Todos, en mayor o menor
medida, nos fraguamos a lo largo de la vida algún amor platónico,
uno de esos amores que no se concretan en la realidad, que se quedan
en los límites inabarcables de la imaginación donde todo es posible
según la fantasía de cada cual.
Los escritores no somos menos.
Yo me he fabricado amores platónicos con frecuencia para mis
escritos. Por ejemplo en la trilogía titulada Monólogo en clave
neurótica me he fabricado sobre todo dos amores platónicos, Jimena
y Luna. María Dolores es un amor real. Los otros sirven para dar
rienda suelta a muchas emociones, que se sienten completamente libres
y no están limitadas por la dichosa realidad.
Jimena y Luna son dos de los
amores considerados como reales por Leocadio Gómez Encías, que al
ser mi alter ego son mis propios amores.
Yo, como José Cuadrado
Morales, también he tenido mis propios amores platónicos a lo largo
de mi vida. Me he fijado en mujeres concretas a las que he atribuido
cualidades sin fin, una belleza maravillosa, multitud de
posibilidades que hace que no parezcan de este mundo porque las
relaciones de pareja están llenas de conflictos, de diferencias, de
problemas, etc.
Frente a ese mundo real está
el mundo irreal donde creamos a nuestras mujeres ideales, salpicadas
de virtudes infinitas. Recuerdo a una tal Mari Carmen de mi infancia,
de cuando yo tenía 11 años más o menos. Para mí era la mujer
perfecta y no hablaba nunca con ella. Era un amor perfecto. Es decir,
era un amor platónico.
Después ha habido otros
amores platónicos como Rosa María, Salud, Sara. Mujeres de carne y
hueso que me han hecho muy felices sin ellas saberlo. Los amores
platónicos son como amores invisibles, amores que no pueden ser
reales porque se romperían como finas copas de cristal. Los amores
platónicos permanecen en el alma de quien los siente. Yo los he
tenido y no he dado ningún paso para su realización por cobardía y
también por miedo a perder la perfección del mundo ideal.
Últimamente un amigo me ha
dicho con frecuencia que tengo que salir más, que no puedo estar
siempre encerrado en casa con mis libros, la televisión y el resto
de cosas que componen mi vida.
Me dice que no sólo tengo que
salir para mis obligaciones, sino también para pasármelo bien.
Me ha insistido en que salga
con su grupo de amigos y amigas. Y me ha hablado de mujeres que para
él le merecen mucho la pena.
En concreto me ha insistido
mucho en una chica llamada Virginia. Me ha contado tantas maravillas
de ella que la he idealizado, la he convertido de mi nuevo amor
platónico y aún no sé ni siquiera cuál es su cara, cómo es su
cuerpo, cuáles son sus virtudes reales, cuáles son sus defectos,
etc.
Tengo ilusión por salir con
el grupo de amigos por verla, por conocerla, aunque me da miedo que
se pueda descomponer mi amor platónico, que es algo que suele
suceder.
Virginia representa ahora para
mí la perfección, algo maravilloso que me aliviaría la soledad, me
llenaría de emociones nuevas y compartiríamos mis gustos
literarios, mis libros en concreto, todos nuestros mundos paralelos.
Todo es una suposición porque
la realidad puede ser muy distinta. Temo enfrentarme a ella y
encontrarme a una Virginia muy distinta, que pueda ser una mujer
basta y sin modales, sin todos los calificativos que le ha atribuido
mi amigo.
No creo que él mienta, pero
mi imaginación produce a toda velocidad. Virginia está llena de
virtudes y me da miedo enfrentarme a la realidad, a la dichosa
realidad que tantos castillos de naipes imaginativos tira sin piedad
al suelo.
No sé si saldré con los
amigos, no sé si conoceré a Virginia, pero a mí me basta de
momento con su amor platónico. No necesito nada más. Me imagino
saliendo con ella, relacionándome íntimamente, compartiendo muchas
maravillas juntos y sin miedo en absoluto.
Virginia no sabe nada de mí.
Bueno: sabe lo que mi amigo le ha contado, que son todas cosas
buenas. No sé si ellas las creerá o habrá pensado que seguro que
nuestro amigo común exagera y soy en realidad muy distinto a como me
han pintado.
Ya os contaré si la relación
se concreta. Si el amor platónico pasa a un amor real. Si conozco a
Virginia y le doy ese primer beso de pasión en la mejilla. Quién
sabe qué puede ocurrir. No quiero ser un cobarde, pero también
tengo miedo de mis muchos fracasos y no quiero volver a caer en la
tentación.
Me animo a mí mismo y me doy
fuerzas para conocer a Virginia. Mientras tanto nadie me quitará que
sea mi hermoso y último hasta el momento amor platónico. Salud y
suerte.
José
Cuadrado Morales
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