Dura palabra ésa: realidad.
Con todo lo que supone e implica. Hay un filósofo, cuyo nombre no
recuerdo ahora porque escribo como siempre de memoria, que decía que
un trozo inmenso de realidad era terrible. Un exceso de realidad
estaría mejor. Con todo lo que ello significa.
Cada uno afronta la realidad a
su manera. Con sus propias armas y posibilidades. Cada uno, sea
enfermo mental o no. Aquí no hay diferencias. Quizás el enfermo
mental tenga menos recursos para aceptar la realidad, para
afrontarla, y se encuentre en inferioridad de condiciones para hacer
frente a todo lo que significa.
Hay enfermos mentales
(expresión que ya sabéis los que me seguís habitualmente no me
gusta nada) que afrontan la realidad de la manera más extrema.
Sienten una impotencia muy grande y sólo ven la salida de la muerte
y se quitan la vida.
Ya escribí el curso pasado
dos artículos dedicados a un amigo que se suicidó. No mencioné
evidentemente su nombre pero todos imagino que sabían quién era. Yo
no acepto el suicidio como opción. Es el abatimiento absoluto, el
abandono final, tirar la toalla definitivamente sin dar más opciones
a la lucha. Siempre hay que seguir luchando porque aunque no se crea
siempre hay una salida para todo por negra que parezca.
La muerte no es una opción y
no es una forma en absoluto de aceptar la realidad, sino más bien de
huir de ella de una manera definitiva. Porque hay formas transitorias
de huir de la realidad, pero te dan más opciones para seguir
enfrentándote a ella.
No al suicidio sea la razón
que sea. Así de rotundo. Y hay muchos artistas y personas de
prestigio que han escogido el suicidio como opción. No estoy de
acuerdo. Creo que es el mayor acto de cobardía que se puede cometer
en la vida. Agota todas las posibilidades. Detrás del suicidio ya no
queda nada o sólo eso: la NADA más absoluta, la inexistencia, la
imposibilidad de sobrevivir, de decir estoy aquí y no estoy hundido,
y nada va a poder del todo conmigo.
Hay enfermos mentales que
afrontan la realidad tomando más medicación de la cuenta. Buscan
estar más dormidos de la cuenta para ser una especie de zombi que no
siente ni padece. Huyen de la realidad mediante la somnolencia. No se
dan cuenta de lo que pasa. En los hospitales hacen eso muchas veces:
drogan a los pacientes para evitarles sufrimiento, para que no se
enfrenten a la realidad y puedan salir adelante de sus crisis
pasajeras. A veces esas crisis pasajeras son muy fuertes y puede
estar justificada la sedación. No lo niego. Igual que hay curas de
sueño para el cansancio y otras cosas, pues hay curas de sueño para
los enfermos mentales a los que la realidad les supera y los deja
convertidos en un trapo maleable por cualquier circunstancia adversa.
Yo pertenezco al grupo de los
que se meten en la cama sin más medicación de la cuenta con la idea
de dormir para olvidarme de los problemas. Lo explicaba recientemente
en mi artículo Y el cansancio infinito. A veces me agobio tanto,
sufro tanto, me puede tanto el sinsabor que sólo encuentro consuelo
en la cama y allí me meto. O me quedo dormido en mi sillón azul
para salir de la crisis que esté viviendo.
Suele funcionar porque cuando
me despierto estoy mejor. Ayer domingo me acosté muy temprano porque
estaba un poco pachucho y necesitaba cerrar los ojos. Con eso me
conformaba. Pero me quedé dormido. Desperté de madrugada y una vez
despierto me levanté, arreglé y salí a la calle para empezar el
día con los rituales del TOC. Sentí el aire fresquito en la cara y
me resultaba muy confortable. Escribí unos cuantos whatsApps a las
personas más queridas o de más confianza porque era muy temprano.
Me senté en un sillón de la plaza y me sentí reconfortado.
Ahora veo mi realidad con
mayor optimismo. Parece que el cansancio empieza a ser superado. Un
cansancio existencial, ése que dio lugar a la muerte de tantos
filósofos y artistas. Tengo ganas de pensar menos. Estoy cansado de
pensar. Pienso demasiado. Pienso sobre cualquier cosa por pequeña
que sea y estoy cansado. Muy cansado de estar cansado. Y quiero
acabar con ese cansancio, con esa realidad que no me gusta.
Tengo motivos para la
felicidad. Mi hijo ha aprobado las Oposiciones para Gestor Procesal y
Administrativo con el número 1 de toda Andalucía y el número 4 de
toda España. En noviembre o diciembre ya estará trabajando. Tengo
ganas de que empiece a trabajar, a demostrar lo que vale, lo que sabe
que es mucho.
Pronto empezaré a corregir mi
tercera novela, la última de la trilogía Monólogo en clave
neurótica. Ya está escrita. Sólo me queda la corrección y todo lo
supone la publicación de un nuevo libro. Será mi libro número 17,
un número bonito. Pasa el tiempo deprisa. Parece que fue ayer cuando
estaba con el libro 16. El tiempo definitivamente vuela.
No tengo mala la salud salvo
el tema de los nervios. Tengo mis goteras, pero tampoco es una
realidad como para tirarse de los pelos. El azúcar está bastante
controlada. La tensión siempre está bien. He perdido ya siete kilos
de los que me sobran y estoy muy contento. Y no estoy pasando hambre.
Estoy haciendo como me lo dicen quienes me aprecian y me atienden
bien siempre. Yo confío en esas personas. Tengo problemas de
circulación, pero hace mucho que no me hago heridas en las piernas,
lo que me hace muy feliz porque me evito el tedio de las curas. La
cabeza me funciona muy bien y mi corazón está fuerte. Mi realidad
de salud es buena.
Tengo a mi hermana pequeña
con esclerosis múltiple y eso me causa tristeza por lo incurable de
la enfermedad. Sólo puedo animarla como sé y cuanto puedo. Ahora
está saliendo un poco más con la silla de ruedas. Va a más sitios
y se distrae. La mayor está bastante bien, aunque con problemas de
fibromialgia, pero no es nada grave, sino desagradable. Una
enfermedad más y ya está. ¿Quién no tiene goteras? Pues eso. A
qué quejarse si siempre hay alguien peor que tú. Tal vez sea un
consuelo muy vano, pero es un consuelo muy válido.
La realidad es un monstruo al
que te entran ganas de devorar como Saturno devoraba a sus hijos en
el cuadro famoso de Goya que está en el Museo del Prado de Madrid.
Te entran ganas de acabar con ella. Pero lo bueno del ánimo es que
cambia y lo hace para mal y para bien. Hay que mirar que el ánimo
también puede mejorar y esa esperanza nunca hay que perderla porque
estamos vivos hasta no se sabe dónde. La vida siempre continúa. Hay
que tener la esperanza de que se produzcan cambios importantes en
nuestra vida para que realmente sintamos que las cosas son posibles,
que no se vive siempre la misma monotonía.
La rutina forma parte de la
vida. La rutina es la misma vida en sentido positivo. Todos los días
hacemos muchas cosas repetidas. Es normal. No debemos agobiarnos ni
sentirnos presionados por el paso de los acontecimientos que pueden
hacernos sentir algo aburridos. La esperanza. Siempre la esperanza.
Siempre a cuestas con ella porque necesitamos una permanente
liberación del tedio, del cansancio infinito del que hablé
recientemente.
Yo me sentí herido por el
cansancio infinito pero he empezado a salir de él con la aceptación
de la realidad y del intento de modificación de las cosas que no me
gustan. Cuesta. Claro que cuesta. Y como enfermo mental cuesta más.
Pero lucho. No me detengo. Lucho mirando al futuro y sintiéndome
imbricado con la realidad a la que no hay que sentir como enemiga
sino como aliada en todos los momentos, sean malos o buenos.
La realidad es un
caleidoscopio muy diverso según la mire cada uno, pero todos debemos
aceptarla como es o cambiarla para nuestra positividad.
Ése es mi mensaje de
esperanza para que nadie se deje vencer por un exceso de realidad.
Salud y suerte.
José
Cuadrado Morales
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