jueves, 7 de marzo de 2019

NORMALIDAD

Yo sólo he estado casado una vez. Y para mí es suficiente. El matrimonio acabó en divorcio como tantos en estos días, pero de todo se aprende. No soy un escéptico respecto al matrimonio. Creo en las segundas oportunidades. Y en las terceras si fuera necesario. Pero hay que sacar consecuencias, siempre que se pueda positivas, de todos los matrimonios.
Mi ex-mujer desde hace muchos años ya siempre decía que la vida hay que vivirla con normalidad, una palabra que utilizaba mucho. Y que utiliza de vez en cuando al hablar conmigo.
Ella quería un matrimonio normal, sencillo, sin complicaciones y yo era una persona bastante complicada, con pensamientos complejos, escritor con todas las consecuencias y todo eso complicaba sobremanera la relación. Yo no tenía normalidad, no me aferraba a las tres o cuatro cosas importantes que de verdad importan en la vida y que permiten que la relación funcione lo más perfectamente posible.
Ella pensaba que el amor había que demostrarlo en el día a día, con sencillez, sin complejidades de ningún tipo. Es decir, con normalidad. Yo no supe ser normal tampoco en eso. Era muy espléndido en mis atenciones, me gustaba mucho hablar con ella, demasiado, ir al cine y comentar profundamente las películas. Decía que yo era muy complejo, que iba demasiado al fondo de las cosas y que eso no era normal.
Decía también que como intelectual que era pensaba que tenía que sufrir forzosamente. En parte llevaba razón conmigo porque mis poemas eran muy sufrientes y mis incipientes novelas. Yo consideraba el dolor como parte de la existencia de un intelectual y eso era algo con lo que ella no estaba en absoluto de acuerdo y me lo rebatía con enorme sencillez. Porque era una persona sencilla y superficial, dicho esto en el sentido más positivo de la palabra.
Yo quería ir siempre al fondo de las cosas, a las entrañas de cualquier problema o cualquier suceso. Nunca quería quedarme en la superficie de las cosas. Quería analizarlas, escudriñarlas, darles una interpretación, buscar sentidos más allá de los aparentes y sencillos que mostraban en un principio. Y ella decía que no cumplía con los preceptos de la normalidad.
Yo no sabía lo que era la normalidad. Siempre quería ir más allá de las cosas, bucear hasta el fondo de cualquier sitio, buscar otras interpretaciones. Y quería siempre hablar en profundidad con ella hasta que llegó el día en que se hartó de mis complejidades y me dejó. Desde entonces no ha tenido pareja. Yo sí. Pero todas se han ido rompiendo por una razón o por otra. Y siempre he recordado la palabra normalidad como la que debe presidir una relación de pareja.
Yo lucho por vivir con sencillez pero como intelectual positivo que me considero creo que debo profundizar siempre un poco más en todo porque hay que sacarle el jugo máximo a todo porque la vida está para vivirla en sus últimas consecuencias.
Yo no quiero quedarme en la superficie de las cosas y profundizo en todo en mis poemas y en mis novelas, por ejemplo en las tres novelas de mi Monólogo en clave neurótica, la última de las cuales se publica en este mes de mayo o junio. Doy todo lo más de mí para explicar lo que es y lo que supone tener el Trastorno Obsesivo Compulsivo. Ha dado para tres novelas como podría haber dado para seis. Todo depende del trabajo que se ponga en el trabajo, valga la redundancia.
Mi personajes, Leocadio Gómez Encías, ha ido narrando él mismo todas sus experiencias, que para él son su normalidad, su día a día, su desastre, su condena, su convivencia permanente. La normalidad de mi ex era muy distinta porque implicaba la simplificación de todo hasta el máximo, quitándole hierro a todos los asuntos, dejándonos llevar por la sencillez como base de toda relación, incluida la relación con uno mismo y la relación en pareja.
La normalidad es más difícil de entender desde mi postura. Yo intento ser normal dentro de mis complejidades. Yo soy como soy y ésa es mi normalidad. Cambiar eso implica cambiarme a mí mismo, ser otra persona, otro ser que no soy yo. Yo nací como soy y no tengo por qué cambiarme. Tengo que mejorar siempre claro, pero con mi normalidad, con mi forma de ser, con mi manera de proceder en todos los momentos.
Yo tengo un hijo que también tiene su normalidad de vida y en torno a ella va construyendo su existencia. Ha preferido ser funcionario de justicia a pintor de brocha fina para lo que estaba muy dotado. Pintaba excepcionalmente desde que era un niño, pero pudo más el pragmatismo de la madre que mi idealismo. La madre claro estaba más tiempo con él. Pero no pasa nada porque yo veo a mi hijo feliz y no lo veo para nada frustrado con su trabajo y el abandono de su profesión de pintor.
Yo lo hice al revés: lo dejé todo para ser escritor. Dejé trabajo y muchas más cosas para tener la tranquilidad necesaria para escribir mis libros y estoy contento con ello. Nunca me he arrepentido de mis decisiones relacionadas con la Literatura. Y aquí estoy, escribiendo un nuevo artículo para la Ura y es con lo que disfruto y lo que me da de comer espiritualmente, lo que me da fuerzas para seguir adelante, para tener ganas de vivir día a día por duro que resulte el existir.
La profesión de escritor es muy hermosa. Yo lo he podido comprobar ya con 16 libros publicados. La tercera novela será el libro 17. Y estoy muy contento y orgulloso de mi esfuerzo. Y ésa ha sido mi normalidad con la que llevo viviendo toda mi vida porque yo empecé a escribir desde que tenía 7 años. Garabateaba un cuaderno y era feliz haciendo algo tan simple. Pero aprendía mucho y me entrenaba para ser un escritor de mayor, para dar lo mejor de mí mismo, para sacar de mi interior todo lo que tuviera que ofrecer de interesante a los demás. No quiero que yo me quede en lo superficial, en lo más inútil, en lo más superfluo. Quiero ahondar en todas las cosas y siempre me encuentro con cosas nuevas, cosas inesperadas que no sabía que existían en mi interior. Yo me sorprendo a mí mismo cada vez que escribo porque cada vez consigo hallar algo nuevo de mí mismo.
Esa exploración personal implica una complejidad, complejidad que no quería mi ex porque eso implicaba salir de la normalidad. Pensar era sinónimo de infelicidad. Para mí la felicidad era reflexionar, buscar en mí mismo, ahondar en mis adentros, sacar cosas diferentes cada vez, mejorar, aumentar mis conocimientos, etc.
Defiendo esta normalidad mía y respeto el resto de normalidades como la de mi ex. Todas deben de conducir a la felicidad como objetivo principal. Salud y suerte.


José Cuadrado Morales

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