martes, 15 de mayo de 2018

MALDITOS BASTARDOS

Tomo prestado el título de una película de Quentin Tarantino para mi artículo de esta semana. Me parece un título muy válido para hablar de todas esas personas que están a tu alrededor y en lugar de ayudarte hacen todo lo posible por hundirte todavía más; no te sacan de la miseria sino que te hunden más en ella , recreándose en el sufrimiento que vives y sientes como algo terrible.
En la película Brad Pitt se harta de matar nazis. Yo no voy a matar a nadie ni en la realidad ni siquiera en la ficción de un artículo periodístico, pero expreso toda la rabia que provocaban en el personaje de la cinta los crueles adictos sedientos de sangre de la esvástica que nunca tenían bastante con el sufrimiento que ocasionaban en los demás.
Yo llamo malditos bastardos a todas esas personas que he conocido en mi vida y que se han jactado de verme sufrir. Me han visto en el suelo tirado literalmente y me han puesto una pierna encima para que no pudiera levantarme. Yo no tenía fuerzas para ello, pero por si acaso ellos se preocupaban de que no me levantara con esos zapatos que me oprimían el cuello y el alma.
Malditos bastardos por arrojarme exclusivamente a la charca de las pastillas para que me atiborrara y valiera menos que nada. Porque eso me hacíais sentir: nada. Menos que nada. Como si fuera un judío en un campo de concentración esperando que alguien viniera a rescatarle de toda su desesperación.

Yo me he visto muchas veces, sobre todo en tiempos pasados, impedido para salir adelante, inmóvil , paralizado, como un preso en una cárcel de angustia deseoso de una libertad que nunca llegaba porque mis carceleros estaban muy pendientes de mí y hacían todo lo posible y lo imposible para que no escapara. Disfrutaban con mi incapacidad para la superación, disfrutaban con mi impotencia doliente tirado en un jergón de porquería mental, convertido en una piltrafilla maloliente que no servía para nada porque desconocía hasta el máximo extremo el significado de la palabra autoestima.
Malditos bastardos todos aquellos que se dedicaban a empastillarme para dejarme dormido y pareciera más un zombi o un muerto en vida. Sólo una persona se preocupó de ponerme un tratamiento en condiciones que no me dormía y que me ayudaba a superar la depresión, que ahora no tengo, y mis crisis de ansiedad derivadas de mi Trastorno Obsesivo Compulsivo.
Maldito tú, Trastorno, por causarme tantos problemas en mi vida, por impedirme hacer una vida normal, como tantas otras personas que no tienen problemas de nervios. Pero nunca te consideré Trastorno una enfermedad mental. Hasta ese punto no me venciste. Te considero una enfermedad normal porque yo no soy un enfermo mental.
Malditos bastardos todos los que querían meterme siempre en la cabeza que yo era un enfermo mental, alguien a quien había que tratar alejado del mundo, como si fuera un leproso o algo parecido. No pertenecía a ningún exclusivo nivel social ni de enfermedad. Era una persona normal con cierta discapacidad, pero no merecía que los nazis me metieran en ninguna cámara de gas.
Pero me ingresaron y los malditos bastardos me quisieron dormir una y otra vez. Yo decido cuándo duermo y cuándo no. Yo decido sobre mi vida porque soy dueño de mis actos y tengo el derecho legítimo a equivocarme. Nadie es perfecto y yo tampoco, por eso asumo perfectamente mis errores y todas las cosas que se deriven de mi enfermedad.
Yo he sido fuerte todos estos años frente a los malditos bastardos que no tenían piedad de mí. He sido fuerte y he resistido como los últimos de Filipinas frente a todas las acometidas recibidas por personas que decían ser mis amigas y eran enemigos encubiertos, gentes sin capucha que procuraban silenciosamente mi mal. Y no es paranoia persecutoria, sino realidad. Yo era un ser un poco indefenso y vulnerable al que era muy fácil hacer daño, herir sin apenas arma alguna y me levantaba una y otra vez y salía adelante con toda la fuerza del mundo.
Muchas personas se acercaban a mí para disfrutar mis dotes literarias y sólo querían sacarme las entrañas, las cosas más hermosas de mí como si yo fuera la nave nodriza de las perfecciones o algo por el estilo. Pero yo era y soy simplemente un ser humano que lucha por sobrevivir con los recursos de que ha sido dotado por Dios. En Dios creo y en su infinita misericordia. La Providencia me da cosas que yo no le pido. Ella no es una maldita bastarda. Ella me ayuda más que nadie y me da una fuerza que nunca pensé que llegaría a tener.
Creo en Dios y creo en mí mismo. Somos aliados. Luchamos contra todas las adversidades con coraje, con voluntad, dignidad y amor propio. Y no nos cansamos. Yo no me canso tampoco de escribir estos artículos semanales en los que voy dejando mi vida poco a poco como si fueran lágrimas de vida. Porque eso es lo que siento: que tengo mucha vida y que esa vida nunca terminará del todo. Hay otra dimensión, otro mundo en el que siempre seguiré viviendo con Dios y con las otras personas que se lo hayan merecido.
Malditos bastardos aquellos que no creyeron en mis capacidades literarias. Que no me ayudaron en mis inicios. Después resistí y publiqué muchos libros con entera libertad. He tenido una voluntad de hierro para sacar de mí lo mejor y dárselo a los demás con toda la fe del mundo. Escribo y seguiré escribiendo mientras tenga fuerzas para hacerlo. Seguiré sacando libros con todo el cariño del mundo y con toda la voluntad también.
Sigo adelante con toda la ilusión del mundo. Y lo hago porque me considero un ser vivo, no un aspirante a muerto como muchos malditos bastardos querían que me viese. Y no. Nunca estuve muerto, aunque caí muchas veces, pero siempre me levanté. Caía una y otra vez y ponía la rodilla en el suelo pero me levantaba y alzaba el cuello y miraba dónde estaba la salida. Y siempre la encontré. Y así llevo desde niño. Y soy un hombre de 56 años que aspira a vivir muchos más con la ilusión de los primeros años.
Sigo fuerte mirando hacia adelante, hacia donde está el camino limpio que me espera para tener una ilusión desbordante que nunca creyeron que llegaría a tener. Pero la tengo. Y nadie puede con ella.
Soy fuerte y tomo el tratamiento adecuado. Y me cuido. Y escribo mis libros. Y me doy a los demás. Y me relaciono con personas. Y hago en definitiva una vida normal. Yo me considero una persona normal que sigue adelante como estrenando la vida cada día.
Dejo constancia en este artículo de que siempre hay que tener voluntad para hacer frente a todos los obstáculos y todas las personas que son malditos bastardos para que nadie se sienta prisionero de ellos. Tened la voluntad decidida de caminar solos, junto a personas queridas, pero solos en el sentido de que tenemos que tener un depósito bien provisto de energía para salir adelante siempre.
Éste es mi mensaje. Y creo que ha quedado bastante claro. Salud y suerte.


José Cuadrado Morales

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