jueves, 20 de abril de 2017

CAMINO DE LA BORRACHUELA.

En tiempos remotos pertenecías a los mares del Océano Atlántico, siendo inacabable tu extensión, menguando en el paso de nuestra evolución, tus aguas saladas minoraban dejando las arenas finas y cristalinas recubiertas de un manto superior, llenas de retales con conchas preciosas deslumbradas por nuestro astro sol.
Acompañadas por un follaje infinito de vistas espectaculares, despampanantes de contemplar, teniendo esa gran oportunidad de pasear por tus caminos forrados por grandes zonas de lagunetas, acariciadas con arroyos llenos de tomillos, tus flores roseas, blancas y olorosas se mezclan con el aroma de la lavanda esparcida por el aire, que con su gran perfume me emborracho; Observando como agarrabas las matas  que se elevan por encima de tu cintura, las cuales sus hojas eran ovaladas, proclamabas el secreto de sus frutos esféricos, mientras que las flores amarillentas que nos rodeaban prestaban atención a tu gran saber aprendido por la herencia de tus tiempos, vi como tu mano arraigo con tus dedos de mujer, ese fruto tan apreciado del lentisco con su color morado negruzco lo acercabas con taciturna hacia tus dientes masticándolos con ternura, y desvelándome tu conocimiento sobre el buen aliento.
Me enseñaste esos caminos con paisajes amplios y esbeltos, aprendí a diferenciar el sembrado que había en ellos, de esta forma te profeso mi agradecimiento eterno. Contigo descubrí las esparragueras y eucaliptos a los laterales del sendero, fijándome en tus andares desde la parte posterior de tu cuerpo. Eclipsado quede con tu pelo distinguiendo los alcornocales de los pinos nuevos, que de la charca alimentaban sus raíces profundas en el subsuelo. Cerca se encontraban esos arbustos siempre verdes, con sus ramas de color pardo, a la vez que tus labios divulgaron jara y jaguarzo. Las clavellinas impenetrables que ocupaban parte del espacio, floreciendo en febrero cunden con su carmesí a todos los enamorados en esta vida amarga en el tiempo, por los años pasados. Almonte y Mazagon fueron los que te bautizaron con el nombre de madroño, percatándoles en octubre de tus flores en panoja de los sabrosos frutos reducidos y arracimados. De tal forma tomas paso por la carretera de los cabezudos, prestándote esta mi pasión.

 El vuelo de los cisnes.

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