Se cumple ahora fecha del
suicidio del amigo al que dediqué dos artículos con el título “La
muerte de un amigo”. Sigo pensando lo mismo que dije en su momento.
El paso del tiempo y el dolor padecido no me han hecho cambiar de
opinión. Pueden consultar ambos artículos.
Yo creo que los enfermos
nerviosos deben de tener mucho respeto por sí mismos. Defenderse de
la enfermedad con todo el coraje del mundo, con toda la fuerza y no
añadir más sufrimiento al que ya trae consigo la enfermedad. Es
decir, debe de decir que sí a la vida, a todo lo bueno que la vida
tiene, a todo lo extraordinario que conlleva. Decir un SÍ muy grande
a la vida con todas las fuerzas del mundo.
Hace años, muchos ya
afortunadamente, yo también me autolesionaba. Nunca llegué al
intento de suicidio, pero sí me hacía daño físicamente. Me
cortaba con cuchillos los brazos, me echaba sal en las heridas, me
lanzaba cuesta abajo a toda velocidad en una bicicleta hasta que me
caía, etc. Eran actos autodestructivos, destinados a causarme dolor,
pero nunca la muerte.
Era añadir sufrimiento a la
enfermedad que ya padecía. Era muy triste. Yo no era consciente
todavía de lo absurdo que era toda aquella situación.
Afortunadamente ahora he llegado a un punto en que considero indigno
el daño que me infligí. Nunca volveré a hacerme daño físico.
Tengo bastante con el daño espiritual o emocional o nervioso. Como
queráis llamarlo. Ya es mucho el sufrimiento espiritual que padezco,
las crisis de ansiedad, las crisis de angustia, todo el dolor
acumulado que tiene también mucho de absurdo. Hay que decir stop a
todo el padecimiento físico porque ya se sufre también físicamente
con el dolor espiritual porque el cuerpo lo refleja todo.
Recuerdo a mi amigo y a su
momento de suicidio. Y me recuerdo a mí mismo en mis rituales de
masoquismo que sólo me conducían a más dolor. Me arrepiento
profundamente de ello. Es una de las cosas de las que más me
arrepiento en mi vida. Y yo suelo ser bastante tozudo. Pero aquí soy
tremendamente flexible y me pido perdón a mí mismo por haberme
hecho por ejemplo cortes en los brazos por los que salía una sangre
que era mía y que era símbolo del sufrimiento que estaba padeciendo
y del absurdo tan tremendo que estaba realizando.
Lo mismo puedo decir de la
dipsomanía. Yo bebía mucho alcohol. Muchas copas de anís, de coñac
o de sol y sombra. Hasta que llegó el momento en que me hicieron una
ecografía de abdomen y pelvis y detectaron unas anomalías en el
hígado y el médico me dijo que yo bebía mucho y que si seguía así
era bastante probable que tuviera una muerte joven. Entonces un día
14 de febrero de hace un montón de años me tomé la última copa de
anís y decidí radicalmente dejar de beber. Y lo he cumplido desde
entonces: no he vuelto a tomar alcohol. Ojalá siempre en mi vida
hubiera tenido la misma voluntad en todo que en esto de no tomar
alcohol. El alcohol pudo llevarme a la tumba antes de tiempo. Yo le
puse freno a ese proceso de autodestrucción.
Porque se trata de eso: de
autodestrucción, como los cortes en los brazos con sal en las
heridas como si fuera un Jesucristo moderno padeciendo la Pasión. Yo
no soy ningún Jesucristo, sólo soy un hombre que vive como mejor
puede con una enfermedad nerviosa bastante fastidiosa que me causa un
enorme dolor. Con ese dolor tengo bastante. No necesito nada más.
Otra cosa que hacía yo hace
muchos años era pasear por los pretiles de las azoteas, jugándome
la vida porque podía caerme al vacío. De hecho una vez me caí,
pero tuve la suerte de caer del lado de la azotea no del lado de la
calle. Y lo dejé porque vi la muerte muy cerca y sentí realmente
mucho miedo. Miedo de morir. Me di cuenta una vez más del absurdo
del sufrimiento físico, de las torturas a las que me sometía, de
las lesiones que me provocaba. Era absurdo. Tenía que protegerme de
la enfermedad nerviosa con amor, con cariño, no con más dolor
todavía. Pero tenía aún que pasar mucho tiempo para darme cuenta
del todo.
Yo era capaz de masticar
cristales. Por increíble que parezca nunca llegué a tener ninguna
lesión con esta macabra práctica. Lo hacía a solas y a veces en
público. Podría parecer una práctica de fakir, pero yo no soy un
fakir, soy un hombre con un problema concreto que tengo que
solucionar por las buenas y no consigo nada haciéndome daño en
absoluto. Tengo que quererme más. Tenemos que querernos más todos
los enfermos nerviosos. Tenemos que decir un gran SÍ a la vida. Un
sí a la vida que se escuche hasta en el último rincón de la
Tierra. Un sí que llegue hasta los confines del Universo. Un sí
auténtico, no una pantomima, una mentira más que añadir a todas
las mentiras que rodean a la enfermedad nerviosa. Dios mío: fuera
tanto sufrimiento, tanto dolor, tanta saturación de problemas que
vienen y problemas que se crean.
Hay que reducir el número de
suicidios. Toda la Sanidad Pública tiene que hacer lo máximo
posible para que se produzca la menor cantidad posible de actitudes
lesivas. No es justo. Y es ABSURDO. ¿Cómo se puede arreglar el
dolor con más dolor? ¿Cómo se puede creer que cortándose los
brazos con una cuchilla de afeitar se puede llegar a una paz
tremenda? Yo llegaba a la paz que me daba el dolor, pero también
llamaba la atención de los demás, es decir, buscaba afecto de una
forma equivocada. Muchos intentos de suicidio no son más que formas
de llamar la atención sobre la propia persona porque la soledad es
inmensa, el sufrimiento es enorme y no hay soluciones o no se ven
soluciones por ninguna parte. El suicidio como teatro para llamar la
atención, para atraer la mirada piadosa de los demás para que nos
ayuden y nos den un amor forzado y muchas veces falso, que no sirve
en realidad para nada y que al final se vicia y lo empapa todo de una
pestilente sensibilidad completamente falsa.
No hay que suicidarse. No hay
que autolesionarse. No hay ni siquiera que llorar porque las lágrimas
acaban ahogando el alma y ésta también tiene su límite de
sufrimientos. Hay que defenderse uno mismo del dolor, de la angustia,
de la ansiedad, de la depresión, de la esquizofrenia, de la
psicosis, de cualquier enfermedad nerviosa. Mucho dolor ya como para
necesitar más dolor aún. Tenemos que huir del absurdo y no dejarnos
torpedear por nosotros mismos como si fuéramos submarinos de
angustia, barcos que se van a hundir de todas las manera tarde o
temprano. Mejor tarde que temprano, ¿no es cierto? Mejor poner todas
nuestras fuerzas al servicio de nuestra salvación , de nuestra
redención, de mirar por nosotros mismos porque somos lo único que
tenemos para vivir: nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra
sensibilidad, nuestro cerebro. Ésas son nuestras armas. Y tenemos
que cuidarlas para que nuestra totalidad no sea víctima del
padecimiento físico añadido. Lejos todo suicidio, lejos toda
autolesión. Bienvenida la esperanza a nuestras vidas y viva la
salvación de todo lo bueno que nos queda, que es mucho.
Tenemos que hacer todo lo
posible por decir que sí a la vida. La vida es lo único que tenemos
para vivir. No hay más. Y la vida de todas las maneras termina.
¿Para qué meter prisa? ¿Por qué no defender nuestras existencia
hasta sus últimas consecuencias? Grito a Dios para que me oiga y me
libere de toda tentación de hacerme daño, de proporcionarme más
dolor del que ya experimento. Debo salvarme. Estoy en el mundo para
salvarme, para darme lo mejor de todo, para hacer lo posible por
salir adelante con la mayor dignidad posible, con la mayor voluntad
posible que nos vaya rescatando del día a día, de la rutina que
proporciona frustración y otras emociones negativas. Es una labor
hermosa y tenemos que hacerla con pleno convencimiento y no dejarnos
arrastrar por la pereza ni por ninguna emoción negativa. Tenemos que
ser fuertes y no caer en la tentación de decir y de hacer no a la
vida. Al contrario: SÍ a la vida, siempre sí. Es lo que tenemos y
no debemos cometer el pecado humano de arrasarla y convertirla en una
masa informe que no sirve para nada. Tengamos dignidad, tengamos amor
por nosotros mismos. Digamos SÍ a la vida siempre, no lo que hizo
el amigo que se suicidó. ¿Dónde estará ahora? Perdido en algún
lugar de la nada. Perdido y muerto. Curó su enfermedad con la
muerte. Mató la enfermedad matándose a sí mismo. Absurdo. Fuera el
absurdo de nuestras existencias. Sólo un sencillo sí a la vida.
Salud y suerte.
José
Cuadrado Morales
Estoy deacuerdo contigo en que se sufre mucho con esta enfermedad y que llega momentos en que es desesperante. Yo tambien me he autolesionado y me arrepiento de ello. Todo en la vida tiene solucion y si no la tiene tambien es una solucion.Yo tambien pienso que la vida es maravillosa.
ResponderEliminarYFC
Querido anónimo: gracias por tu comentario. Hay mucho sufrimiento sí y muchas veces nos autolesionamos. Siento que haya sido tu caso. Me resulta curioso que la falta de solución sea también una solución. Es una actitud muy positiva. Y sin duda la vida es maravillosa. Hay que cuidarla y protegerla lo máximo posible. Un saludo. José Cuadrado Morales.
ResponderEliminar