Gracias
a Dios como siempre digo es lunes. He sobrevivido a otro terrible fin de
semana. Odio los fines de semana. Han sido dos días completos en los que he
tenido que aplicar mis propias teorías desarrolladas en los recientes artículos
Harto ya de estar harto ya me cansé y Voracidad.
El
sábado fue bueno. Lo dediqué en gran parte a hacer faenas de amo de casa. Vivo
solo y todavía estoy físicamente bien para hacer las cosas. Lavé, limpié, fui a
la compra, cociné para varios días, etc… Después tuve ocasión de ver dos
películas: Abraham Lincoln: cazador de vampiros y Sleepy Hollow. Bastante
interesantes las dos. Ya por la noche escuché por la radio el partido
Sevilla-Leganés. Ganó mi equipo sevillista por 2-1. Ya nos hacía falta una
victoria para espantar fantasmas. Marcaron Ben Yedder a pase de Sarabia y el
propio Sarabia. Ahora tenemos un partido muy importante el miércoles 1 de
noviembre frente al Spartak de Moscú. De él depende en gran medida la
supervivencia en la Liga
de Campeones de este año.
Terminé
el sábado bien. Pero ayer domingo mi amiga la ansiedad se acordó otra vez de mí
intensamente y a partir de las 6 de la tarde empecé a sentirme muy mal. Tuve la
tentación como el domingo anterior de meterme en la cama para olvidarme de todo
y superar la ansiedad, pero no. Tenía que aplicar mis propias teorías, si no
corro el riesgo de ser un incoherente.
Me
quedé sentado en mi sillón azul. Cené temprano y frugalmente. Me puse a ver la
tele. Y así estuve hasta las 22.30 cuando ya me acosté. Y la ansiedad estaba
casi superada. Con voracidad la había vencido. Estoy harto de que sea ella la
que me venza a mí, la que me ordene lo que tengo que hacer con mi vida cuando
mi vida es mía. Sólo mía. Y de Dios, claro.
Pues
ahí quería yo llegar hoy. A la vida. Hace muchos años fui a una conferencia de
Antonio Gala en la que dijo una frase que se me quedó clavada: “La vida es ese
algo que nos traspasa y cuando se cansa de nosotros nos abandona sin piedad”. Y
es cierta. La vida es como una enfermedad que nos entra y está más o menos
tiempo con nosotros y conlleva la muerte definitiva o en apariencia definitiva.
Antonio Gala explicó todas las sensaciones que vivimos, la necesidad de la
supervivencia durante el tiempo que dura la vida, la obligación que tenemos de
cuidarla, de hacer con ella lo mejor posible para sacarle el mayor partido. La
vida es una responsabilidad muy grande y debemos mirar por ella todo lo
posible.
Decía
Juan Ramón Jiménez que no es la muerte la que da sentido a la vida, sino la
vida la que da sentido a la muerte. Y es cierto. No nacemos porque morimos,
sino que morimos porque nacemos. Primero que nada es la vida. Y él lo sabía
bien porque desde muy joven tuvo que ser ingresado en sanatorios mentales por
sus problemas nerviosos debidos fundamentalmente a la muerte de su padre.
Cuando paseaba en su burro por Moguer le llamaban “el loco” como cuenta en
Platero y yo. Pero a él ya le importaba muy poco. Había paladeado el dolor de
la enfermedad mental y los prejuicios ajenos le importaban ya un pimiento.
Siempre he tenido muy presente la frase del Premio Nobel de Literatura de 1956.
Yo nací hace ya más de 56 años y sé que voy a morir. La consciencia de la
muerte no me asusta sino que me anima a seguir adelante hasta que llegue el
momento de un final que no será definitivo porque yo creo en el más allá, en
una vida después de la muerte con Dios. Tenemos un tiempo límite de vida, por
lo que tenemos que aprovecharlo lo máximo posible para que cuando llegue el
momento del tránsito no nos tengamos que arrepentir de haber desperdiciado la
vida. Esto es tan grave como desperdiciar el talento, como decía Robert de Niro
en la única película que ha dirigido hasta ahora: Una historia del Bronx.
Decía: “No hay nada peor que el talento malgastado”. Se lo intentaba inculcar a
su hijo. Yo añado que sí puede haber algo peor: la vida malgastada.
No
nos podemos permitir el triste privilegio de desperdiciar la existencia. De estar
tirado por ejemplo en un sofá días y días sin hacer nada, viendo pasar la
existencia ante nosotros con una indolencia criminal.
Me
acuerdo ahora de mi hijo y de lo que suele decir él: “La vida es la vida misma,
en sí es vida y como tal tenemos que aceptarla”. Ante la adversidad él siempre
contesta con un escueto “la vida”. O a veces me responde: “A ver”, como un fatalismo positivo que significa comprender
todo el intríngulis que conlleva la existencia. Las cosas ocurren porque tienen
que ocurrir. La vida existe porque tiene que existir y hay que darle a cada
cosa el valor justo que le corresponde. Sin más. Sin más reflexiones, sin más
comerse el tarro o buscarle al famoso gato tres patas. La sencillez reflexiva
es una forma casi pasiva de aceptar la existencia y todas las cosas que ella
nos inspira.
Un
amigo mío dice, muy optimista él, que la vida es una permanente antesala de la
muerte. En cierta manera es verdad porque tenemos la consciencia de que vamos a
morir. Disponemos de un tiempo finito. Hay el que hay y no vamos a cambiarlo. Y
además no lo sabemos. No sabemos cuánto tiempo vamos a vivir. Esto puede
generar angustia, pero yo prefiero verlo como un juego: si no sabemos cuándo
vamos a morir, tenemos que aprovechar cada instante como si fuera el último
porque realmente puede ser el último. Es como la muerte súbita: todo se acaba
en un instante. Como decía Jorge Manrique: “Todo es ido en un momento “ o algo
parecido. Todo se puede acabar en un momento y decimos adiós a todo lo que
queda aquí.
Me
acuerdo ahora de un amigo poeta que archivaba todo para conservar memoria de
cuanto había hecho en vida. Murió casi de pronto cuando aún no había cumplido
los cincuenta y su familia tiró todo lo que él había estado archivando. Es
decir, yo he dejado de archivar todo lo que antes archivaba porque no quiero
que “me tiren” cuando muera. Prefiero publicar todos mis libros con Depósito
Legal e ISBN para que nadie pueda tirar mi vida a la basura. Un libro cada año,
un trozo de vida contado en un puñado de páginas. Vivo en realidad por un puñado de páginas. Para mí la palabra escrita
lo es todo. Escribo unos whatsapps normalmente muy largos, como si estuviera
escribiendo una carta. Mi hijo escribe sin embargo unos whatsapps tremendamente
cortos, lacónicos. Él dice que se crearon para ser escuetos, pero yo los
utilizo como cartas y cuento muchas cosas, las mismas que diría cara a cara,
pero aprovecho las ventajas de la tecnología.
De
las redes sociales es la que más utilizo: el whatsapp. Creo sinceramente que es
un gran invento y sirve para poner fácilmente en contacto a las personas, de
una forma automática y rápida. La vida en un whatsapp podría ser un buen título
para un libro de poesía. Intentar condensarlo todo en un libro. Porque es la
vida también como un libro que vamos escribiendo, en el que vamos dejando
constancia de todo cuanto vamos haciendo y desarrollando.
Creo
que es muy bueno no saber cuándo vamos a morir, aunque se pueda decir que la
vida es una antesala permanente de la muerte. No es negatividad, sino un
realismo brutal cargado de optimismo disfrazado de ingenuidad. Tenemos un
tiempo indeterminado para vivir y debemos hacer con él lo máximo posible.
Y
no hacer por hacer, sino con plena consciencia de que le estamos sacando
partido realmente al tiempo del que disponemos. Eso es ser responsable: tener
el conocimiento de que la vida es un don que nos es regalado y lo bendecimos
tratándola lo mejor posible. Sabiendo esto no será amargo levantarse cada día y
luchar y vivir a un mismo tiempo.
Éste
es el mensaje que lanzo en mi artículo de hoy: la vida es una lucha, pero
también la vida es vivirla. Parece una paradoja, pero es más que eso. Hay que
luchar, pero no hay que olvidarse de vivir. No nos podemos pasar toda la vida
luchando, sino que tenemos que vivir para poder decir al final de la historia
que hemos puesto un final feliz porque hemos pasado por nuestra existencia con
verdadero papel protagonista.
Seamos
protagonistas de nuestra vida. Que nadie nos arrincone en un papel de estricto
secundario sin fundamento. La vida de cada uno es intransferible. La vida es
ella y nosotros. La vida es una y múltiple. La vida. A ver. Salud y suerte.
José Cuadrado Morales
Qué sabias palabra, José. nos encanta leerte. Un abrazo
ResponderEliminarQueridos amigos de Rentería: gracias como siempre por vuestras amables palabras de apoyo a mi trabajo cotidiano. Gracias por decirme que os encanta leerme. Yo procuro siempre dar lo mejor de mí mismo en mis artículos y en todos los trabajos que realizo para la Ura Macarena. Me encanta que ese trabajo llegue a vosotros puro, en estado de inmaculada sinceridad. Un abrazo muy fuerte de vuestro fiel amigo sevillano José Cuadrado.
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