Por el título de mi artículo de esta semana podría pensarse, por
ejemplo, que voy a hablar del diputado del Congreso Rufián que se enfrentó
abiertamente al Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno socialista. Rufián
es de Esquerra Republicana de Cataluña. Rufián insultó gravemente a Josep
Borrell. Llegó a decir , entre otras cosas, que pertenecía a una especia de
Sociedad Civil Catalana que tenía un corte fascista. Su subida de tono fue
tan elevada que le reconvino primero y lo expulsó después la Presidenta del
Congreso Ana Pastor. Rufián se resistió a la autoridad de la Presidenta. Al
parecer Borrell fue incluso escupido por otro diputado de Esquerra del que sólo
recuerdo ahora mismo su nombre, Salvador, que lo ha negado en todo momento. Los
diputados catalanes parece que quieren llevar al Congreso el enfrentamiento
permanente que tienen en el Parlament. Las cosas son distintas.
Pero no voy a hablar de esta resistencia a la autoridad, aunque ya
haya hablado un poco de ella.
Tampoco voy a hablar del famoso y cansino tema del “proces”
catalán con los independentistas. Se va a celebrar próximamente el juicio a
todos los implicados. Ya se conocen las peticiones de penas de la Fiscalía
General del Estado y de la Abogacía del Estado. La primera califica los delitos
como rebelión y la segunda como sedición. La rebelión conlleva más pena que le
sedición.
Pues los acusados del proces no tienen muy claro eso de acatar la
autoridad de los jueces. Es decir, quieren resistirse a la autoridad también.
Tendrán que aceptar las penas y ya está, después de todos los recursos habidos
y por haber.
Pero no voy a hablar tampoco de esto porque ya sinceramente cansa.
El problema catalán es complejo pero sólo me interesaba destacar el tema de la
resistencia a la autoridad judicial, es decir, el desacato. Sin querer hablar
ya he hablado también un poco.
Podría hablar también de la resistencia de los pueblos a los
grandes enemigos en las Guerras Mundiales. Es una resistencia legítima, por
ejemplo la del pueblo francés al Gobierno que se estableció en Vichy por parte
de los alemanes, organizando todo un complejo entramado para la defensa de
todos los que estaban en contra lógicamente de la ocupación. Pero tampoco
hablaré de esta resistencia a la autoridad abusiva, aunque he hablado un poco
de ella.
No seguiré poniendo ejemplos.
Yo voy a hablar de la resistencia a la autoridad mental. Si damos
por hecho que existe la salud mental y que también existen en consecuencia las
enfermedades mentales, habrá que concluir que la mente tiene sobre los enfermos
mentales una autoridad terrible porque les hace sufrir enormemente. Nos
resistimos a esa autoridad, a ese poder casi omnímodo que causa un sufrimiento
largo y continuado.
Hay que defenderse del poder de la mente, hay que crear una
objetiva resistencia al poder mental para conseguir sobrevivir y superar las
enfermedades. Pero la mente está sobrada de recursos y tiene una capacidad
impresionante para erosionar los equilibrios más aparentemente estables.
La enfermedad es un enemigo y contra él hay que luchar
abiertamente. El cerebro enfermo está ahí haciendo de las suyas continuamente y
produce neurosis diversas, psicosis, esquizofrenias, trastornos obseso
compulsivos y mil enfermedades distintas. Es decir: estamos ante una creadora
de armas de destrucción masiva, que éstas no son ficción como eran las armas de
destrucción masiva en la Guerra contra Irak que se empeñaron en crear Bush
hijo, Tony Blair y Aznar, nuestro Presidente.
La mente tiene un poder maravilloso para crear belleza, cosas
hermosas en general. Pero también tiene un poder tremendo para generar mal. De
aquí nacen violadores, asesinos y criminales varios. Todos son problemas de la
mente, aunque se hagan análisis de personalidad para ver si las personas son
realmente enfermos o psicópatas reconocidos.
Pero los enfermos mentales no son criminales. Son simplemente
enfermos, pasto del poder de la mente para crear destrucción. Tenemos que resistirnos
a su autoridad para vivir simplemente, cuánto más para salir adelante y hacer
actividades normales. Tenemos que evitar ser parásitos sociales, seres que sólo
están en el mundo para tomar pastillas y cobrar una pensión más o menos
elevada. Los enfermos mentales pueden ser personas perfectamente válidas
para cualquier tipo de ocupación o nivel de creación. Es cuestión de darle los
medios y la comprensión suficientes para que puedan hacerlo. Y es cuestión de
tiempo porque una enfermedad mental no es tan “objetiva” como una enfermedad
digamos orgánica o física.
La mente se vale de ese oscurantismo en el que vive o en el que se
la mete para desplegar todo su poder de destrucción sin piedad ninguna.
Continuamente salen nuevos fármacos que son nuevas armas para luchar contra
ella. Es una legítima resistencia a su brutal autoridad. Tenemos derecho a
defendernos con todas nuestras armas, sin piedad, sin dejarse arrastrar por el
abandono o por el desánimo.
La mente siempre está esperando que decaigamos, que nos vengamos
abajo, que caigamos en una renuncia, en un bajón para entrar más fuerte y
causar más daño. Hay que estar en permanente estado de alerta para defendernos
continuamente de ella.
Hay que tener mucha fuerza de voluntad y mucha solidaridad entre
todos los implicados, como si fuera la resistencia en una Guerra Mundial. No
hay que tener miedo. Hay que tener seguridad y conciencia de que podemos
equivocarnos y caer en crisis pero hay que volver a levantarse porque la mente
se levanta siempre y siempre está ahí dispuesta a hacer daño. No podemos dejar
de resistir. Hay que aplicar aquí también la famosa frase de Camilo José Cela:
“quien resiste vence”. Los enfermos mentales tenemos que organizar una perfecta
resistencia para que la autoridad mental disminuya cada vez un poco más y nos
sintamos mejor, cada vez mejor, sin miedo, sin abandono, sin dejadez, sin
meterse en la cama, sin apalancarse en un sillón, sin salir de casa, un largo
etcétera.
Ésta es la resistencia a la autoridad de la que quería hablar hoy.
La resistencia a la autoridad de la mente como enemigo implacable contra el que
hay que luchar con la misma saña, sin piedad ninguna.
No hay que tener miedo. Hay que tomar medicación. Hay que hacer
terapias. Hay que echarle valor. Hay que tener coraje para luchar contra la
mente porque hay pocos enemigos más duros que la mente.
Pero es, tiene que ser, un enemigo batible, aunque sea a ratos. Y
si se supera la enfermedad por completo se habrá vencido a la mente con todo el
coraje del mundo.
Con esta esperanza hay que vivir. Con la esperanza de que la
resistencia merece la pena y acaba tarde o temprano por tener sus frutos. Vaya
este mensaje optimista para abrir un poco de luz en la oscuridad de las
enfermedades mentales. Salud y suerte.
José Cuadrado Morales.