Quienes siguen habitualmente
mis artículos conocen sobradamente mi fobia hacia los fines de
semana. Ya la he explicado ligeramente en otras ocasiones por
diferentes circunstancias. Ahora voy a dedicar un artículo entero al
tema para que quede definitivamente concretado.
Este fin de semana ha sido
también duro pero ha sido especial por algo que explicaré más
adelante. El sábado fue un día normal. Lo dediqué a las tareas
domésticas como es habitual en mí: lavar la ropa, limpiar la casa,
hacer la compra y todo lo demás. Tras almorzar me entró la modorra
que me suele entrar los fines de semana: me senté en mi sillón azul
y me quedé dormido. Y ahí pasé la tarde. No estaba aburrido, pero
estaba extraño, pesado. No tenía ganas de ver la tele y tampoco
ganas de hacer ninguna otra cosa en especial. Sólo me apetecía
meterme en la cama, pero no porque estuviera deprimido, sino porque
estaba excesivamente flojo. Era como si las fuerzas que tenía al
principio del día hubieran desaparecido de inmediato y yo me hubiera
convertido en un ser sin vida, exánime, deseoso de amortajarme entre
las sábanas.
Y entre las sábanas me metí.
No dormí mucho. Me levanté a las 5.30, que es mi hora habitual de
levantarme. Salí a desayunar a mi bar de los domingos y no tenía
apetito, cosa rara en mí por las mañanas que es cuando más ganas
de comer suelo tener. Desayuné, pues eso, desganado una tostada con
paté y me fui rápidamente para casa.
Y ya en casa me entró de
nuevo el sopor de los fines de semana. Sentía pesado todo mi cuerpo.
No sé si era la falta de obligaciones como cuando tengo Ura o qué,
pero me sentía mal. Se me ocurrió escuchar por la radio el partido
del Sevilla con el Leganés. Para mi disgusto perdió el Sevilla 2-1
porque juega con mucha desgana. Sólo le van bien los partidos que
son eliminatorias, como ocurre con la Copa del Rey o la Liga de
Campeones. Reconozco que me afectó considerablemente la derrota del
Sevilla.
Después estuve pendiente del
partido del Real Betis Energía Plus de Baloncesto que se la jugaba
contra el Retabet Bilbao y también perdió. Mi decepción fue doble.
La verdad es que mi modorra se combinó con un poquito de desánimo y
sólo se me ocurrió tomarme un plátano y un yogur y meterme en la
cama a las tres de la tarde. He dormido a ratos hasta las 12 de la
noche, contestando whatsApps que me enviaban familiares y amigos. Me
he levantado aunque no lo creáis a las 12 de la noche, a la hora que
se acuestan muchas personas. Yo no podía estar más en la cama.
Cuando no puedo dormir me entran dolores en las articulaciones y me
tengo que levantar.
Hechos mis rituales del
trastorno obsesivo compulsivo me vestí y me fui a la calle a hacer
algunas operaciones en el cajero automático del banco. Los hago más
cómodamente. Después fui a una farmacia de 24 horas a sacar las
medicinas con la tarjeta sanitaria. Es una evidente comodidad. Más
tarde me senté un rato en mi sillón azul y me quedé ligeramente
dormido pero cogí un poquito de frío y se me cortó el cuerpo. Todo
lo que no es normal no es normal. Me puse el chaquetón y me fui a la
calle a eso de las 5 de la mañana.
Estuve paseando un rato.
Cuando menos me lo esperaba se me acercó una chica y me preguntó:
“¿Me invitas a desayunar?”. Si tuviera que invitar a desayunar a
todos los que me lo piden o dar dinero a todos los que hacen lo mismo
no tendría para vivir. Pero esta chica me habló con una voz muy
dulce y me convenció con su solo aspecto. Y le dije que sí. Hay un
bar que abre muy temprano y fuimos hasta él. Ella se pidió una
tostada con sobrasada. Estuvo en todo momento muy educada y sobre
todo muy agradecida, que no está el mundo sobrado de agradecimiento.
Estuvimos charlando de muchos
temas. Hasta que saqué el tema de la Literatura. Le dije que había
publicado libros, que ahora estaba preparando la publicación de mi
segunda novela, etc. Ella me confesó que también escribía, pero
que no había publicado nada. Hago el inciso para decir que no le
pregunté en ningún momento por qué estaba a esas horas por la
calle. Ella tampoco me preguntó a mí.
Ella me dijo que no sabía
cómo publicar sus textos. Yo le expliqué que no era tan difícil y
le dije paso a paso cómo tenía que publicar sus libros. Para
valorar su calidad le pregunté si sabía algunos de sus poemas de
memoria, cosa que yo no sé, y me dijo que sí y me los recitó. Me
gustaron. Están muy bien. Creo que puede tener futuro. Le pregunté
cómo se llamaba y me dijo que Loli. Yo también le dije mi nombre. Y
nos dimos sendos besos recatados en la mejilla. Fue un momento muy
bonito que se lo agradezco a la noche y al mal fin de semana que
había pasado porque gracias a él yo estaba en aquel momento con esa
desconocida.
Me estuvo después contando
muchos detalles de su vida sin pedirme a cambio detalles de la mía,
cosa que le agradecí porque no estaba yo para contar muchas cosas de
mi existencia. Ya lo hago bastante en mis libros y en mis artículos
semanales. Lo hacía con un desparpajo evidente y con muestras de
tener ganas de comunicación. Creo que se sentía muy sola y tenía
muchas ganas de conversación y había encontrado al compañero
perfecto. Ahora me pregunto qué hacía a esas horas por la calle,
pero nunca se lo preguntaré.
Ella me preguntó si podíamos
vernos otro día para darme uno de sus libros para leerlo y darle una
opinión más formada sobre su literatura y yo le dije que por
supuesto, que era un placer. Me dio su teléfono móvil y yo le di el
mío y dijimos que ya nos llamaríamos para quedar para eso. Nos
despedimos con otros sendos besitos púdicos en la mejilla. Ella
cogió el autobús 2 y yo ya me vine para la Ura para empezar mis
actividades.
Pensé en aquello tan
consabido de que no hay mal que por bien no venga. Gracias a haberme
levantado a las 12 de la noche he hecho una amistad que quién sabe
lo que puede traerme de bueno en mi vida. Nunca sabes cuándo vas a
encontrar a alguien especial. El destino está lleno de paradojas y
ésta puede ser una de ellas.
Pero no quiero pasar más
fines de semana como éste. No quiero estar en la cama de día. No
quiero hacer creer a mis amigos y familiares que estoy bien y en
realidad estoy mal pero es que no quiero preocupar a nadie. Vivo solo
como sabéis y estando yo con mis cuitas me avío como puedo y tiro
para adelante.
Voy a intentar que el próximo
fin de semana sea diferente. Voy a intentar no meterme más en la
cama de día. Comer ordenadamente. Llevar unas pautas de trabajo más
lógicas. No necesitar de la Ura como un desamparado que se ve
perdido sin ella. Porque así es como me siento los fines de semana:
sin la responsabilidad de ir a la Ura y tener obligaciones concretas
que hacer como lo que estoy haciendo en este momento: escribir mi
artículo, que hago con enorme placer.
Voy a intentar que me afecten
menos las derrotas de mis equipos y ser más fuerte ante la
adversidad. No queda otra. No se puede uno sentir débil ante
cualquier contratiempo. No se puede planear la derrota como una forma
de vida. Eso no es así. Hay que ser más maduro. Tengo ya 56 años y
una experiencia de vida con los problemas de nervios más que
evidente y he de aprender de ella si no de qué me sirve.
Aunque este fin de semana me
haya permitido conocer a Loli no puedo seguir pasando los fines de
semana como hasta ahora. Es el compromiso que adquiero conmigo mismo
en este artículo y que estoy dispuesto a cumplir como ya he cumplido
otros anteriormente y de los que también he dejado constancia
escrita en estos artículos.
Estos artículos son trozos de
mi vida que aquí voy dejando para vosotros. Espero que os enseñen
algo o que os digan algo y que nos mantengan unidos siempre. Ésa es
mi intención. Gracias por leerme. Salud y suerte.
José
Cuadrado Morales
No hay comentarios:
Publicar un comentario