Vamos a quitarnos los fantasmas
de encima y vamos a hablar un poco de la Soledad. De esta podemos decir que
existen dos formas de entenderla, dos manera de vivirla, o de sufrirla por una
persona. Una es la soledad escogida y otra es la soledad obligada. Por
supuesto, la primera es sana. Todos debemos tener nuestro momento al día de
soledad escogida. Es reconfortante tener un día duro y decir “quiero estar un
rato solo”. Eso es salud mental. De persona inteligente. De aquel que sabe
marcar su espacio en una sociedad de vorágine que nos solicita estar conectados
a ella de manera casi instantánea. Esta parece que en principio no nos marca
ninguna dificultad. Hasta ahora todo es comprensible. Vivo rodeado de gente,
noticias y necesidades sociales que me obligan a recapacitar y a pedir a gritos
un espacio para mí, dónde no entre nadie. Dónde el amo y señor de las cosas que
suceda sea yo. Bien puedo dedicar ese tiempo a la lectura, a escuchar música o
a ver una película.
Hasta aquí todo comprensible
¿Pero qué pasa cuando la soledad no es escogida sino obligada? Ahí entran otros
factores en juego. Ya no se trata de decidir despegarte por unos momentos del
mundo que te rodea. En este caso el mundo te ha excluido. No eres apto para
vivir en sociedad. Tenga la edad que tengas. Seas como sea. Tú no entraras en
los planes de un mundo que se mueve por relaciones de amistad, de familia, de
personas que se necesitan unas a otras. Tienes una tía que hace años que no
ves. Un primo que está en la misma situación que tú pero que vive en Burgos.
Puedes tener una discapacidad física que hace que la gente no se acerque a ti
por miedo. Puedes tener también, una enfermedad mental, que te impida
relacionarte con normalidad con las personas. Esto es más común de lo que
parece. Lo extraño rechaza. Lo diferente no se considera igual que lo normal.
Las medicaciones crean auténticos zombis que poco tiene que decir. Las
consecuencias negativas de la enfermedad son la dejadez y la falta de higiene.
Son muchos los factores que entran en juego. Si vas en una silla de ruedas eres
un obstáculo para los demás. “Pobrecito”, pero no tengo la sensibilidad de
pararme y preguntarle si necesita algo, si quiere un café o si le van bien las
cosas.
Pedro.
Qué cierto tu escrito. Muchos nos solemos sentir solos, muchas veces, pero aún así nos cuesta ver la soledad de los demás y hacer algo por romperla...
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo. La soledad que sufren los enfermos psíquicos y físicos es injusta aunque podemos decir que vamos mejorando un poco con el tiempo. A menudo es la falta de información.
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