
En lo personal soy de hablar poco o si se quiere introvertida, el caso es que suelo cambiar de tema rápido y las conversaciones sobre problemas cotidianos me resultan difíciles de sobrellevar, porque suman tensión a mi ansiedad. El prestar atención durante cierto tiempo resulta dificultoso, la mente parece divagar sin pedirnos permiso y la única brújula que hay para corregir esto parece ser la repetición de consignas y mucha paciencia para intentar sostener el interés. Cuando vienen visitas yo los saludo y participo de las conversaciones durante un lapso breve pero invariablemente después busco la soledad y me siento con mis pensamientos en un lugar cercano, como tomando energías para volver a unirme al grupo. Esta actitud no es descortesía sino un simple respiro anímico, que afortunadamente entienden porque saben de mi enfermedad. Puede que a veces me saturen las conversaciones porque sienta que no tengo nada que aportar y de ahí los silencios o parquedad de palabras. El simple hecho de prestar atención durante cierto tiempo resulta dificultoso, sea para hacer una tarea o seguir unas instrucciones.

Se hace problemático convivir con nosotros también por los frecuentes cambios de ánimo que sufrimos . Pasamos de la tristeza a la alegría casi con un chasquido de dedos o lo que es igual, porque recibimos una palabra de aliento o un reproche.
También juega en contra el miedo a quedar solos, a que quienes nos rodean no nos comprendan o se cansen de tener un esquizofrénico a su cargo: somos como niños grandes que no saben defenderse por sus propios medios en muchos terrenos. Esta dependencia afectiva como la económica nos pone en evidente desventaja frente a nuestros semejantes .
De todos modos el sentido de inutilidad se agudiza al no poder contribuir económicamente con los gastos y se hace difícil sentirse bien en estas circunstancias. Lo cierto es que nadie elige enfermar y tanto nosotros como nuestra familia tenemos que conocer los síntomas para sobrellevar de la mejor manera posible la convivencia.
Rosa
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