I Los dos veníamos agotados de pasar el día en la playa.
Habíamos salido por la mañana temprano y ya eran casi las diez de la noche. Conducía ella por que yo me había tomado dos cervezas y dudábamos si podía dar positivo en un control de alcoholemia.
Por la autopista la travesía es tranquila, a pesar de hallarnos en pleno agosto. Veníamos a una media de cien kilómetros por hora y el viaje no se estaba haciendo pesado. A mí me entro un poco de hambre, por lo que abrí la nevera y cogí un pedazo de tortilla que quedaba del medio día. Le ofrecí un poco a Marta pero ella dijo que no tenía apetito. Me tomé también una lata de cerveza, para acompañar a la tortilla. Encendí un cigarro después de comer. Los kilómetros iban pasando tranquilamente uno detrás de otro.
La noche se fue cerrando. Entonces fue cuando ocurrió todo.
Cambio las luces largas
a cortas por que de frente venían coches en dirección contraria. La noche era ya noche cerrada y las estrellas brillaban en la bóveda celestial. En nuestro sentido, delante de nosotros, no se divisaba ninguna luz trasera roja de ningún vehiculo. Detrás, a lo lejos nos seguía algún coche. De pronto, en medio de la autovía, estaba cruzado un caballo. Marta no pudo esquivarlo en su totalidad y dio un volantazo. El coche empezó a dar volteretas porque el caballo se metió debajo e hizo de palanca para levantar el coche. Dimos por lo menos cinco vueltas de campana.
La guardia civil llegó a los veinticinco minutos. Los sanitarios y los bomberos diez minutos más tarde. Ya no pudieron hacer nada por Marta. Yo perdí una pierna.
II A los cuatro meses me cumplió el contrato de alquiler del piso. No lo renové. Me traía muchos recuerdos cada rincón de la casa. No podía seguir viviendo si la recordaba a cada instante. Creía que estaba haciendo lo mejor. Pasar pagina y mudarme a otro sitio donde los lazos de unión con el pasado en común con Marta fueran más frágiles. Deje los muebles del dormitorio y del salón en el piso y me lleve al nuevo apartamento la cocina y el cuarto de baño, junto con mi estudio.
El nuevo apartamento en un bloque de viviendas pequeñas para solteros y estudiantes. Era un sitio tranquilo, donde los vecinos casi ni se conocían. Era lo que
necesitaba. Desde que Marta se fue me había vuelto algo más uraño y no tenía ganas de socializarme demasiado, por el contrario me agradaba estar solo y pasar las horas leyendo.
Estaba precisamente leyendo un libro de José Carlos Somoza cuando sonó el timbre de mi nuevo apartamento. Era Susana, compañera de Marta en la oficina. En seguida me vinieron recuerdos de Marta a la cabeza e hice lo que hacia cuando Marta llegaba de trabajar. Preparé dos whiskys solos con hielo. Susana se sentó y se dejo arrastrar por lo que yo le iba preguntando sin sospechar que yo estaba teniendo una especie de vuelta al pasado. Cuando quiso darse cuenta me tenía a menos de un metro y oliéndole por el cuello el perfume.
- Pero que haces Sergio
Entonces desperté de mi regresión.-Lo siento, Susana. No se lo que me ha pasado, me he dejado llevar por los recuerdos y…
Ella se marchó disculpándose por si en algún momento había insinuado algo que me indujera al error, pero ella solo venía a decirme que se había mudado a dos manzanas de allí y que ya no se sintiera tan solo que tenía una amiga cerca pero que después de lo sucedido… no sabía que pensar.
III Antes del accidente hacía mucho deporte. Ahora, después de que me amputaran la pierna no podía salir a correr ni podía practicar deporte al aire libre. Me quedaba una opción. Entrenarme en un gimnasio.
El n
uevo apartamento tenía debajo locales comerciales y en uno de ellos había un gimnasio. Era grande y se veía bastante movimiento de gente entrando y saliendo. Lo visite y me gusto. Empecé a entrenar.
Fui conociendo a mucha gente y a los cinco o seis meses ya era bastante conocido en el gimnasio.
Un día estaba con una chica de pareja entrenando y cuando terminamos salimos al bar de enfrente y a tomarnos un refresco. Ella pidió una granizada de limón, como pedía marta cuando joven. Entonces me sucedió lo mismo que con Susana, me entro una especie de vuelta al pasado
Y creí estar delante de Marta. Al instante estaba cerca de la chica y le olía en el cuello el gel de ducha hidratante recién usado. La chica se ruborizó, se levanto y me llamó fresco y caradura. Intente explicarselo pero no tuve oportunidad. Una bofetada me cruzó la cara.
IV Durante mucho tiempo estuve sin salir por la noche de marcha con los amigos. Estos me llamaban
durante la semana para preguntarme como estaba y para tomar café. Yo declinaba las invitaciones mientras me fue posible. Cuando su insistencia fue mayor no tuve más remedio que aceptar. Lo mismo pasó con las salidas de marcha por las noches. Me llamaban los fines de semana para salir a dar una vuelta y mientras pude evite las salidas. Cuando su insistencia fue demasiado persistente, tuve que aceptarlas y salir.
Primeros fuimos a cenar y luego fuimos a unas discotecas de las afueras de la ciudad.
La cena estuvo bien. Cenamos carnes y patatas asadas regadas con vinos de tierras extremeñas. Una delicia. Éramos cinco amigos dispuestos a saciar nuestro apetito no de cualquier forma.
Una vez satisfechos nos dirigimos a la discoteca.
Allí entramos los cinco dispuestos a pasar una noche pletorita. La música sonaba por todos lados de forma ensordecedora. La gente se apelotonaba en la pista.
Cuando llevaba cinco o seis cubatas. Vi a Marta.
Yo no andaba muy bien. Estaba de psicólogos por las dos vueltas al pasado que había tenido. Además el psicólogo me había dicho que me estaba volviendo bastante más superficial porque no quería indagar dentro de mi dolor y buscaba hacer cosas más banales para no encontrarme con circunstancias que i
mplicasen mi compromiso. De acuerdo, porque yo estaba en una discoteca, sitio donde yo antes no hubiera estado, pero, aquella era Marta. La seguí.
Entró por una puerta en la que se podía leer claramente “prohibido el paso” y me miro antes de entrar. Entré tras ella. Y una voz dulce, que para mi fue muy parecida a la de Marta me dijo-tranquilo-. Una mano se deslizó por mi cintura, me desabrochó la correa. Otra me quito el botón del pantalón. Eran manos ásperas. No eran las manos de Marta. La vuelta al pasado había terminado con el roce de esas manos. Alguien me bajo la portañuela. Busque un interruptor de la luz como un loco. No lo encontré. Me metí la mano en el bolsillo y saque el mechero. El fogonazo descubrió a una mujer que no se parecía en nada a Marta. Salí corriendo con los pantalones por la cintura. Ese fue mi último viaje al pasado.
La pluma negra