lunes, 6 de febrero de 2012

NO IMPORTA NADA

Hay momentos en nuestra vida que nos ayudan a crecer como personas. Son momentos cruciales en los que reflexionamos y aprendemos. Una de estas lecciones que nos da la vida la aprendí estando en la calle, aunque no la comprendí hasta mucho tiempo después. Y digo esto porque en su momento me lo tomé como una injusticia. El paso del tiempo me ha hecho comprender que las circunstancias y los acontecimientos no fueron correctamente valorados por mí en su momento y lo que entonces me tomé como una injusticia, no lo era. Ahora, con la distancia, lo veo con mucha más claridad y me hace plantearme una cruda cuestión, que da motivo a mi siguiente narración.
Estas parecen que eran las premisas que iban a guiar mi día.
Estaba cansado de tanto vivir como un vagabundo, de tanto pedir limosna. En mi fuero interno, el alcohol ya no me saciaba. Mi enfermedad psíquica se estaba acentuando. Necesitaba un cambio radical.
Cuando uno ve tambalearse el mundo que ha levantado para poder subsistir, necesita que alguien o algo le faciliten otro registro donde se encuentre cómodo y pueda moverse. Este mundo debe de estar ya formado y debe de tener una estructura sólida donde, desde un principio uno pueda sostenerse. Los que esta en la calle encuentra muchas veces ese sitio en centros de dudosa reputación que utilizan las religiones como base de su ensamblaje para captar adeptos que, por necesidad de estructurar sus vidas, entren a formar parte del sistema. Yo había estado en varios centros para curarme de mi alcoholismo y como volvía a necesitar curarme de mi drogadicción, pensé que este sería un buen lugar. Lo pensé yo y lo pensaron mi hermana y mi prima que fueron a las que les pedí ayuda. Ellas valoraron que un centro evangélico podía ser mi salvación. Mi hermana tenía una amiga que profesa esta religión y era una estupenda persona, además le iba en la vida estupendamente. Ser de una u otra religión no tiene que influir en como no sonríe la diosa fortuna pero mi hermana extrapoló que, si a la amiga las cosa le había funcionado de forma correcta, a mi dentro de esta doctrina, también me iría bien.
Bueno, pero no me trae hasta aquí el reflexionar sobre los centros evangélicos sino sobre las posibilidades de salir de la calle. Yo, esa vez, acabé en un centro evangélico. Tan solo dure una semana.
Antes de salir para el centro evangélico nos entrevistamos, mi hermana, mi prima y yo, con un trabajador social de CECOP. Primero hablo conmigo unos veinte minutos. Después hizo lo mismo con mi familia.
La entrevista conmigo fue sobre si conocía los diferentes recursos que se ofrecían para las personas sin hogar como el Centro de Acogida Municipal o el albergue Juan Carlos I, que está en el paseo del río. Le dije que si pero le explique que no podía recurrir a ninguno de ellos porque en uno estaba esperando a que me dieran plaza y en el otro había dormido la noche anterior y esta me tocaba fuera.
Cuando entrevisto a mi familia, estuve con las dos a la vez. Al principio no me quisieron decir que les había dicho el trabajador social pero luego me enteré. Les dijo que no se preocupasen por mi, que conocía de sobra los recursos y que sabía muy bien porqué estaba en la calle. Para mi la suerte no cambió. Esa noche la pase en la calle.
Era verdad.
En realidad yo seguía queriendo dormir en la calle. Mientras no me quitase mi cerveza no me importaba nada, ni mi aspecto físico ni mental. Ni mi condiciones precarias ni tener que ir empujando un carrito de la compra donde guardaba una muda mugrienta y una manta comida de mierda. Es lamentable y penoso tener que decir esto pero es cierto. Yo no quería salir de la calle. Aún no había tocado fondo.
¿Le importa a la gente de la calle estar en las circunstancias que están o no?.
En su día a mi no me importaba mientras no me quitasen la litrona.


LA PLUMA NEGRA

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