Nunca había visto llorar a un hombre hasta que cumplí los
seis años. Mi padre sentado sobre su cama
de matrimonio con el transistor grande encima de la mesilla de noche. Me
impactó tanto ver y oír llorar tan fuerte a mi padre que no lo he podido
olvidar. Mi Padre estaba escuchando por la radio el funeral del que él
consideraba su padre, “El Papa bueno” Juan XXIII.
Mi padre era otro hombre bueno y lo demostró durante toda su
vida; buen esposo, buenísimo como padre, como hermano, como amigo de sus amigos,
honrado como trabajador, toda la vida pasaron por su vida manos millones de pesetas, ya que en tres
sitios donde trabajó lo hizo siempre de cajero. Él decía que le hubiera gustado
ser abogado, pero se llamaba a si mismo un chupatintas. Mi padre nunca fue un
chupatintas, por lo menos para mí, sino un trabajador honesto y honrado que
trabajó hasta jubilarse en algo que no le gustaba, y que sacó adelante a una
gran familia de nueve personas. Cariñoso, simpáticos, contaba chistes como
nadie, y otras muchas cosas que me faltaría escribir. ¿Qué más se le puede
pedir a un padre?
Reyes.
Qué bonito homenaje, Reyes. Enhorabuena
ResponderEliminarLo has contado desde el fondo del corazón, amiga. Eres auténtica, un beso.
ResponderEliminarMuy emotivo, Reyes, es un bonito recuerdo de tu padre,
ResponderEliminarClara M.