lunes, 4 de mayo de 2020

NADIE ELIGE ENFERMAR

Si el arte de la convivencia es difícil entre personas sanas, cuando hay un enfermo en la familia eso se hace cuesta arriba. Los malos entendidos pueden surgir en cualquier momento, tal vez porque esperan que actuemos con el mismo ritmo de ellos o que dialoguemos de temas que les interesan. Lo cierto es que nuestras neuronas  funcionan de manera diferente y nuestros pensamientos suelen estar a kilómetros de nuestro entorno.
En lo personal  soy de hablar poco o si se quiere introvertida, el caso es que suelo cambiar de tema rápido y las conversaciones sobre problemas cotidianos me resultan difíciles de sobrellevar, porque suman tensión a mi ansiedad. El prestar atención durante cierto tiempo resulta dificultoso, la mente parece divagar sin pedirnos permiso y la única brújula que hay para corregir esto parece ser la repetición de consignas y mucha paciencia para intentar sostener el interés. Cuando vienen visitas yo los saludo y participo de las conversaciones durante un lapso breve pero invariablemente después busco la soledad y me siento con mis pensamientos en un lugar cercano, como tomando energías para volver a unirme al grupo. Esta actitud no es descortesía sino un simple respiro anímico, que afortunadamente entienden porque saben de mi enfermedad. Puede que a veces me saturen las conversaciones porque sienta que no tengo nada que aportar y de ahí  los silencios o parquedad de palabras. El simple hecho de prestar atención durante cierto tiempo resulta dificultoso, sea para hacer una tarea o seguir unas instrucciones. 

En cuanto a la rutina de la casa trato de ayudar en lo que puedo pero a un ritmo más despacio, a menos que tenga un ataque de hiperactividad  motivado por una alegría inesperada o  sea una cuestión de necesidad. A veces siento que los demás andan super rápido y yo reacciono en cámara lenta, pero hacer, hago todo lo que está a mí alcance.
Se hace problemático convivir con nosotros también por los frecuentes cambios de ánimo que sufrimos . Pasamos de la tristeza a la alegría casi con un chasquido de dedos o lo que es igual, porque recibimos una palabra de aliento o un reproche.
También juega en contra el miedo a quedar solos, a que quienes nos rodean no nos comprendan o se cansen de tener un esquizofrénico a su cargo: somos como niños grandes que no saben defenderse por sus propios medios en muchos terrenos. Esta dependencia afectiva como la económica  nos pone en evidente desventaja frente a nuestros semejantes .
 De todos modos el sentido de inutilidad se agudiza al no poder contribuir económicamente con los gastos y se hace difícil sentirse bien en estas circunstancias. Lo cierto es que nadie elige enfermar y tanto nosotros como nuestra familia tenemos que conocer los síntomas para sobrellevar de la mejor manera posible la convivencia.

Rosa

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