Las colas del comedor son insufribles. Por muy temprano que llegues siempre tienes delante tuya por lo menos a veinte personas. Hay gente que se viene directamente de los bocadillos de San Marcos, que los dan a las diez a esperar en la puerta del comedor que no empieza hasta las doce. A mi lo que me pasa es que no puedo ponerme en la cola porque estoy haciendo un curso del INEM para salir de este agujero y aunque no tuviera que ir a ningún sitio, yo no me pongo a esperar dos horas para ser de los primeros en comer. Yo lo que hago es resignarme y esperar mi turno.
Luego pasan dos cosas, los que se cuelan por la cara y los que llegan y se meten directamente para dentro sin esperar la cola, los más chulos.
Los que se cuelan lo hacen con mucho disimulo. Llegan a la fila, que normalmente es de dos o tres personas. Saludan a uno o a dos y se ponen ha hablar. Como la fila no avanza, siguen hablando sin darse por aludidos. Cuando la fila avanza un poco, ellos lo hacen paralelamente y poco a poco se van sumando a la cola con un disimulo descarado. Así se ahorra media hora de espera porque cuando se quieren dar cuenta, forman parte del grupo al que iban a saludar y ya están incorporados a la fila. De vez en cuando, alguna voz critica se escucha y se les reclama que ese no era su sitio, pero todo cae en saco vació.
Los más chulos suelen estar borrachos o ser personas muy conflictivas. Hay veces que intentan entrar incluso con litronas. Entonces el guarda de la puerta no tiene más remedio que echarlos. No sabe uno si lo que buscan es comida o pelea. A este tipo de gente es mejor dejarla pasar. La calle te enseña eso, a evitar.
Una cosa que no puedes hacer en la cola del comedor es sacar tabaco. En seguida te piden. Yo fumo de las colillas que recojo en la calle o que me voy encontrando en las paradas de los autobuses. Las voy juntando y cuando tengo un cartucho de tabaco lleno, compro un librillo de papel y me entretengo liándome los cigarrillos. No tengo dinero para comprar tabaco y fumar me gusta. También pido de vez en cuando un cigarrillo a la gente por la calle. Normalmente me lo dan.
Después de esperar cerca de tres cuartos de hora una cola insufrible, uno llega dentro, la comida sabe a gloria. Las Hijas de la Caridad cocinan de maravilla. Se sirve en bandejas de acero. Primer y segundo plato, pan agua y postre. Todo está buenísimo uno y puede repetir del primer plato hasta hartarse. Lo que se agradece un plato de comida caliente cuando uno no tiene una dieta equilibrada y lo que hace es comer bocadillos. Unos chícharos, unos garbanzos, unas lentejas…
Hay una leyenda que corre de boca en boca por las filas de los comedores y por las mesas y que lo único que demuestra es el estado de paranoia en el que se vive en la calle. Yo como sufro de esta enfermedad y se cuando es un delirio y cuando no, puedo decir que este bulo lo es. Se dice que la comida que preparan la Hijas de la Caridad lleva una especie de somnífero que hace que nos de sueño una vez comido. Yo a pesar de ser enfermo mental y de estar en la calle, en su día tuve mis estudios y lo que sucede es que después de comer y con el estómago lleno, unas almas agotadas de tanto callejear por toda la ciudad, de mal dormir por las noches, algunas con un porro o con un litro de cerveza en el cuerpo es normal que le entre sueño. El cuerpo tiene límites. A mi me entra sueño por la medicación. Tomo Zyprexa, así que lo que hago es irme a un banco del parque y echarme un rato a dormir una siesta.
Para por la noche normalmente te suelen dar algo. Una pieza de fruta con un bocadillo o pan con un poco de queso el caserío. Yo me voy a dormir a eso de la diez. Me tomo la medicación y a la cama. Mañana será otro día.
La pluma negra.
Luego pasan dos cosas, los que se cuelan por la cara y los que llegan y se meten directamente para dentro sin esperar la cola, los más chulos.
Los que se cuelan lo hacen con mucho disimulo. Llegan a la fila, que normalmente es de dos o tres personas. Saludan a uno o a dos y se ponen ha hablar. Como la fila no avanza, siguen hablando sin darse por aludidos. Cuando la fila avanza un poco, ellos lo hacen paralelamente y poco a poco se van sumando a la cola con un disimulo descarado. Así se ahorra media hora de espera porque cuando se quieren dar cuenta, forman parte del grupo al que iban a saludar y ya están incorporados a la fila. De vez en cuando, alguna voz critica se escucha y se les reclama que ese no era su sitio, pero todo cae en saco vació.
Los más chulos suelen estar borrachos o ser personas muy conflictivas. Hay veces que intentan entrar incluso con litronas. Entonces el guarda de la puerta no tiene más remedio que echarlos. No sabe uno si lo que buscan es comida o pelea. A este tipo de gente es mejor dejarla pasar. La calle te enseña eso, a evitar.
Una cosa que no puedes hacer en la cola del comedor es sacar tabaco. En seguida te piden. Yo fumo de las colillas que recojo en la calle o que me voy encontrando en las paradas de los autobuses. Las voy juntando y cuando tengo un cartucho de tabaco lleno, compro un librillo de papel y me entretengo liándome los cigarrillos. No tengo dinero para comprar tabaco y fumar me gusta. También pido de vez en cuando un cigarrillo a la gente por la calle. Normalmente me lo dan.
Después de esperar cerca de tres cuartos de hora una cola insufrible, uno llega dentro, la comida sabe a gloria. Las Hijas de la Caridad cocinan de maravilla. Se sirve en bandejas de acero. Primer y segundo plato, pan agua y postre. Todo está buenísimo uno y puede repetir del primer plato hasta hartarse. Lo que se agradece un plato de comida caliente cuando uno no tiene una dieta equilibrada y lo que hace es comer bocadillos. Unos chícharos, unos garbanzos, unas lentejas…
Hay una leyenda que corre de boca en boca por las filas de los comedores y por las mesas y que lo único que demuestra es el estado de paranoia en el que se vive en la calle. Yo como sufro de esta enfermedad y se cuando es un delirio y cuando no, puedo decir que este bulo lo es. Se dice que la comida que preparan la Hijas de la Caridad lleva una especie de somnífero que hace que nos de sueño una vez comido. Yo a pesar de ser enfermo mental y de estar en la calle, en su día tuve mis estudios y lo que sucede es que después de comer y con el estómago lleno, unas almas agotadas de tanto callejear por toda la ciudad, de mal dormir por las noches, algunas con un porro o con un litro de cerveza en el cuerpo es normal que le entre sueño. El cuerpo tiene límites. A mi me entra sueño por la medicación. Tomo Zyprexa, así que lo que hago es irme a un banco del parque y echarme un rato a dormir una siesta.
Para por la noche normalmente te suelen dar algo. Una pieza de fruta con un bocadillo o pan con un poco de queso el caserío. Yo me voy a dormir a eso de la diez. Me tomo la medicación y a la cama. Mañana será otro día.
La pluma negra.
Me sobrecojo cuando veo a personas durmiendo en la calle, aun más cuando se que la mayoría son personas con alguna patología mental, esperemos que esta sociedad cambie y estas personas puedan tener una vida digna como se merecen.
ResponderEliminarEsta historia me sirve a mí, que vivo con mi familia, a valorar lo que tengo. Aunque no tengo trabajo ni pareja ni casa propia ni proyecto de futuro al que agarrarme, tengo una familia que me da cobijo, comida y sobre todo cariño. Gracias.
ResponderEliminartriste historia que por desgracia vamos a ver de forma repetida durante mucho tiempo. Putos mercados.
ResponderEliminarVerguenza me da que en ésta puta sociedad se disparen la venta de artículos de lujo y luego haya cada vez más pobres que no tengan lo esencial como es una casa,comida...Y lo triste es que esta situación vaya en augmento y los gobiernos se desentiendan y nos vendan la moto diciendo que la cosa mejorará.Juanma Cuesta
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