Todos perseguimos unos
objetivos en la vida, unos intentos de conquista, de logros que den sentido a
nuestra existencia. Yo también tengo esos objetivos, pero hoy quiero centrarme
en uno concretamente: la consecución de la buena soledad, que es una forma de
estar a gusto con uno mismo, satisfecho de la relación personal con el propio
ser, sin fisuras, tranquilo.
No se trata de ninguna fobia
social, sino de la capacidad de estar en armonía con uno mismo, de estar en paz
con la propia conciencia y realizar actividades solitariamente y que
proporcionen felicidad y paz. Por ejemplo: yo voy todos los miércoles al cine
solo, almuerzo en McDonalds, me siento en el sofá que hay en Nervión Plaza y
hasta me quedo dormido.
Para mí es una satisfacción enorme esto que hago todos
los miércoles. Y esto no quita que se pueda tener pareja, amigos, etc… Yo lo
del cine lo llevo haciendo desde que estaba casado y mi mujer estaba conforme
conmigo para que yo me esparciera y me relajara. La paz interior es fundamental
para poder tener después una buena armonía con todos los demás. Actividades
como la del cine tengo muchas y me siento bien conmigo mismo, en paz. Y me
siento después mejor cuando entablo relaciones con los demás.
Como escritor he escrito
mucho sobre la buena soledad. He buceado mucho en mi archivo para encontrar
algún texto que explique bien lo que es la buena soledad y he encontrado un
poema titulado Ansia de la buena soledad publicado en mi cuarto libro en el año
1990, es decir, hace 24 años. Mucho tiempo. Lo que demuestra que la lucha por
la buena soledad es larga porque es difícil. El poema ocupa las páginas 99 a 104 y quiero
transcribirlo para compartirlo con todos vosotros y para que entendáis bien lo
que es la buena soledad para mí. Dice así:
Dios, ¡qué agonía cuando estar solo no puedo!
Cuando hasta para limpiar mis
dientes
necesito otra mano que
sostenga el cepillo.
mis lágrimas parecen
prestadas
porque nada siento como mío.
Dios, la Tierra multiplica su peso
por infinito,
no hay satélites de ilusión
creados únicamente para
asistirme,
mis piernas no caminan: se
desplazan forzadas,
como transportando una carga
que definitivamente no es
suya.
Dios, años ha mi soledad era
aliada,
ahora es falsa copia de mi
dolor y mi fracaso,
no puedo estar a solas
conmigo mismo,
me destroza el flagelante
rugir de la conciencia
y busco desesperadamente a
alguien que me mime.
Dios, en mis horas solitarias
el día no existe,
vencido está por la tensión
que me domina,
no sé abrir la ventana ni
tirar de la cisterna,
no sé hablar con mi cuerpo,
averiguar qué le falta,
por qué grita tan
desgarradamente
a través del subconsciente
torturado.
Dios, en mi cámara de ácida
soledad
bosquejo mil fantasmas cuyos
nombres no revelo,
pretendo dialogar inútilmente
con las patas de la mesa,
me engaño convenciéndome de
que cada átomo alberga vida,
cada neutrón un consuelo que
no escucho,
cada protón una caricia de
mujer ausente,
cada electrón una amargura
que ni a tocarme volverá.
Ya en mi soledad apenas
quedan personajes positivos,
quiero acostumbrarme de nuevo
a mí,
quiero saber por qué ahora me
daña
el mismo silencio que antes
generaba placer ilimitado,
quiero saber por qué me
aplasta la madrugada,
por qué cada sesenta segundos
corro aterrorizado
hacia el teléfono babeando
vehemente por una voz
que no es la mía pero siento
que me falta.
Mi bodega de soledad está
anegada
por soliloquios retorcidos de
un hombre incapaz de estar solo,
el pasillo de mi hogar es
cañón de culpas,
mi alma entera un desfiladero
de secuaces duendecillos
que no me permiten respirar
cuando otro cuerpo
no respira junto al mío,
cuando otra mano no busca mis
dedos,
cuando otro aliento no forma
con mi aliento
una sola brisa de relajante
naturaleza.
Dios, antes del mundo huía a
mi reclinatorio
de eremita convencido de su
suerte de estar solo,
antes la butaca contigua en
el cine no me angustiaba vacía,
antes proceder podía sin
consultar
los pormenores de mis actos,
antes era un hombre que valía
por tres,
ahora me considero hombre
quebrado
con un 1 de numerador
partido por un denominador 3.
Antes adoraba la noche y sus
derroteros sin programa,
antes las calles desiertas se
llenaban de mis pasos,
antes yo sin miedo encendía y
apagaba las farolas,
antes mi alma era
autosuficiente en su autoestima,
amaba y era amado al mismo
nivel de independencia.
Ahora he vuelto a ser un niño
fragilísimo,
asustadizo, dependiente en
los detalles más superfluos,
ya no amo como un hombre,
mis labios piden más que
ofrecen.
no solicito: exijo,
no tomo: agarro,
y por una atroz soledad neurótica
subsisto dominado.
Antes los árboles del río me eran familiares,
mi equilibrio una búsqueda
dolorosa pero solitaria,
antes dialogaba con los
pantanos,
conectaba con el paisaje en
sus efluvios primarios,
mis pies se extraviaban por
las montañas,
era hombre con alas, un ser alingüístico,
un huraño autónomo con la
individual condena
de pronunciar breves vocablos
de vez en cuando.
Antes meditaba, bajo anónimas
ramas cerraba
mis ojos durante horas, el
aire me poseía,
era escritor entre salvajes
connotaciones de la vida,
las metáforas eran mi sangre,
mis venas
la sustancia literaria
contenedora de mi global estructura,
era, sí, como todos, cabeza,
tronco y extremidades,
es decir: Literatura, soledad
y palabras escritas.
Ahora no sé qué hacer para
recuperarme,
no sé dónde me perdí y por
qué me he perdido,
sólo sé que me castigo, que
me interrogo incensantemente,
que disfruto una libertad
entre paréntesis,
esclavo estoy de mí,
o de un mí que no reconozco,
o de un mí que yo creé para
herirme
y ahora obstinadamente
repudio.
Ahora un alma desvalida
fagocita mis alvéolos,
ahora me amenazan mil
tendones de Aquiles,
ahora soy vulnerable como un
muerto,
en cuanto llega la noche,
o en cuando me hallo solo,
ansío un refugio lejos del
refugio único de mi cuerpo,
campo donde siembro obsesión
para recolectar monótonamente
desesperanza.
Ya no puedo más y aún parece
que puedo,
extraigo energía de implorar
crónicamente supervivencia,
tropiezo en mis reflexiones
reiteradas y caigo,
el coraje me levanta,
la voluntad de vivir y seguir
escribiendo,
sé que alguien me ama y esto
me sustenta,
sé que alguien, quizás tú, me
está leyendo.
Hace años un hombre solo era
feliz:
nada más necesitaba: me
tenía:
tenía mis silencios, mis
secretos, mis recovecos crípticos:
tenía mi subterráneo vivir
desconocido por todos:
tenía mi cuerpo de compañero:
mi alma gemela:
tenía una máquina de
escribir: una buhardilla:
un mundo completo hecho para
mí:
a modelar sólo por mí:
tenía sueños y realidades:
y un manual perfecto para
combatir pesadillas.
Antes era un mudo plácido, un conversador voluntario,
el dolor no me abría grietas
imposibles de taponar,
ahora hasta el sufrimiento
que desconozco me cercena,
el hipersensible contenido se
ha desparramado
y ya no consigo numerar mis
emociones:
soy reo de la sensibilidad de
un cíclope
pero mis límites siguen
siendo los de un mortal hombre.
Necesito volver a estar solo:
a saber estar solo:
a querer estar solo:
a tenerme solo:
a quererme solo:
a vivir solo:
a sobrevivir solo.
En mi soledad seré el hombre más fuerte
que dilapidó su fortaleza,
una fábrica de seguridad,
una máquina de generar
poderío, satisfacción, complacencia,
el amante perfecto, el
receptor activo, el emisor transigente,
notaré el amor que de mí
parta,
caminaré con ángulos firmes
sobre asfalto de certeza.
Ahora desde mi soledad os
envío estos versos,
trozos de mí rimados con
tozudez solitaria
no me siento agotado:
más bien la métrica me fluye
veloz,
¿tendrá también miedo de
estar sola?
No: mejor aún:
huye, como yo, de la
devastadora
esclavitud de no poder
estarlo.
Éste es el poema que escribí hace 24 años y publiqué en mi cuarto libro. Tiene que ver con lo que me dijo uno de mis psiquiatras una vez: apóyate en ti y en Dios si es necesario. Ya entonces cuando escribí el poema sentía la presencia de Dios porque hay varios vocativos al principio del mismo que hablan de él. Y después está todo lo referente a mi soledad, a la buena soledad, no a la soledad dolorosa, torturante, la que te hace llorar y te llena de angustia.
Yo deseo que todos vosotros
tengáis esa buena soledad para que estéis a gusto con vosotros mismos. Yo sigo
luchando todos los días por la buena soledad para poder considerarme una
persona feliz. Salud y suerte.
José Cuadrado Morales
Posdata: Mi cuarto libro se
titula Brevísimo paseo por mi vida.
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