No estoy hablando de un gato
cualquiera, sino de un gato muy particular: el que fue mi mascota doméstica
durante muchos años hasta su muerte. Se cumplen ahora precisamente años de su
fallecimiento. Se llamaba Renato. El nombre tiene dos razones de ser: se
inspira en el nombre de mi hermana pequeña Renata, quien recibió este nombre de
un tío mío de Italia, quien casó con una tía mía hermana de mi madre que hace
más de 50 años se fue a Roma a buscar más salidas a su vida ya que estaba completamente
asfixiada en un ambiente pueblerino agobiante y opresor.
También le puse al gato Renato
porque en latín significa renacido (como el título de la película de Alejandro
González Iñárritu que ha cosechado un montón de nominaciones a los Premios óscar
de este año). A mi gato le salvé yo la vida y por eso es como si hubiera
renacido porque sin mí casi con toda probabilidad hubiera muerto. Y creo que él
lo sabía.
La historia comenzó hace más
de 20 años. La enfermedad aún no me había atrapado lo suficiente y yo trabajaba
como funcionario de carrera en la
Consejería de Economía y Hacienda de la Junta de Andalucía. Un día
de tantos fui a desayunar con la chica que después se convertiría en mi novia,
Mari Carmen, y escuchamos unos maullidos que venían de debajo de un coche. Me
asomé y allí estaba él, pequeño, prácticamente recién nacido y al amparo de
cualquier cosa mala que pudiera pasarle. Lo cogimos y decidimos quedarnos el
gato. Ella tenía un perro llamado Goli, que ya murió también, así que tomamos la
decisión de que yo me lo llevaría a mi casa. Yo vivía entonces en la calle
Lisboa del Cerro del Águila, solo. Acababa de romper una relación con una chica
de Puerto Real después de 13 meses viviendo juntos. Se llamaba también Mari
Carmen. Yo estaba bastante mal por eso y el gato me haría compañía. Pero había
que cuidarlo y sacarlo adelante porque era un bebé.
Lo primero que hicimos Mari
Carmen y yo fue limpiarlo por dentro con manzanilla. Le dimos muchos biberones
de manzanilla en infusión para limpiarlo y quitarle todos los microbios que
había cogido en la calle desde que lo abandonó su madre. Después ya fui
criándolo con biberones de leche hasta que pudo comer por sí solo. Fue una
etapa difícil para él porque parecía no querer seguir viviendo por haber sido
abandonado por su madre, pero mi insistencia en que sobreviviera, con la ayuda
de mi amiga, era enorme. Además su presencia en mi casa de alquiler me daba
ánimos para superar mi reciente ruptura de pareja.
Al principio yo lo acostaba
conmigo para darle calor. Él también me lo daba a mí. Nos llevábamos muy bien y
él se sentía muy a gusto. Fue creciendo rápidamente. Tenía unos colores blanco
y marrón muy bonitos. Renato parecía estarme agradecido por lo mucho que estaba
haciendo por él.
Cuando ya creció un poquito
más lo acostaba en una silla al lado de mi cama por si necesitaba algo.
Recuerdo que una noche me atacó lanzándose directamente a mis ojos para
arañarme. Nunca sabré por qué hizo eso, pero casi me saca los ojos. Ya, llegado
el momento, le puse su propia cama con unas toallas y una mantita que le
compré. Hacía sus necesidades en un recipiente amplio donde le tenía puesta
arena que olía muy bien. Me costó enseñarlo pero lo conseguí. Al principio se
orinaba donde le parecía, pero llegó el momento en que comprendió que tenía que
hacer sus necesidades en la bandeja que yo le había comprado.
También le compré un collar
antiparásitos, que le renovaba cada tres meses más o menos. Siempre estaba muy
limpio porque los gatos se lavan constantemente y porque yo le procuraba la
máxima higiene.
Cumplidos unos meses de mi
separación empecé a salir con la otra Mari Carmen, la chica con la que encontré
a Renato en la calle. Yo me mudé de vivienda porque el alquiler era muy alto y
me fui a vivir al Barrio de la
Barzola, a la calle Brenes. Recuerdo que la mudanza la hice
en una furgoneta, en la que iba muy asustado Renato. Era la primera vez que
salía de casa y el traqueteo de la furgoneta le producía creo yo miedo por no
saber qué estaba pasando y a dónde lo estaba llevando.
Vivimos juntos en la calle
Brenes cuatro años. Él tenía su habitación propia porque el piso era muy grande
y tenía tres dormitorios. En su cuarto tenía su pelota y otros juguetes y se lo
pasaba muy bien, pero también se sentaba conmigo a ver la televisión y
jugábamos y de vez en cuando salíamos a la calle para que le diera el aire y
relajara porque se solía poner bastante nervioso.
En la calle Brenes estuvimos
hasta que me casé. Entonces tuve que llevarlo a casa de mis padres en la calle
Lira porque mi mujer no quería que estuviese en casa con nosotros. Con mi madre
estaba muy a gusto, pero de vez en cuando lloraba, imagino que porque me echaba
de menos. Yo también lo echaba de menos. Ya tenía unos añitos y se ponía
melancólico. También tenía su habitación particular en casa de mis padres. La
casa tenía dos plantas y sobraban habitaciones. Mi madre le limpiaba la
habitación de vez en cuando. Estaba siempre muy limpio y llegó a acostumbrarse
a estar sin mí. Pero ya digo que nos veíamos con frecuencia y mis padres lo
trataban muy bien.
Mi padre falleció y la
presencia de Renato daba vida a mi madre. Se convirtió entonces en un buen
aliado de ella. Un buen amigo que estaba en todo momento con ella, aunque había
que tener cuidado porque mi madre abría con frecuencia la puerta de la calle y
siempre tenía miedo de que se escapara. También había que tener cuidado con la
puerta de la azotea. Por ahí también podía escaparse marineando por otros
bloques unidos a casa de mi madre.
Poco a poco fueron pasando
los años y Renato fue envejeciendo, pero podía dar gracias a Dios porque la
vida se la habíamos regalado entre Mari Carmen, yo y mi madre. Siempre estuvo
muy cuidado y no le faltó de nada. Quizás una gata hubiera sido un buena
compañía para ella, pero era demasiado para mi madre. Renato intentó muchas
veces irse de casa de mi madre en época de celo, pero siempre evitamos que
consiguiera su propósito.
Encontró un lugar muy
confortable en el sofá de casa de mi madre. Allí se pasaba las horas durmiendo.
El resto del tiempo estaba en su cuarto, siempre con su collar antiparasitario,
con su bandeja y su arena para hacer sus necesidades. Yo le llevaba todas las
cosas a mi madre para que ella no tuviera que desplazarse hasta la tienda de
animales que estaba un poco lejos. Le llevaba también su whiskas, que le
encantaba. Y las bolsas de comida. Se acostumbró desde que estuvimos en la
calle Brenes a comer comida enlatada y embolsada, y siempre se alimentó bien
así.
Una vez me lo llevé al parque
metido dentro de un macuto. Lo solté y corrió mucho por allí. Fue una
experiencia muy bonita de libertad para él. En cierta manera le di un regalo
porque al salvarle la vida le quité también la libertad, aunque creo que no
hubiera sobrevivido. Y nunca hubiera estado tan a gusto como en mi casa y en
casa de mi madre.
Le gustaba mucho que le
acariciara el cuello, donde tenía puesto el collar para los parásitos. Se
quedaba dormido mientras lo acariciaba. Poco a poco fue envejeciendo y empezó a
tener achaques como todos los animales. Nunca le faltaron sus vacunas y los
cuidados veterinarios que le eran necesarios. Aunque siempre tuvo una salud de
hierro. Estaba muy bien cuidado. Yo y mi madre lo cuidábamos muy bien y le
dábamos mucho cariño.
Cuando murió me llevé un palo
muy gordo. Me lo encontré muerto en su habitación un día que fui a visitar a mi
madre. Murió de viejo. No tenía ninguna enfermedad. Había sido mi compañero
durante muchos años y desde entonces ya no he tenido más mascotas. Desde mi
divorcio he estado tentado muchas veces de tener otra mascota.
He pensado en
comprarme otro gato o un perro, pero como vivo solo pienso que no podría
cuidarlo como es debido y el animal estaría solo mucho tiempo. Paso muchas
horas fuera de casa y no quiero que ningún animal se sienta triste. Cuando un
gato llora lo hace con unos maullidos tremendos, como aquellos que emitía
Renato cuando me lo encontré debajo del coche. Nunca me arrepentiré de haberlo
cogido. Mari Carmen fue a visitarlo varias veces. Además: siempre lo veía
cuando iba de visita a mi casa o a casa de mi madre. Mi mujer no quería saber
nada de él porque no le gustaban los animales. Siempre tuvo quien lo quiso. Mi
madre acabó por aceptarlo bien y yo lo quería como siempre había hecho.
Sirva este artículo como
homenaje a Renato y como homenaje a todas las mascotas que hacen compañía a
tantas personas y hacen tanto bien a los mayores o a las personas solitarias. Y
sirva de homenaje a todos los veterinarios y a todas las Asociaciones dedicadas
a la lucha por el bienestar de los animales que siempre están trabajando para
que los animales tengan una vida digna y no sean abandonados por sus dueños.
Muchas Asociaciones se hacen cargo de los animales abandonados: son muchos los
perros abandonados, también los gatos, animales de compañía más frecuentes.
Salud y suerte.
José Cuadrado Morales