía
entonces con una chica que padecía esquizofrenia. Y el psiquiatra me dijo que
no podía ayudar a alguien enfermo si yo también lo estaba y necesitaba también
ayuda. Eso no se me ha olvidado jamás porque es bien cierto.
Recuerdo que con el paso de
los años aprendí a mostrarte ya el afecto y os invitaba a ti y a papá a ir a
Lanjarón a tomar las aguas todos los años. Papá vivía eso con una especial
ilusión y le servía mucho el tomar las aguas para sus problemas de hígado y sus
problemas de nervios. Y a ti te servía para tu artritis reumatoide que te
provocaba unos dolores tremendos y te hinchaba las manos de una manera brutal.
Yo sufría mucho por ti entonces y comprendía lo mucho que tú habías sufrido por
mí desde pequeño.
Ahora puedo decir
abiertamente eso de mi mamá me ama, yo amo a mi mamá.
En presente a pesar de tu
muerte porque para mí sigues existiendo en otra forma de vida que no puedo
explicar porque sólo se puede alcanzar por la fe. Tú rezabas todas las noches,
me acuerdo bien, pero nunca terminaste de creer en otra vida que no fuera ésta.
Ya nos veremos cuando yo muera.
Yo fui fuerte cuando tú moriste. Te vi en el
tanatorio rígida, fría, con una pupa que te habías hecho en el labio días
antes. Fui capaz de verte muerta. Después fui capaz de aguantar la misa de
difuntos y el desfile de pésames de los asistentes. Y fui capaz de aguantar el
entierro y cómo los albañiles taponaron el nicho con cemento y ladrillos. Era
un día muy frío y de llueva. Me recordaba una escena de la película La condesa
descalza con Ava Gardner y Humphrey Bogart. El cine siempre presente en mi vida
incluso en los momentos más críticos. En esta película había también una escena
de un entierro con lluvia y paraguas abiertos. Era todo muy frío. Lo peor fue
después llegar a casa y encontrar que estaba solo, sin ti, ya para siempre. Se
habían cumplido los versos de Jorge Manrique. La vida en un punto de es ida y
acabada. A partir de entonces tenía que aprender a vivir solo y sin ti, que era
lo peor.
Pero antes de tu muerte por
el Parkinson y el Alzheimer disfrutaste porque yo lo procuré para compensarte
de mi frialdad de adolescente. Te llevaba a todos los sitios que tú querías: a
ver cantar a Raphael, a ver Los Morancos de Triana, a Isla Mágica, al Ciclo el
Teatro y la Escuela ,
al Festival Internacional de Títeres de Sevilla, a la Feria , al Circo, a la Semana Santa , etc… Me desvivía
por ti como tú lo habías hecho por mí desde pequeño, desde ese pretil en la
azotea donde me dabas de comer. Ahora era yo el que te daba de comer a ti. Se
habían cambiado las tornas y yo compensaba así mi frialdad de adolescente
inmaduro. Y leías todos los días tu querido periódico ABC. Te lo tragabas
entero.
Yo era más de El Correo de Andalucía por haber trabajado en él. También
del Nueva Andalucía, que ya había desaparecido. Yo te llevaba flores de vez en
cuando, bombones Ferrero Rocher que te encantaban, etc… Era más fácil de lo que
yo pensaba el mostrarte el afecto, el amor, el cariño. Y así iba compensando
poco a poco mi culpa adolescente.
Cuando te moriste yo vivía
con una mujer que me dejó cuando cogí una depresión importante por tu partida a
los 80 años. Entonces me tuvieron que ingresar y fui el primer y único ingreso
en una Unidad de Psiquiatría de mi vida, concretamente en el Hospital Virgen
Macarena. Allí pasé 15 días. Allí hice el duelo por tu muerte. Allí encontré a
un psiquiatra que se interesó por mí y me puso el tratamiento que ahora tengo y
voy tirando con él. Tu ya sabes cómo son las enfermedades de nervios porque
agarraste una buena depresión con la muerte de papá en 1992. Sabías de los
altibajos que tiene el alma cuando está enfundada por la depresión. En el
hospital me hice fuerte y fui capaz de poner toda la ropa en orden, limpiar la
casa y empezar a vivir solo. Y solo estoy desde entonces. He tenido una
relación reciente con una chica pero ha salido mal y ahora mismo estoy fatigado
de fracasos y prefiero conformarme con mi soledad. Tampoco es tan trágico y es
soportable.
Tú siempre me decías que era
tu hijo favorito, lo que provocaba los celos de mis hermanas. Ellas estaban
siempre celosas de mí. Tú siempre me decías cuando salía por la noche que te
llamaba porque te preocupabas por mí. Y también me pedías que te llamara cuando
iba de viaje a mis dos destinos favoritos: Madrid y Arcos de la Frontera. Tenías
miedo por mí y creías que me iba a pasar algo porque casi siempre viajaba solo.
Siempre había sido muy solitario, aunque había tenido buenos amigos, pero ahora
la enfermedad me tenía metido en una soledad tremenda, pero que no impedía que
fuera feliz. De vez en cuando viajaba con mi hijo. Tú lo querías mucho. Sé
también que era tu nieto favorito.
Quizás porque fue el primero o quizás porque
era mi hijo. No lo sé. Pero tú siempre me preguntabas por el niño, por cómo
estaba, por cómo le iban las estudios. Estoy viviendo las cosas como si fuera
ayer mismo. Pero han pasado ya cuatro años casi de tu muerte y el vacío no lo
llena nada ni nadie, pero te espero en la otra vida. No lo olvides.
Ahora
habrás comprobado que existía otra vida, mucho más hermosa que ésta. Y eterna.
Hay tiempo para todo. Espérame en la memoria escribía una vez en un verso
dedicado a ti. Pues ahora te lo repito: que me esperes en la memoria, que me
esperes en el recuerdo, en todo lo que vivimos juntos, un trocito va este
artículo. Podría contar tantas cosas de ti, de mí, de nosotros. No pararía. Da
para hacer unas memorias nuestra relación. Fue intensa y tuvo de todo, desde lo
peor a lo mejor.
Ahora mi hijo se porta conmigo también un poco fríamente, pero
algún día comprenderá que no es necesario ser tan frío con un padre. Nadie es
perfecto y comprenderá que amar a un padre tiene tanta importancia, por ejemplo,
como amar a su novia. Simplemente son amores diferentes. Y es cuestión de
tiempo, de saber repartir el tiempo. Es cuestión de invertir las energías de la
mejor manera posible entre todas las personas que se quieren.
Yo, madre, simplemente te
deseo lo mejor.
Que estés feliz donde estés ahora mismo. Que te sientas a
gusto. Que tengas paciencia hasta que yo llegue. Ya queda menos. Cada día que
pasa queda un día menos para nuestro reencuentro. Y eso os deseo a vosotros,
amigos lectores, que tengáis paciencia con los seres queridos y fe en otra
dimensión donde los seres queridos que ya no están nos esperan impacientes a
que lleguemos. Sed felices porque la fe hace mucho. Salud y suerte.
José Cuadrado Morales