domingo, 13 de noviembre de 2016

NO TODO ES LO QUE PARECE.

El caso que nos ocupa es el de un hombre joven, de unos cuarenta años, discapacitado mental. Que tiene un puesto en la administración pero que se ve ridiculizado por sus compañeros porque su enfermedad le dice que él es un ser superior y que está por encima de la media, tanto físicamente como  mentalmente, pero eso no es cierto, es su fantasía y eso lo que provoca son risas y burlas de los compañeros. No saben tratar a un enfermo y eso hace que lo excluya cuando llega la hora del desayuno y procuran tener las relaciones justas con él. Sin que se note mucho, vayan a pensar que eres amigo  suyo y eso te caiga encima.
Este hombre de cuarenta años, es Eduardo. Es alto, rubio con poco pelo ya, a pesar de su juventud, tiene los ojos verdes y la medicación hace que salive mucho, por lo que cuando habla se ve la saliva en su boca y eso echa para atrás aún más. Él cumple con su trabajo. Es buena persona.
Como vive solo y apenas tiene gastos puede permitirse el lujo de alimentar a una manada de gatos que cada noche, sobre las once, esperan su ración de pienso en los bajos de su edificio. Los gatos más viejos no dejan comer a los más jóvenes y muchas veces se ve obligado a cargar con el saco de pienso para que todos puedan comer. Eso no lo hace una persona que carezca de sentimientos. Más bien todo lo contrario. “Las personas no me dan el afecto que necesito y lo busco en los animales”.
Pero un traslado de personal lo cambio todo. Un administrativo se marchó a otro departamento y se incorporó un chico joven de unos veinticinco años. Este chico, en principio, estaba muy condicionado por cómo lo aceptaría los nuevos compañeros. El único que se acercó a darle la bienvenida fue Eduardo y eso le motivo para mantener una relación de amistad con él. Los demás, como vieron que era amigo de “este ser superdotado”, empezaron a darle un poco la espalda y apenas cruzaban los buenos días con él. Eduardo ya no desayunaba solo sino que lo hacía con Jordi. Este no tardo mucho en darse cuenta de que algo le pasaba a su nuevo compañero pero no le dio más importancia. Simplemente lo acepto igual que él lo había aceptado también.
En uno de sus desayunos Eduardo le confesó algo a Jordi que se sentía solo, que nadie en la oficina lo trataba bien. Él era un ser superdotado, de una inteligencia superior a la media, con unas cualidades física muy por encima de los que fumaban y de los que no. Era un ser especial. Había una voz que le decía que no se preocupase. Que pronto seria reconocido por la Iglesia como un ser que está por encima de los demás. Jordi escuchaba todo esto y no lo juzgaba, simplemente sabía que era parte de Eduardo. Que su persona era así y que le quedarían muchos desayunos escuchando eso. Pero él en realidad no era un mal tipo. Simplemente un enfermo y no se explicaba cómo sus compañero le habían hecho ese ostracismo. Que también se lo habían hecho a él por desayunar y compartir algunos minutos de la mañana con Eduardo.
El tiempo fue transcurriendo y la amistad entre Eduardo y Jordi fue incrementando. Cada vez se pasaba más por la mesa de Jordi para pedirle un consejo o simplemente por charlas unos cinco minutos. Jordi se estaba volviendo indispensable para Eduardo y este se sentía por fin escuchado. Se fue creando un vínculo de amistad. Ambos amigos eran conscientes de la desaprobación de los demás compañeros pero a ninguno de los dos les importaba. Y menos a Jordi. Si no eran capaces de ver que este hombre necesitaba una forma especial de cariño ¿Cómo relacionarse con gente tan superficial?
Una mañana de viernes, Eduardo invitó a comer en su casa a Jordi. Este se vio en un compromiso. Si le decía que no se lo podía tomar a mal y estropear la manera que Eduardo  tenía de verlo. Estaba obligado a aceptar. Y su respuesta fue que sí, que estaría encantado de almorzar con él el sábado a medio día, que los pasteles los ponía Jordi.
Eduardo le escribió en un papel su dirección. Le dijo que el solía comer sobre las dos y que si no le venía mal la hora. Para Jordi eso  era lo de menos. El sábado a las dos estaría allí, con una bandeja de pasteles para el café. Lo pasarían bien. “A mí me salen muy bien las paellas, que te parece si hago una para dos personas, de carne y marisco”. “Estupendo”.  Jordi no dudaba de las habilidades culinarias de su amigo pero el arroz es un plato delicado y hay que saber cocinar bien para que salga bueno. Se imaginaba comiendo sin ganas una paella espantosa y teniendo que poner buena cara. Eso era divertido, verse en una situación así era cómico. O por lo menos esperpéntico.
El fin de semana llegó y antes de que terminase el viernes, Eduardo recordó su cita a Jordi. “No te preocupes, allí estaré”.
El sábado por la mañana Jordi se levanto cerca de las once. Los fines de semana solía aguantar un rato más en la cama. No tenía la presión de hacer grandes cosas. Entre él y Marta lo recogían todo en un momento. Marta era la chica con la que ahora estaba viviendo. Lo único que necesitaba era un buen café y sentarse delante del ordenador para seguir con su novela. Jordi soñaba con hacerse escritor y algún día terminaría su texto y lo presentaría a una editorial. Seguro que se lo aceptaría. Era un escritor que se consideraba bueno. No un premio Nobel pero ya había ganado varios concursos de relatos libres y ahora había decidido de dar el salto a la novela.
Se puso a escribir y cuando se dio cuenta eran las doce y media. Tiempo suficiente para ducharse, arreglarse y salir para casa de Eduardo. Marta iba a ver a su madre por lo que también estaría ocupada gran parte del día. Así que los dos tenían cosas que hacer pero esta vez por separado.
La paella estaba exquisita y se notaba que Eduardo tenía una habilidad innata para la cocina. Mientras almorzaban este le contó otra vez lo de que era una persona especial y que eso no sabían valorarlo en la oficina. La Iglesia se lo reconocería. Jordi intento desviar el tema y no entrar en detalles. Se sentía cómodo con Eduardo porque este era natural, pero cuando empezaba a hablar de cosas así, a Jordi se le partía el alma. Por eso lo rechazaban por ser precisamente una persona especial. 
Llego la hora de los pasteles y Jordi fue al frigorífico por ellos. Entre los dos recogieron la mesa y Eduardo le dijo que los dulces mejor se los tomarían en otra habitación, más acogedora y de forma más intima, para valorar el regalo que le había hecho. Jordi entró en una habitación donde había una mesa del Ikea y cuatro sillas. Al entrar notó como Eduardo cerraba la puerta detrás de él y echaba un candado. 
“Qué es esto Eduardo. ¿Tú no entras”. No obtuvo respuesta. Lo más que escucho fue una silla arrastrándose por el suelo del piso y situándola al otro lado de la puerta. ”Vas a ser mi amigo durante todo el fin de semana”. “Te he elegido a ti entre todos los de la oficina porque serias el único que aceptaría venir a mi casa” “Pero ¿qué es todo esto Eduardo?” pregunto. No sabía si este le oía o no porque Eduardo gritaba cuando le había hablado. “Es muy sencillo, Jordi.  No estoy dispuesto a pasar un fin de semana solo y tú vas a ser mi compañía. He pasado fines de semana solo durante años, fiestas de Navidad, Semanas Santas, Vacaciones…este fin de semana lo vamos a pasar juntos, aunque nos separe una puerta” Jordi estaba atónito “¿Qué me quieres decir, qué me vas a secuestrar un fin de semana” y entonces se echo a reír. Esto sí que era esperpéntico. 
Por unos momentos Jordi no supo muy bien qué hacer. Soltó los pasteles sobre la mesa del Ikea y golpeo con todas sus fuerzas la puerta. Todo fue en vano. Se hizo sangre en los dedos. “Esto es ridículo, Eduardo, ábreme la puertas, por favor, ya está bien la broma” “No es ninguna broma, la puerta la abriré el domingo por la noche, ahora lo que necesito es que me escuches, que compartas conmigo tus ideas, que charlemos. Ser dos verdaderos amigos. En el mueble que esta frente a la puerta encontrarás ron, hielo y refrescos. Bébete algo si te apetece. Para comer tienes los pasteles. Solo será un día y medio”.
Jordi intento llamar a Marta pero su móvil estaba sin batería. ”Maldita sea, que inoportuno”. No escucha nada dese detrás de la puerta. No sabía si Eduardo seguía ahí. “Estas ahí” “Si, aquí esperando estoy, esperando a que comencemos una conversación” “Esta bien, Eduardo, si me dejas marchar no lo tendré en cuenta, te lo prometo, seguiré siendo tan amigo tuyo como antes” pero Eduardo no contestaba. El silencio se apodero de las dos habitaciones que se separaban por una puerta que Jordi se dio cuenta de que no tenia picaporte por su lado. “Está bien te contaré la última peli que he visto y me dejaras salir” fue lo que propuso. Eduardo se negó a aceptar la sugerencia. “Me contaras la última peli, como te va con Marta, como te encuentras en la oficina y todo lo que desees, tiene todo un día y medio para hablar”. Esto empezó a preocupar a Jordi. No era una broma. Pensaba retenerlo contra su voluntad todo un día y medio. “¿Pues sabes lo que te digo? Que no pienso contarte nada de nada. Voy a estar callado todo el rato, o mejor dicho, todo el mal rato que me vas a hacer pasar” Eduardo se entristeció. Ahora tenía un amigo que no quería hablar. ¿Dónde estaba el fallo? 
Los primero veinte minutos no intercambiaron palabras. Eduardo se sentía triste. Tenía a un amigo detrás de la puerta y este había tomado la decisión de no hablar, “Ya se le pasará” pensó. Pero también paso la primera hora, y la segunda y así una tras otra. “Bueno, Jordi, voy a darle de comer a los gatos, Luego seguimos nuestra charla” Salió a la calle con su bolsa de pienso hecho de comer a los gatos. Disfruto del aire que corría aquella noche. Una brisa fresca y agradable. Volvió a casa. Se sentó en su silla y le pregunto a Jordi si se había perdido algo interesante. No escuchó respuesta. Eso lo entristeció aún más. Eduardo tenía dudas ¿Había hecho lo mejor? Era esa una forma sana de convencer a un amigo para charlar. Evidentemente no. Así que decidió abrir la puerta y dejar marchar a Jordi. Este al escuchar el correr del cerrojo despertó de su letargo y espero  que la puerta se abriera. Se dirigió directamente hacia Eduardo y se lió a golpes contra él. Le dio tanto puñetazo que Eduardo empezó a sangrar. Todos en la cara. Cogió la silla y le golpeo con ella. Descargando toda su furia, que no era más que de incomprensión. Cuando quiso darse cuenta Eduardo no respondía ¿Lo habría matado? Enseguida cogió un teléfono y llamo a una ambulancia, después a la policía. Conto todo lo sucedido y que tenía miedo por la vida de su amigo.

Cuando llego la policía lo primero que hizo o fue preguntarle como había ocurrido todo. Jordi lo explico detalladamente. Eduardo estaba muerto. Le preguntaron qué día era hoy y el contesto que sábado por la noche. Era martes y el lunes se le vio a él y a Eduardo salir juntos de la oficina. Que Jordi llevaba una caja de pasteles y que trabajaron durante toda la mañana con normalidad. Lo que el contaba no se correspondía con los hechos. Había cientos de testigo. Eduardo era muy querido en la oficina y  a todos les estraño mucho que el martes no fuera a trabajar porque cumplía siempre a pesar de tener resfriado y de encontrarse malo. Jordi no daba crédito.”¿Qué me está acusando de asesinato?”
El policía agacho la cabeza. Indico a otros agentes que lo esposasen. “Lo que usted me cuenta no se atiende a lo que ha sucedido. El sábado su chica, Marta y usted, almorzaron con su suegra. El sábado por la noche salió de copas y la camarera que le atendió nos dijo hasta lo que usted había tomado, su chica una caipiriña, usted ron con refresco. El domingo estuvo escribiendo todo el día en casa. Su chica así lo afirma, y el lunes usted fue a trabajar. 
Fue el martes cuando usted urdió su plan por los celos que le tenía  a la popularidad de Eduardo y lo mal que le trataban a usted en la oficina. Lo engañó y le hizo que lo invitase a su casa que usted pondría los pasteles y sin mayor síntoma de humanidad cogió esa silla y le golpeó hasta matarlo, es correcto” Jordi se quedó estupefacto. No creía lo que escuchaba. Esto debería de ser un sueño. Algo no encajaba “¿Y los desayunos? ¿Qué me dice? ¿Con quién desayunaba Eduardo?” “con usted, era la única persona que lo hacía. Todos sus compañeros le obviaban, él era el único que sentía lastima y era el único que se acercaba a usted”
Lo metieron en el coche patrulla y enseguida lo llevaron a los calabozos. Allí se encontró con un hombre de unos cuarenta años, con poco pelo pero rubio, y con los ojos azule. Estaba encerrado por secuestro. 

Pedro.

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