Tomo
prestado el título de una película de Quentin Tarantino para mi
artículo de esta semana. Me parece un título muy válido para
hablar de todas esas personas que están a tu alrededor y en lugar de
ayudarte hacen todo lo posible por hundirte todavía más; no te
sacan de la miseria sino que te hunden más en ella , recreándose en
el sufrimiento que vives y sientes como algo terrible.
En
la película Brad Pitt se harta de matar nazis. Yo no voy a matar a
nadie ni en la realidad ni siquiera en la ficción de un artículo
periodístico, pero expreso toda la rabia que provocaban en el
personaje de la cinta los crueles adictos sedientos de sangre de la
esvástica que nunca tenían bastante con el sufrimiento que
ocasionaban en los demás.
Yo
llamo malditos bastardos a todas esas personas que he conocido en mi
vida y que se han jactado de verme sufrir. Me han visto en el suelo
tirado literalmente y me han puesto una pierna encima para que no
pudiera levantarme. Yo no tenía fuerzas para ello, pero por si acaso
ellos se preocupaban de que no me levantara con esos zapatos que me
oprimían el cuello y el alma.
Malditos
bastardos por arrojarme exclusivamente a la charca de las pastillas
para que me atiborrara y valiera menos que nada. Porque eso me
hacíais sentir: nada. Menos que nada. Como si fuera un judío en un
campo de concentración esperando que alguien viniera a rescatarle de
toda su desesperación.
Yo
me he visto muchas veces, sobre todo en tiempos pasados, impedido
para salir adelante, inmóvil , paralizado, como un preso en una
cárcel de angustia deseoso de una libertad que nunca llegaba porque
mis carceleros estaban muy pendientes de mí y hacían todo lo
posible y lo imposible para que no escapara. Disfrutaban con mi
incapacidad para la superación, disfrutaban con mi impotencia
doliente tirado en un jergón de porquería mental, convertido en una
piltrafilla maloliente que no servía para nada porque desconocía
hasta el máximo extremo el significado de la palabra autoestima.
Malditos
bastardos todos aquellos que se dedicaban a empastillarme para
dejarme dormido y pareciera más un zombi o un muerto en vida. Sólo
una persona se preocupó de ponerme un tratamiento en condiciones que
no me dormía y que me ayudaba a superar la depresión, que ahora no
tengo, y mis crisis de ansiedad derivadas de mi Trastorno Obsesivo
Compulsivo.
Maldito
tú, Trastorno, por causarme tantos problemas en mi vida, por
impedirme hacer una vida normal, como tantas otras personas que no
tienen problemas de nervios. Pero nunca te consideré Trastorno una
enfermedad mental. Hasta ese punto no me venciste. Te considero una
enfermedad normal porque yo no soy un enfermo mental.
Malditos
bastardos todos los que querían meterme siempre en la cabeza que yo
era un enfermo mental, alguien a quien había que tratar alejado del
mundo, como si fuera un leproso o algo parecido. No pertenecía a
ningún exclusivo nivel social ni de enfermedad. Era una persona
normal con cierta discapacidad, pero no merecía que los nazis me
metieran en ninguna cámara de gas.
Pero
me ingresaron y los malditos bastardos me quisieron dormir una y otra
vez. Yo decido cuándo duermo y cuándo no. Yo decido sobre mi vida
porque soy dueño de mis actos y tengo el derecho legítimo a
equivocarme. Nadie es perfecto y yo tampoco, por eso asumo
perfectamente mis errores y todas las cosas que se deriven de mi
enfermedad.
Yo
he sido fuerte todos estos años frente a los malditos bastardos que
no tenían piedad de mí. He sido fuerte y he resistido como los
últimos de Filipinas frente a todas las acometidas recibidas por
personas que decían ser mis amigas y eran enemigos encubiertos,
gentes sin capucha que procuraban silenciosamente mi mal. Y no es
paranoia persecutoria, sino realidad. Yo era un ser un poco indefenso
y vulnerable al que era muy fácil hacer daño, herir sin apenas arma
alguna y me levantaba una y otra vez y salía adelante con toda la
fuerza del mundo.
Muchas
personas se acercaban a mí para disfrutar mis dotes literarias y
sólo querían sacarme las entrañas, las cosas más hermosas de mí
como si yo fuera la nave nodriza de las perfecciones o algo por el
estilo. Pero yo era y soy simplemente un ser humano que lucha por
sobrevivir con los recursos de que ha sido dotado por Dios. En Dios
creo y en su infinita misericordia. La Providencia me da cosas que yo
no le pido. Ella no es una maldita bastarda. Ella me ayuda más que
nadie y me da una fuerza que nunca pensé que llegaría a tener.
Creo
en Dios y creo en mí mismo. Somos aliados. Luchamos contra todas las
adversidades con coraje, con voluntad, dignidad y amor propio. Y no
nos cansamos. Yo no me canso tampoco de escribir estos artículos
semanales en los que voy dejando mi vida poco a poco como si fueran
lágrimas de vida. Porque eso es lo que siento: que tengo mucha vida
y que esa vida nunca terminará del todo. Hay otra dimensión, otro
mundo en el que siempre seguiré viviendo con Dios y con las otras
personas que se lo hayan merecido.
Malditos
bastardos aquellos que no creyeron en mis capacidades literarias. Que
no me ayudaron en mis inicios. Después resistí y publiqué muchos
libros con entera libertad. He tenido una voluntad de hierro para
sacar de mí lo mejor y dárselo a los demás con toda la fe del
mundo. Escribo y seguiré escribiendo mientras tenga fuerzas para
hacerlo. Seguiré sacando libros con todo el cariño del mundo y con
toda la voluntad también.
Sigo
adelante con toda la ilusión del mundo. Y lo hago porque me
considero un ser vivo, no un aspirante a muerto como muchos malditos
bastardos querían que me viese. Y no. Nunca estuve muerto, aunque
caí muchas veces, pero siempre me levanté. Caía una y otra vez y
ponía la rodilla en el suelo pero me levantaba y alzaba el cuello y
miraba dónde estaba la salida. Y siempre la encontré. Y así llevo
desde niño. Y soy un hombre de 56 años que aspira a vivir muchos
más con la ilusión de los primeros años.
Sigo
fuerte mirando hacia adelante, hacia donde está el camino limpio que
me espera para tener una ilusión desbordante que nunca creyeron que
llegaría a tener. Pero la tengo. Y nadie puede con ella.
Soy
fuerte y tomo el tratamiento adecuado. Y me cuido. Y escribo mis
libros. Y me doy a los demás. Y me relaciono con personas. Y hago en
definitiva una vida normal. Yo me considero una persona normal que
sigue adelante como estrenando la vida cada día.
Dejo
constancia en este artículo de que siempre hay que tener voluntad
para hacer frente a todos los obstáculos y todas las personas que
son malditos bastardos para que nadie se sienta prisionero de ellos.
Tened la voluntad decidida de caminar solos, junto a personas
queridas, pero solos en el sentido de que tenemos que tener un
depósito bien provisto de energía para salir adelante siempre.
Éste
es mi mensaje. Y creo que ha quedado bastante claro. Salud y suerte.
José
Cuadrado Morales
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