Hoy quiero hablar de las
personas tóxicas. No me refiero a los toxicómanos, a esas personas
que ensucian su cuerpo con sustancias estupefacientes y otras drogas
o malos alimentos y llegan a estar completamente emponzoñadas. Hay
muchos toxicómanos, personas que han estado enganchadas y después
se han desenganchados gracias a la metadona u otros fármacos y han
vuelto a hacer una vida normal, aunque siempre queda la secuela de
haber sido una persona habituada a las drogas, esclava de ellas.
Tantas como personas
toxicómanas hay de personas tóxicas. Las personas tóxicas son esas
personas que se acercan a nosotros para perjudicarnos de alguna
manera, para hacernos algún tipo de daño, para obtener de nosotros
dinero u otros intereses, para hacernos de sanguijuelas porque no nos
quieren o desean destruirnos y dejarnos hechos polvo. Hay tantas
personas tóxicas que las relaciones humanas se están volviendo cada
vez más complicadas. Ahí tenemos el caso del impresionante número
de divorcios que cada año va en aumento, de las múltiples amistades
rotas, de las conflictivas relaciones padres e hijos y otras
relaciones más.
Las personas tóxicas no
tienen escrúpulos. Ayer por ejemplo en una cola se me enganchó una
mujer alcohólica que quería sacarme forzosamente dinero para
comprar cerveza. Es una pena por supuesto, pero no deja de ser una
persona tóxica. Se insinuó para mantener relaciones sexuales a
cambio de dinero lo cual es una verdadera pena, pero yo no tenía que
entrar en el trapo y dejar sacar dinero. La invité a una cerveza de
litro, la popular litrona, por cortesía y me la quité de encima y
en cierta medida la persona tóxica consiguió lo que quería.
He tenido en mi vida muchas
personas tóxicas que se han aprovechado de mis sentimientos.
Personas que se han acercado a mí para explotar mi lado más
sentimental. Han fingido amor o han tenido un amor ortopédico o
temporal con el que me han hecho mucho daño. No se han acercado a mí
por puro amor desinteresado, sino con la intención de explotarme y
sacar de mí mi mejor yo como diría Pedro Salinas, el gran y
desconocido poeta de la Generación del 27. Yo he confiado mi corazón
a muchas mujeres y siempre he acabado quedándome solo. Antes me
culpabilizaba pensando que yo era el que fallaba siempre, que yo era
el que cometía los errores y propiciaba la ruptura de las
relaciones. Ya con casi 58 años he llegado a la conclusión de que
yo no soy culpable de nada. He cometido errores como cualquiera, pero
no soy el único responsable de que mis relaciones amorosas hayan
acabado normalmente mal. A veces ha habido mutuo acuerdo y hemos
podido seguir siendo amigos. Las menos veces. Normalmente ha habido
ruptura poco amistosa y he sufrido mucho, tanto que ahora no tengo
ninguna gana de plantearme una relación sentimental. Creo que he
llegado al cupo del sufrimiento y ya no puedo más. Los 60 están ahí
esperándome y ya no soy el inocente chaval de 25 años que se fue a
vivir con una mujer gaditana profundamente enamorado. Fue el
principio de mis fracasos de convivencia. Ya no le doy ninguna
oportunidad más al amor. Al menos eso es lo que siento en estos
momentos. Además: me siento extraño, siento que no puedo
enamorarme, que aquellos viejos sentimientos que sentía no los
volveré a sentir nunca más, y me da mucha pena, pero por otra parte
creo que es la consecuencia lógica de tanto sufrimiento, de tanto
dolor.
En la vida se supone que todo
ocurre por algo. Pues por algo mi absentismo amoroso se justifica por
mis rupturas amorosas dolorosas. Ya no quiero que me digan más adiós
en los momentos en los que estoy más ilusionado. No quiero que
vuelvan a hacer trizas mi ilusión. La ilusión es algo difícil de
conquistar, pero muy fácil de perder. Y yo no quiero perder más mi
ilusión. La tengo concentrada ahora en mi nuevo libro. Esa ilusión
está intacta y no deseo que me la quite nadie, no quiero que vengan
más personas tóxicas a decirme que escribir no sirve de nada, que
es una pérdida de tiempo, que no es un trabajo sino sencillamente un
hobby que no da frutos económicos.
Yo no escribo por dinero, sino
para satisfacer una necesidad profunda del alma que tengo desde que
era un niño. No me mueve el dinero en absoluto, aunque podría
conseguirlo haciendo otro tipo de literatura. Pero prefiero ser fiel
a mi línea. En ella estoy desde que era un chaval y no quiero
cambiar por más que muchas personas tóxicas lo intenten.
Hay personas tóxicas que se
han acercado a mí cuando he estado enfermo y no hablo sólo de la
enfermedad de nervios. Con ésta he tenido muchas personas tóxicas
que han querido que me vieran prácticamente como un loco o algo
parecido. Con la enfermedad en general se me han acercado personas
tóxicas a cebarse en mi sufrimiento. Por ejemplo: cuando me
operaron de una piedra en el uréter. Alguien fue a verme al hospital
a reírse de mí, a desearme todo el mal posible. Yo estaba conectado
a un montón de cables y no podía defenderme salvo con la mirada.
Con la mirada lo decía todo mientras esa persona hablaba como si
pudiera afectarme. No me afectó. Superé mi enfermedad y salí
adelante, y aquella persona tóxica sufrió una derrota porque no
pudo ver a un José Cuadrado acabado, derrotado por la enfermedad,
vencido en todos sus adentros. Yo salí fortalecido y tenía ganas de
vivir después de haber padecido la enfermedad.
Hay personas tóxicas que se
alegran de la muerte de tus personas queridas. Van a los tanatorios a
alegrarse de la muerte de un ser querido. Lo hacen a veces fingiendo
aflicción y hasta dan el pésame pero con una sonrisa queda,
aparentemente una mueca de dolor que es una sonrisa encubierta. Yo he
padecido eso con la muerte de mi padre y algo menos con la muerte de
mi madre. Ya estoy fuerte ante la muerte. He aprendido. Mis casi seis
décadas de supervivencia me han ayudado a aceptar la muerte con
normalidad, como una parte más de la vida, porque eso es la muerte:
la consecuencia final de la vida, la lógica terminación de un ciclo
vital que es el ciclo de la vida, un ciclo que no tiene fin porque
siempre se está reiniciando la vida como un ordenador del alma, todo
empieza de nuevo continuamente y la vida no tiene final. He aprendido
a aceptar la muerte como una continuidad de la vida porque pienso que
es lo mejor. A mí me sirve. Yo no llego a la aspiración mística
del muero porque no muero, pero sí que digo que no me asusta la
muerte porque ésta entre otras cosas es un hermoso consuelo de los
muchos padecimientos que nos hacen vivir las personas tóxicas, cuyo
número aumenta cada día.
Hay muchos políticos tóxicos ahora que estamos en campaña electoral. Personas que están
mintiendo, que no van a cumplir los puntos de su programa electoral,
que se van a burlar de los votos de las personas que confían en
ellos. Muchos políticos son personas tóxicas. No diré nombres
porque no quiero señalarme, pero creo que en un encuesta saldrían
muchos iguales.
En fin: hay que estar alerta
ante las personas tóxicas, personas sin pudor que hacen daño sin
escrúpulo alguno. Hay que ser previsores y defenderse de ellas. Con
rotundidad, sin necesidad de hacer daño, simplemente defenderse. A
ello os animo. Salud y suerte.
José
Cuadrado Morales
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