Recuerdo, con una sensación entre
nostálgica, un tiempo, en el colegio religioso situado en el barrio del
Brillante, en Córdoba, donde empiezan las primeras estribaciones de Sierra
morena, cómo estaba de moda el fenómeno OVNI en los medios de comunicación .
Sería en primavera, pues se notaba en la exuberancia vegetal, el calor cordobés
empezaba a picar y sobretodo en el
nerviosismo y excitación que esta
estación produce en nuestros organismos. Así, viendo ahora lo que viví en ese
momento, lo voy a contextualizar: serían sobre las doce, y uno, más que atender
en la clase lo que correspondiera, estaba esperando a que sobresaliera sobre el
horizonte y por encima del perfil serrano, un OVNI en forma de cigarro puro…
pero sobre todo lo que más impresiona ahora es el estallido físico y emocional
que produce la primavera, y más cuando tienes 12 años, ésa edad en que la
asilvestrada y efervescente naturaleza, provoca en los cuerpos la búsqueda de
algo nuevo, atávico, primitivo, natural, se produce la madurez biológica, que
no mental ni social, el descubrimiento del sexo como forma de “obtener” placer,
y la abstinencia y autocontrol que el sistema educativo que ése colegio, y
otros de la misma condición, exigía.
El despertar de la sexualidad en la adolescencia es
particularmente importante, no tanto porque brote, que es intrínsicamente
natural (somos animales) , sino por intentar taponarla, castigarla, oprimirla;
y más todavía cuando la educación es en un colegio interno, unisexual, que se
obvia lo evidente (el sexo), negando un discurso lógico, un dejar fluir, lo que
convierte el sexo, visto ahora, en un asunto inexplicablemente oscuro desde la
psicología. Lo que se prohíbe, se busca
de otra manera.
Diego.
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