El
hombre más solo del mundo es cualquiera de nosotros que camina junto
a la austera efigie de Antonio Machado. Ya sabéis que él siempre
conversaba con el hombre que iba con él. Ese hombre era él mismo y
su soledad, la soledad terrible de haber perdido al ser amado. La
soledad de la pérdida, de la terrible pérdida que no tiene ya
remedio, que el tiempo ha pasado arrasándolo todo. Apenas dejó un
poco de aire para respirar, para seguir viviendo, subsistiendo en un
mundo complejo al alcance de todas clase de almas.
Antonio
Machado era el hombre más solo del mundo. Se le murió su joven
mujer y se encontró frente a una soledad brutal. Había mucha
diferencia de edad entre él y su compañera, pero la enfermedad y la
muerte no conocen de edades y se lo llevan todo por delante cuando
más necesario nos resulta aquello que perdemos.
Antonio
se encontró solo ante el peligro, el peligro del desamor, de la
soledad gigantesca que todo lo devora, que todo se lo lleva como las
olas las huellas en la playa en cualquier caída de tarde de verano,
cuando aún la estrella errante de aquel actor se debatía entre la
vida y la muerte.
Antonio
se fue a escribir su Campos de Castilla a Soria, a olvidar en una
ciudad pequeña un dolor muy grande, a mitigar en la medida de lo
imposible el amargor de la derrota. Porque un beso se da y es un
triunfo, pero cuando no se puede es una tremenda derrota porque se ha
perdido el tiempo, el miedo ha sustituido al deseo y éste ha quedado
tocado para siempre como un coronavirus cualquiera. Es la soledad, lo
que hace que el hombre se convierta en el ser más solo del mundo, el
ser que deambula por las montañas como una abrupta brisa invernal
que todo lo hiela. Soria y la sobriedad, sobria y la falta de
emociones porque para qué seguir sufriendo.
Antonio
está lejos de todo ser querido, está lejos de su hermano y sus
emociones se deshacen como un sobre de azúcar. Escribir para
sobrevivir como puede y da clases de francés porque hay que
subsistir. Porque la vida siempre continúa después de cada muerte.
Cada muerte deja un reguero de emociones inútiles, de sinsabores que
no se va a llevar ninguna tempestad. El escritor sin su compañera
sólo puede seguir escribiendo, creando libros, dando consejos a los
demás como si él tuviera la solución a algún problema real.
El
poeta divaga con las palabras e imagina un amor nuevo. Vendrá su
Doña Guiomar a aliviar sus últimos años, pero nadie sabrá quién
es. Sólo quedarán las cartas de amor, los pequeños señuelos que
se le ponen a la vida para que ésta quede atrapada en sí misma y
pueda resucitar cuando hay algún problema.
La
vida continúa en un poema, en cualquier texto escrito desde una
distancia aparentemente fría. La soledad lo invade todo como un
cáncer que acaba con carnes y huesos, y no deja nada salvo en el
mejor de los casos unas pocas ganas de seguir viviendo. Y Antonio
quiso seguir viviendo y amando, sin olvidar, porque el olvido sí que
es una muerte dolorosa porque es en vida.
La
muerte final nos deja en un olvido definitivo de nosotros mismos.
Quedamos sólo en la memoria de los otros, en la memoria de todos
aquellos que nos quisieron de alguna u otra manera, más o menos, con
pasión o sin intensidad. Hay tantas formas de amar que resultaría
prolijo definir cada clase de amor con las palabras acertadas y
breves.
Antonio
daba consejos a través de Juan de Mairena. Él había aprendido
mucho de la vida y podía enseñar a los demás con una sabiduría
sencilla, de andar por casa, de transmitir a los demás los elementos
más básicos de la supervivencia.
El
hombre más solo del mundo sigue hablando consigo mismo
constantemente. Ya está muerto pero tiene vida especial para
sobrevivir por encima de todo.
El
hombre más solo del mundo sale adelante siempre en la otra vida
porque allí no hay soledad. Están todos los espíritus que
sobrevivieron a la muerte y dan una fuerza inmensa para vivir.
Antonio
Machado era el hombre más solo del mundo, pero nos dejó libros para
acompañarnos y no dejarnos nunca solos, huérfanos de palabras.
Gracias.
Salud
y suerte.
José
Cuadrado Morales
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