A lo largo de mi vida he
tenido solamente un ingreso hospitalario por razones psiquiátricas. Fue hace
seis años en la Unidad
de Psiquiatría del Hospital Virgen Macarena. La experiencia fue ambigua, pero
se puede resumir en general como satisfactoria.
Después del ingreso pasé a la
URSM Macarena y aquí llevo todo este tiempo.
Además he seguido un tratamiento psicofarmacológico en serio por primera vez en
mi vida, pautado, puntual y sin dejarlo ni un solo momento, y estoy liberado de
angustias y ansiedades.
Durante el ingreso tuve que
convivir con multitud de personas, muy distintas entre sí. Había de toda clase , cada una con su carácter y su intransferible forma de ser.
Estaba el agresivo, que iba
siempre avasallando a todo el mundo. Recuerdo que estaba en mi habitación y que
le dio una paliza al tercer compañero. Ese fue el detonante para que lo
aislaran y lo llevaran a una habitación en solitario.
Estaba el soñoliento, siempre "empastillado", dormido en cualquier rincón de la estancia y caminando como un
zombi por el largo pasillo de la
Unidad de Psiquiatría. No se había acostumbrado todavía al
tratamiento y estaba siempre medio dormido y muy cansado.
Estaba el cleptómano, que se
dedicaba a robar pequeñas cosas sin valor. Yo le sorprendí una noche hurgando
en mi maletín y le pregunté qué hacía. No me contestó nada y yo tampoco añadí
nada más. No merecía la pena. Era el tercer compañero de habitación al que le
habían dado la paliza. Supongo que su problema psiquiátrico era la cleptomanía
o algo parecido.
Estaba el que no paraba de
hablar. Estaba continuamente hablando. Era un grifo de palabras. Te ponía la
cabeza como un bombo y no podías evitarlo. Allá donde fueras estaba él hablando
sin parar, solo o dirigiéndose a alguien, pero sin parar ni un momento de
hablar.
Estaba su antagonista, el
retraído que no hablaba nada. Yo hablaba más bien poco. No tuve demasiada
relación con mis compañeros de encierro, porque para mí eso era un encierro.
Como una prisión. Teníamos guarda jurado que nos vigilaba constantemente y
había una especie de línea ficticia que no podíamos cruzar para estar lejos de
la puerta y evitar que nos escapáramos. Las visitas eran contadas y tenían que
justificar en todo momento la persona que querían ver o visitar.
Estaba también el que no
quería participar en ninguna actividad y se pasaba normalmente todo el día
acostado, durmiendo o descansando. Había actividades diversas que llevaban los
monitores para ocupar nuestro tiempo. Yo siempre esperaba ver al psiquiatra
para saber cuándo me iba de allí. Porque yo no quería estar en una especie de
fortaleza o prisión. Quería sentirme libre. Recuerdo que hasta que no pasaron
unos días no me dejaron salir con mi cuñado para dar una vuelta. Recuerdo que
era Semana Santa y fuimos a ver diversas cofradías. Me sentí liberado durante
unas horas.
Y más tipos de personas que
tenían toda clase de patologías. Allí se daba la vida por un cigarro y había
gente que quería vender medicinas que tenían guardadas de sus tratamientos no
realizados. Había una sala común con televisor, que siempre era objeto de
discusiones sobre el programa que queríamos ver. Difícilmente nos poníamos de
acuerdo.
Y estaba lo peor: la suicida.
Era una mujer que no paraba de gritar de día la frase ME QUIERO MORIR, que es
el título de mi artículo. Era horrible escucharla todo el día decir esa frase
con un volumen de voz desmedido. Muchas veces la amarraban a la cama para que
no intentara hacerse daño a sí misma. No estaban muy seguros de que realmente
se hiciera daño e intentara suicidarse porque no paraba de gritar que se quería
morir. Era realmente horrible escucharla. De noche le daban sedantes para que
dejara dormir a los demás. Hubiera sido espantoso escucharla también de noche y
no poder dormir. Alguna vez tuve pesadillas por culpa de esa frase. Era una
mujer de unos cincuenta y tantos años y desconozco qué le había llevado a ese
estado. Recuerdo que recibía la visita del marido de vez en cuando, que parecía
calmarla un poco.
Hay más mujeres suicidas que
hombres según las estadísticas. Aunque allí había hombres y mujeres que lo
habían intentado.
Yo sinceramente odio estos sitios. Son como prisiones para enfermos estigmatizados. Porque así me sentía yo: peor por estar en una Unidad de Psiquiatría y con tantas patologías diferentes. Era horrible. Sobre todo ese grito de terror del me quiero morir. A pesar de todo fue una experiencia positiva que no quiero repetir porque lo pasé muy mal. El personal me trataba bien y la comida llegaba puntualmente lo que me sirvió para seguir un régimen de alimentación normal y bien llevado. Me tocó un doctor muy competente que me ponía ejercicios y que era muy comprensivo conmigo y le llegué a coger un sincero aprecio.
Estuve unos quince días y ya
digo que han pasado seis años, los mismos que llevo en Yo sinceramente odio estos sitios. Son como prisiones para enfermos estigmatizados. Porque así me sentía yo: peor por estar en una Unidad de Psiquiatría y con tantas patologías diferentes. Era horrible. Sobre todo ese grito de terror del me quiero morir. A pesar de todo fue una experiencia positiva que no quiero repetir porque lo pasé muy mal. El personal me trataba bien y la comida llegaba puntualmente lo que me sirvió para seguir un régimen de alimentación normal y bien llevado. Me tocó un doctor muy competente que me ponía ejercicios y que era muy comprensivo conmigo y le llegué a coger un sincero aprecio.
Recuerdo a esa mujer de vez
en cuando, la que gritaba me quiero morir. Era terrorífico y obsesivo. Me
imagino el sufrimiento por el que estaba pasando y comprendo que pretendía
desahogarse como pudiera con esas tres palabras. Atada a la cama parecía un
animal al que van a liquidar en breve, al que van a sacrificar en un matadero
cualquiera.
Estoy en contra de manicomios y de unidades de hospitalización como si fueran cárceles, quizás sería mejor contar con mas espacios de tratamiento, incluidos los espacios abiertos y con habitaciones individuales. Es mi sincera opinión.
He querido recordar en este
artículo a esa mujer para que comprendáis el sufrimiento que a veces viven los
enfermos mentales y que no se puede justificar de ninguna manera porque la
mente es muy compleja y encierra multitud de cosas. No sé qué habrá sido de
ella, si habrá superado su enfermedad o su crisis y ya no dice que se quiere
morir. Quizás con suerte ahora tiene ganas de vivir y ve la vida de una manera
muy distinta a como la veía cuando estaba ingresada. Ojalá sea así por su bien
y el bien de todas las personas que habitualmente están con ella. Salud y
suerte.
José Cuadrado Morales