En la vida hay numerosas
emociones, sensaciones, sentimientos, angustias, ansiedades y
multitud de cosas que nos afectan en mayor o menor medida. También
existen lo que llamo yo pequeñas tragedias, tragedias que no son tan
pequeñas en cuanto nos afectan a nosotros mismos y nos pueden causar
un gran sufrimiento, pero prefiero considerarlas pequeñas porque hay
otras tragedias que son mucho más grandes. Pondré un ejemplo para
ilustrar lo que quiero decir con pequeñas tragedias.
Y voy a poner como siempre un
ejemplo personal para que quede aún más claro. Como saben los que
me siguen habitualmente yo he publicado recientemente mi segunda
novela titulada Amistades y amores, que es la segunda de una trilogía
titulada Monólogo en clave neurótica. La primera novela de la
trilogía se llama Historia de una obsesión. Falta la tercera novela
que se publicará el año que viene Dios mediante. Aún no tiene
título, aunque está casi escrita a falta de corrección.
La trilogía es la historia de
un enfermo de Trastorno Obsesivo Compulsivo, enfermedad más
comúnmente conocida por sus iniciales TOC. Pero no hablo sólo de la
enfermedad sino que desarrollo ampliamente la vida del protagonista
Leocadio Gómez Encías, que tiene un alter ego llamado Procopio
Boñiga. Hablo de sus relaciones de pareja, de sus amistades, de sus
aficiones y un largo etcétera porque una trilogía da para mucho.
Amistades y amores, mi
reciente libro, lo he publicado como todos mis 16 libros hasta la
fecha por el sistema de coedición, es decir, publicamos una
editorial y yo y ponemos cooperativamente el dinero total del libro.
Después, una vez publicado el libro, la editorial vende sus
ejemplares y yo vendo los míos. Cada uno como quiere o puede.
Yo he empezado a vender mis
ejemplares. Lo hago lógicamente entre mis amistades, conocidos,
compañeros de la Ura, profesionales de la Ura y un largo etcétera.
A veces me encuentro con un no por respuesta, pero eso entra dentro
de la publicación de un libro y de su venta.
He estado vendiendo mi libro y
va la cosa bien. Lo que ocurre es que me ha pasado algo muy curioso
que a mí me resulta una pequeña tragedia a la que le he dado la
respuesta adecuada.
Lo cuento. Llamé a mi mejor
amigo, que sabía que iba a publicar nueva novela, y le dije que ya
se había publicado. Entonces se hizo el silencio en el teléfono.
Pasado un cierto tiempo que se hizo eterno me dijo que había estado
reflexionando mucho sobre si comprar mi novela o no y finalmente
después de mucho tiempo había decidido no comprarla.
Yo le pregunté si estaba
tomando una decisión tan trascendente para la Historia de la
Humanidad. Se trataba sencillamente de invertir 15 euros en la compra
de una novela de su mejor amigo y me encontraba con el no por
respuesta después de una larga reflexión. Ni que tuviera una
decisión que afectara a su vida misma.
Yo me quedé helado. Dios mío,
pensé: si ni mi mejor amigo me compra la novela quién me la va a
comprar. Eso fue lo primero que me dio por pensar, en un momento de
baja autoestima.
Me dijo mi amigo para
argumentar más su decisión que tenía que aprender a decir que no.
Yo le dije que si tenía que empezar a saber decir que no
precisamente con mi novela. Él me dijo que cualquier momento era
bueno. Y me tocó a mí. Le insistí un poco, pero finalmente desistí
porque estaba claro que mi mejor amigo no compraría mi novela.
Podría tacharlo de la lista de posibles compradores.
Pero ésta no es la pequeña
tragedia. Esto lo considero una circunstancia de la vida, imprevista
por completo, pero una circunstancia más a la que no tenía por qué
darle importancia excesiva.
Pero durante unos minutos se
la di y entonces ocurrió la pequeña tragedia que para mí era una
gran tragedia: SENTÍ LÁSTIMA DE MÍ MISMO. Odio sentir lástima de
mí mismo. Ya aquí escribí una vez un artículo titulado Victimismo
y hablaba de que no había que sentir lástima de uno mismo para no
provocar el victimismo, el llamar la atención mediante el
sufrimiento y sus múltiples variantes.
Sentí lástima de mí mismo
durante unos horribles minutos. Pero reaccioné a tiempo y le dijo a
la lástima que se fuera a hacer gárgaras. Que yo era fuerte y que
no me iba a dejar aplastar por el hecho de que mi mejor amigo no
quisiera comprar mi novela, cosa con la que no contaba en absoluto.
Entonces me sobrepuse y me
dije a mí mismo que adelante, que había que vender esa novela que
había sido rechazada como fuera en aquel momento. Y se me ocurrió
pensar en el camarero del bar donde suelo desayunar cada mañana. Es
una persona muy leída, muy culta, muy viajada también. Estaba
seguro de que me la compraría. Lo que estaba claro es que no perdía
nada por intentarlo.
Fui al bar. Ya no era la hora
del desayuno. Le ofrecí mi novela y la aceptó sin rechistar. Me
dijo que le encantaban las novelas. No le gustaba la poesía. Vendí
mi novela despreciada por mi mejor amigo. Y la vendí a una persona
que conozco sólo de ser cliente y dependiente. Me puse muy contento
y mi autoestima se disparó. Había vendido mi novela y estaba
radiante. No sabéis la alegría que me produce vender un ejemplar de
mi novela y más cuando ha sido rechazada previamente.
Salí del bar con ganas de
vivir, de seguir luchando por mi novela, es decir, por mi trabajo, el
trabajo de todo un año entre escribir mi novela a mano, pasarla a
máquina, corregirla, volver a pasarla a limpio, enviarla a la
editorial, recibir el presupuesto, imprimirla, corregir las primeras
y segundas pruebas de imprenta y recibir la edición definitiva. Un
año de mi vida que mi amigo se había cargado con un no absoluto y
yo había convertido en una pequeña tragedia: la autolástima.
No quiero volver a sentir
lástima de mí mismo. Eso sí: no debo esperar nada de nadie para no
llevarme decepciones. Muchas personas que me prometieron comprar mi
novela lo han hecho y con eso me tengo que quedar. Tengo que ser
positivo y valorar los ejemplares vendidos, no los ejemplares
rechazados.
Ya estoy preparando mi tercera
novela de la trilogía. Insisto en que aún no tengo el título.
Suelo ponerlo al final. Lo que sí tenía claro desde un principio
era el título de la trilogía. Estoy ahora en la fase de escritura a
mano de mi tercera novela. Ahí sigo indagando en otros aspectos de
la vida de Leocadio, por ejemplo su labor como escritor. Es un poco
alter ego de mí mismo, es decir, se combinan elementos de ficción
con cosas reales. Así las novelas son juegos con el lector para que
averigue qué es de Leocadio y qué es mío.
En mi segunda novela también
he dejado muchos capítulos sin título para que el lector participe
más activamente poniendo el título que le parezca mejor. He
utilizado elementos de la novela contemporánea como el monólogo
interior libre, la escritura surrealista, el contrapunto y otros. He
puesto en mi novela lo mejor de mí.
Por eso me ha dolido el no de
mi mejor amigo, pero más mi pequeña tragedia de la autolástima. No
quiero volver a sentirla.
Y mi mejor amigo sigue siendo
mi mejor amigo. No he tomado la actitud infantil de dejar de hablarle
o romper nuestra relación.
Seguimos enviándonos
whatsApps diariamente y teniendo buena comunicación. El no a mi
novela ha quedado como una simple anécdota y yo sigo vendiendo mi
novela y me encuentro con síes y noes a partes iguales. Pero
conseguiré vender todos los ejemplares de mi novela que me
corresponden. La editorial está haciendo lo propio con los suyos.
Viva la fuerza de voluntad y
viva la autoestima. Y viva el lema que tengo, uno de ellos:
autoestima, flexibilidad, no todo debe de ser perfecto, seguridad,
sin miedo. Adelante siempre Pepe. Adelante siempre amigos. Quiero
dejar este mensaje final de optimismo . Salud y suerte.
José
Cuadrado Morales
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