
Esta pregunta removió todos los instintos y sentimientos de Luís. ¿Por qué vienes solo? Le retumbó en la cabeza con la fuerza de un
martillo. Mi familia me ha dado cientos de oportunidades para que dejara de
beber y mis promesas de abandonarlo han caído siempre en saco roto. Por último
decidieron dejarme vivir solo en el piso y todos se marcharon. Mi mujer y mis
hijas no podían soportar más el ritmo de vida que llevaba. Para mi lo primero
era el beber y ellas se ponían delante de la puerta, llorando y rogándome que
no saliera a la calle, que no me fuera al bar. Yo, a pesar de lo mucho que me
conmovía, decidía ir a beber. No me importa que llorase o que me suplicaran que
dejara el alcohol.
En esta postura, lo que ellas decidieron fue dejarme solo en
el piso y marcharse. No tener que aguantar el proceso destructivo por el que
estaba pasando, y aun así, no cambié. Quería seguir bebiendo porque pensaba que
los problemas iban en aumento y que el alcohol me ayudaba a sobrellevarlos. Un
vecino mío, llamado Vicente, me subía a casa hace días para que comiera algo. No
podía seguir este ritmo y vivir solo. Por lo que decidí dejar el piso y
marcharme a la calle.
Mª José le explicó que para hacer el programa de
recuperación necesitaba al menos un familiar. ¿Tienes a alguien en quien te
puedas apoyar para seguir tu trayectoria de cerca y conjuntamente? Luís pensó.
El daño que había hecho a los suyos era tremendo. Pensó en pedirle ayuda a su
mujer, pero se deshizo de esa idea nada más tenerla. Ella le había soportado lo
suficiente como para pedirle ahora que le ayudase en un proceso de recuperación que podría durar mesas. No, a
ella la descartaba. Pensó también en sus hijos. Con ellos sucedía algo parecido
que con su esposa. La enfermedad tuvo la maldita virtud de destrozar todos los
lazos afectivos que sus hijos sentían por él. Intentar que ahora lo apoyasen
era una locura. Elena no le dirigía la palabra. Era imposible rogarle que
tuviera compasión de él porque las
promesas anteriores que le hizo cuando decía que lo que quería era dejar el
alcohol fueron promesas rotas. Esta vez, aunque sus intenciones fueran ciertas
ella lo entendería como una letra más de sus embustes etílicos. No, no podía
contar con ella. Se puso a pensar en más gente pero se dio cuenta de que estaba
solo. ¿A quién pedirle que le ayudase?¿a quién acudir con un problema de esta
envergadura?
No, no tengo a
nadie. Tendría que hacer el programa solo
y si no se puede este no es el lugar al que tengo que acudir para pedir
ayuda. No vayas tan rápido,
le contestó Mª José con una sonrisa suspicaz.
Esto es un centro de
desintoxicación. Cierto que hay casos en los que las familias no están
excesivamente desestructurada y podemos contar con ella para el camino hacia
una nueva vida. Porque aquí lo que se
busca es que no tengas una nueva forma de vivir en la que el alcohol sea tan
secundario y tan innecesario como para que no se te ocurra tomar una copa. Para
los casos que las familias están destrozadas, tenemos una casa de acogida que
gobiernas unas Hermanitas de 
Pedro.
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