A lo largo de los años que
llevo afectado por problemas de salud mental son muchos los psiquiatras,
psicólogos y demás profesionales que he conocido. He hecho numerosas terapias y
he aprendido muchas cosas tanto individual como colectivamente.
Sería muy difícil relatar
aquí todas esas cosas aprendidas, por lo que haré un resumen apretado. Recuerdo
una psicóloga que me dijo que cuando me preguntaran cómo estaba respondiera que bien para que así, a fuerza de oír la
palabra bien, me pusiera realmente bien. En parte ha funcionado porque he hecho
una valoración positiva de mi enfermedad, básicamente el TOC, es decir, el
Trastorno Obsesivo Compulsivo. Me hace mucho daño, pero me beneficia oírme a mí
mismo decir que estoy bien cuando alguien me pregunta cómo estoy.
Recuerdo también a una
psiquiatra (no daré nombres en este artículo para conservar la privacidad de
los profesionales por si alguno se puede molestar) que me dijo que cuando
estuviera mal me dijera a mí mismo que no era el final, que me quedaba todavía
un largo camino que recorrer en el que debía cultivar la esperanza y el deseo
de hacer las cosas de una manera distinta a como las venía haciendo hasta
ahora. Es decir: que me quedaba mucho tiempo por delante. Y funciona también.
Me digo a mí mismo en las crisis más agudas que no es el final, que hay tiempo
por vivir y tiempo para arreglar las cosas, para reconducir mi camino y tirar
hacia delante. Y ser optimista. Ya os he dicho en alguna ocasión cuál es mi
lema, así que no lo repetiré en este artículo, pero ese lema es fruto en gran
medida de todas mis experiencias con los distintos profesionales de salud
mental, a lo que estaré siempre muy agradecido.
Recuerdo también a otra
psiquiatra que me dijo que cuando estuviera mal me aferrara a algo que me diera
positividad, algo que yo valorara mucho
y me diera felicidad. Y funciona también. Yo me aferro al Sevilla F.C., el
equipo de fútbol, que lleva una década dándonos alegrías a los sevillistas con
todos los trofeos conquistados, especialmente las cuatro Copas de la UEFA. Cuando estoy mal pienso
en el Sevilla F.C. y me animo. Me aferro también a otras cosas, pero sería
prolijo desarrollarlo aquí. Me basta con mencionar al equipo de fútbol.
Otro de los mejores consejos
que me han dado me lo dio un psiquiatra hace ya muchos años: que no me hiciera
nunca la víctima cuando estuviera mal porque eso lo único que haría sería
ponerme peor. Y es cierto: cuando me he hecho la víctima me he puesto mucho
peor porque entre otras cosas he alejado de mi lado a personas que no
soportaban el victimismo. Ya escribí en su momento un artículo dedicado al
victimismo, que es algo que particularmente aborrezco. Y hay muchas personas
que van por la vida de víctimas. Cuanta menos cuenta se eche a esas personas
mejor.
Podría decir muchas más cosas
que he aprendido de los distintos profesionales de la salud mental. Pero ahora
quiero centrarme en una muy importante que es la que más me ha marcado. Me la
han dicho dos psiquiatras que no tenían nada que ver el uno con el otro.
El primero fue un comandante
del ejército durante mi época de la mili, que no llegué a hacer por mis
problemas de salud mental. Él me dijo que mejoraría en cuanto yo encontrara a
Dios. Que cuando lo conociera conocería realmente el verdadero amor y me
sentiría mucho más reconfortado y mejor. Estoy hablando de los años 1983 y
1984, cuando pasé los Tribunales Médicos en Granada y en Sevilla. El comandante
me abrió mucho los ojos. Yo era muy joven entonces y no llegué a entender del
todo lo que me quería decir, pero nunca olvidé ese camino hacia Dios que me
había abierto el militar.
Años después, bastantes años
después, conocí a otro psiquiatra que insistiría en la idea de Dios. Él me
escuchó durante muchas sesiones. Me dijo que no me apoyara en nadie porque ya
había visto que todos me habían fallado: mi ex mujer, los amigos, algunos
familiares, etc… Y que nadie entendía bien mi enfermedad. Lo que tenía que
hacer era algo muy distinto.
Me dijo que tenía que
apoyarme en mí, que yo era el que no tenía que fallarme, que tenía que contar
siempre conmigo y mirar en todo momento por mí, sin que eso me convirtiera en
una persona egoísta. No es aquello de primero yo, después yo y si queda un
poquito también para mí. Sino algo mucho simple: la caridad bien entendida
empieza por uno mismo. Me dijo que yo me tenía muy olvidado y que tenía que
mirar por mí mismo. Que tenía que tener más autoestima y con ello mayor
flexibilidad, cosa que forma parte de mi lema, al que ya he hecho alusión.
Pero tenía que apoyarme también
en Dios, como me dijo años atrás el comandante del servicio militar. Apoyarme
sólo en mí y en Dios, formar un tándem perfecto, formar el mejor equipo
posible. Lo del mejor equipo era porque cuando mi hijo era aún pequeño y
jugábamos mucho decíamos que éramos el mejor equipo y teníamos conjuntamente
una fuerza enorme contra la que nada ni nadie podía. Pues eso es la unión con
Dios: el mejor equipo, la suma de fuerzas para hacer frente a todas las
adversidades de la vida, a los altibajos de la enfermedad, a los momentos más
críticos, a esos momentos en los que parece que sobreviene el final, pero como
decía aquella psiquiatra no es el final. Contando con Dios podría contar más
conmigo mismo porque uniríamos nuestras fuerzas.
Cada mañana, cuando me levanto,
rezo y me entra una ansiedad tremenda. Entonces le pido a Dios que me ayude y
me dé fuerzas. Le digo que formamos el mejor equipo y eso me da una energía
extraordinaria y tiro para adelante con toda la voluntad del mundo.
No me siento solo nunca
con Dios como me sentía antes sin Él.
Con las personas sí llegaba a sentirme solo y sufría mucho cuando padecía algún
desengaño. Ahora pienso más en mí mismo, insisto que sin entrar en el complejo
mundo del egoísmo. Se trata de mirar por uno mismo, de estar bien para poder
sentirse bien también para los demás. Es aquello de ama al prójimo como a ti
mismo. Pues de eso se trata. Yo me tenía olvidado. Estaba siempre enredado con
la enfermedad. Era la enfermedad misma la que me tenía acosado. Ahora estoy más
liberado de ella y Dios me da una fuerza extraordinaria para tirar para
adelante.
Yo espero seguir así. Ya no
veo a ese psiquiatra que me recomendó que me apoyara en mí y en Dios. Ahora veo
a una psiquiatra y a una psicóloga, que me dan sus consejos y opiniones. Cada
una me enriquece de una manera diferente, pero no olvido el mejor equipo que
formamos Dios y yo gracias a aquel psiquiatra que acabó enfermo de tanto como
se entregaba a sus pacientes. La diargenia, palabra que según el Diccionario de
la RAE no existe,
le jugó una mala pasada. Eso significa que se produce un traspaso de médico y
paciente de las cosas positivas y negativas. A él le llegaron más las negativas
y acabó dándose de baja para protegerse y ahora no sé nada de él. Sí sé que no
ejerce en la Sanidad
Pública.
Lo echo de menos porque su
consejo cambió en gran medida mi existencia. Estos últimos artículos he hablado
de que el hombre es un ser para la nada, de que el hombre es un ser para la
angustia, etc… También podríamos decir que el hombre es un ser para Dios. Ésta
es la postura que yo tengo ahora mismo y me va bien. Rezo, pienso en Dios en
los momentos difíciles, me aferro a Él no como si fuera un clavo ardiendo, sino
una fuerza extraordinaria que me posibilita seguir viviendo.
Puede parecer algo sencillo,
pero no lo es tanto. Dios no se ve. O crees en Él o no crees. Se trata de fe.
Se trata de unir salud mental y fe. Pero no la fe como confianza en superar los
problemas personales, sino fe en Dios como mecanismo liberador de tensiones,
angustias, ansiedades, etc…
Yo pienso seguir en esta
línea. Me va bien así. Tengo mis crisis, que a veces son desoladoras, atroces,
paralizantes. Pero tarde o temprano Dios viene en mi ayuda y me levanta. Es el
cuento ése del Dios que va caminando con el hombre que se siente mal. El hombre
no se siente bien y le reprocha a Dios que no le ayude. Pero Dios le dice
cuántas pisadas ve en la arena y el hombre comprueba que sólo ve unas pisadas,
que son las de Dios, que va cargando con el hombre en brazos.
Yo siento que muchas veces
Dios me lleva en brazos. Me levanta cuando estoy caído y me da unas energías
enormes para seguir subsistiendo. Le doy las gracias y desde aquí y bien alto
digo que formamos el mejor equipo. Ya no puedo formar el mejor equipo con mi
hijo porque tiene 25 años y está en su mundo, con sus cuestiones de adulto
porque ya hace tiempo que cruzó la adolescencia, y está preocupado por sus
oposiciones y no por su padre, que sigue existiendo. Dios no me ha dejado en
ningún momento, aunque piense en muchos malos momentos lo que pensaba
Jesucristo, que me ha abandonado. Pero Él no abandona. Acompaña siempre y me
siento feliz y orgulloso de ello. Salud y suerte.
José Cuadrado Morales
No hay comentarios:
Publicar un comentario