El mendigo urbano no vive, sobrevive. Vive según las circunstancias
de cada día porque está a la intemperie y nunca sabe los elementos
meteorológicos y de otros tipos que le van a afectar.
Nunca sabe dónde va a tener su casa. A veces está cinco días
seguidos en un albergue o centro de acogida y después tiene que irse
a dormir a un parque, por ejemplo el del Alamillo. Állí monta su
cama como mejor puede: establece un espacio donde quepa su cuerpo y
pone unos cartones o mantas en el mejor de los casos, se unta crema
antimosquitos cuando es verano y se pone un chubasquero cuando es
invierno para defenderse de la lluvia. Con un jersey se abriga un
poco y prácticamente se quita el frío de encima. Antes de dormir
cena lo que ha podido conseguir en los distintos Centros de ayuda a
las personas indigentes, las personas que no tienen ni tan siquiera
una pequeña pensión no contributiva para vivir con un mínimo de
dignidad. Muchas veces el mendigo urbano se ha buscado la vida
durante el día aparcando coches y recibiendo la crítica de los
demás que no conocen sus circunstancias personales.
A nadie le importa un mendigo urbano salvo a las monjitas de diversos
conventos y a los voluntarios que colaboran desinteresadamente con
ellas todos los días del año, sin excepción. La noche la pasa como
puede en el parque, por ejemplo, amenazado no sólo por los
mosquitos, sino por las ratas que marinean por las ramas de los
árboles que también quieren establecer su territorio porque
funcionan como animales. Y como animales funciona también el mendigo
urbano porque se trata básicamente de una palabra: supervivencia.
Durante el día desayuna en alguno de los sitios donde pueden tomar
un poco de café o leche manchada con unas cuantas galletas. A veces
tiene suerte y le reservan un bollito de leche o un trozo de
bizcocho, sobre todo si se trata de una fecha especial, como por
ejemplo la última que ha pasado de Todos los Santos: había un
bollito de leche y el mendigo urbano se ha sentido feliz porque
alguien, algunas personas mejor dicho le tienen en cuenta. El mendigo
urbano no está olvidado del mundo. Está despreciado por el mundo,
pero tenido muy en cuenta por entidades como los conventos, San Juan
de Dios, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, la Cruz
Roja y otras.
Almuerza en muchos de los comedores sociales o benéficos que están
en la ciudad. Allí se alimenta como es debido sin tener que
justificar sus ingresos. Almuerza con dignidad, se alimenta como es
debido. En ocasiones le dan un refresco como una Coca-Cola o un
vasito de Sunny, con lo que la comida sabe más agradable. El mendigo
urbano puede repetir el primer plato, pero no el segundo. También la
alimentación tiene sus limitaciones porque son muchas las personas
con problemas económicos, con prioridades básicas a satisfacer de
inmediato.
El
mendigo urbano se ducha en algunos sitios donde tienen este servicio.
Lava su ropa normalmente en el río y la seca poniéndola en diversos
sitios en verano. En invierno le cuesta más trabajo y tarda mucho en
secar sus pocos trapos mediodignos. Consigue la ropa en los roperos o
armarios de diversas entidades. Vive de las campañas de verano y de
invierno, también llamadas temporadas de calor y de frío. Según la
época del año le dan una ropa u otra, pero pueden satisfacer sus
necesidades, vivir con una cierta dignidad que la sociedad le niega.
El mendigo urbano está muy estigmatizado, un poco como los enfermos
mentales. De hecho hay muchos casos de mendigo urbano con problemas
de salud mental. Ha llegado a una situación de
dependencia de los demás y encima tiene que sufrir los efectos
secundarios de la enfermedad mental.
El
mendigo urbano para distraerse o invertir las muchas horas que tiene
libres a lo largo del día suele ir a las Bibliotecas Públicas a
utilizar internet y navegar y de camino aprender mucho. Hay muchos
mendigos urbanos que tienen una cultura general muy grande e incluso
preparación universitaria pero la vida le ha llevado a vivir en esas
duras circunstancias. Hay abogados que han fracasado y se han visto
obligados a vivir en la calle, a malvivir con lo mínimo que le dan
los demás. Y los hay de otras carreras que igualmente están pasando
una época muy mala y se ven obligados a vivir en la calle.
Hay muchos casos de divorciados que han sido despojados de todas sus
posesiones en favor de sus ex-mujeres y sin nada se han tenido que
lanzar a la calle para vivir como mendigos urbanos. Hay personas que
se han quedado sin trabajo y se han lanzado también a la calle, a
esa dura aventura de vivir sin nada salvo la solidaridad de un puñado
de buenas personas.
Hay mendigos urbanos que lo son por vocación, porque quieren estar
al margen de la sociedad en todos los sentidos y no quieren seguir
ninguna regla, ni siquiera la de tener una casa propia y tener que
pagar contribución y otros impuestos. Son los menos de los mendigos
urbanos, pero los hay vocacionales y yo los he conocido. Y eso se
nota porque se les ve felices y van por la vida con la cabeza muy
alta porque se sienten orgullosos de su situación y no sienten la
más mínima autocompasión.
La gente normal, por así decirlo, tira el dinero. El mendigo urbano
lo administra como si fuera un Banco. Mira por los euros que tanto
trabajo le cuesta conseguir. A veces te encuentras a un mendigo
urbano que tiene una cultura inmensa. La cultura de los libros y la
cultura de la calle, ambas mezcladas. Con esa cultura va viviendo con
toda dignidad sin envidiar las posesiones de los demás. No es
conformarse con lo que tiene. Es valorar lo que tiene. Ser mendigo
urbano te da una medida diferente de las cosas. Te hace valorar mucho
cualquier cosa que dejen abandonada en un contenedor de basura y es
que lo que no sirve para una persona normal para el mendigo urbano
puede ser un auténtico tesoro. Pasa eso también con la comida que
tiran los restaurantes. Muchos se la comen porque aún está
comestible, aún está buena, pero la desprecian los chefs de los
restaurantes.
Podría decir muchas más cosas del mendigo urbano, de su día a día.
Este pequeño diario da una idea de cómo es su vida, de cómo
sobreviven diariamente superando las múltiples dificultades que
tienen por su situación personal. Desde aquí animo a todos para que
valoren la vida de estas personas anónimas que tienen su propia
historia vital y merecen todo el respeto y la consideración
necesarias. Yo he hablado con muchos y me he quedado prendado de cómo
son y de cuánto tienen que ofrecer a la sociedad que les margina.
Hay también mala gente, pero mala gente hay también entre las
llamadas personas normales.
Doy por bueno este artículo si se llama la atención sobre el
denostado mendigo urbano.
Salud y suerte.
José
Cuadrado Morales