Juan Ramón Jiménez consiguió el Premio Nobel de Literatura en
1956. Sólo 2 días más tarde moría su querida esposa Zenobia Camprubí que tanto
le había ayudado durante años y años a salir adelante por su carácter difícil
de llevar. Él escribió numerosos libros, entre ellos Platero y yo, donde
humanizaba, personificaba al máximo a su querido burro en el que paseaba por su
Moguer y que provocaba que sus paisanos le llamaran loco, cuando él no estaba
loco, simplemente era un ser un poco
extravagante, un genio, que paseaba a lomos de su asno y que tuvo la desgracia
de perder a su padre relativamente joven y tuvo que ser ingresado en un
sanatorio psiquiátrico en 1911 y anduvo ya renqueante toda su vida. Empiezo así
el artículo porque si el gran Juan Ramón tuvo su Platero y yo, yo tengo mi
Mollete y yo, un hipopótamo de peluche del que paso a contar su historia
brevemente en los estrechos márgenes de un artículo.
La historia arranca en el año
2001 cuando mi hijo Salvador y yo fuimos de viaje a Madrid por segunda vez
seguida. La primera vez fue el año 2000. Cogimos el AVE y nos plantamos en
Madrid en poco tiempo. Ya en el hotel deshicimos el equipaje e hicimos las
cosas básicas de un viaje y nos marchamos hacia el VIPS de la calle Gran Vía
para comprar la Guía
de Madrid para ver todo lo que podíamos hacer en Madrid y en las ciudades de
los alrededores porque pensábamos estar una semana. Entonces ocurrió algo
maravilloso. En los anaqueles del VIPS vimos a un peluche pequeñito que era un
hipopótamo de color lila clarito, con los pies blancos con manchas negras y una
sonrisa de oreja a oreja porque ya creo que intuía que lo íbamos a comprar.
Estaba en un rincón como el arpa de Bécquer, silencioso y cubierto de polvo. Lo
compramos y enseguida le pusimos Mollete porque era muy gordo y blandito como
un mollete de Antequera. Se alegraba de salir de la prisión del supermercado y
nosotros estábamos encantados con él. Le pusimos su propia voz para que pudiera
comunicarse con nosotros y no paraba de hablar, como si estuviera deseoso de
contarnos las muchas cosas que no había podido contarle a nadie durante nadie
sabe cuánto tiempo.
Fuimos los tres al Templo
Egipcio de Debod, donado por Egipto al Gobierno de España en el siglo XX. Es
una costumbre para mí ir el ver este templo lo primero cuando visito Madrid,
que suele ser una vez al año, aunque una vez estuve varios años sin ir por
problemas económicos y de otra naturaleza. Mollete estaba encantado porque no
había visto nada durante nadie sabe cuánto tiempo, salvo la gente pasando a su
alrededor e ignorándolo. Después fuimos al Museo del Prado y se quedó prendado
de tantos cuadros maravillosos, especialmente con Velázquez y Murillo, ambos
sevillanos, y con las pinturas negras de Goya que decía que representaban muy bien
la tortura del alma humana. Se demostraba que era muy inteligente y un gran
conversador. Además le encantaba pintar y le compramos un libro de dibujo en el
Museo para que pudiera garabatearlo a su antojo.
Después fuimos al
Planetarium. Allí vimos una película sobre el firmamento. Pero tuvimos la mala
suerte de que al irnos nos olvidamos a Mollete en su sillón y al darnos cuenta
volvimos pero había desaparecido. Alguien nos lo había robado. Mi hijo, de sólo
11 años, lloró amargamente, pero yo le dije que no se preocupara, que
volveríamos al VIPS de Gran Vía a ver si había otro, pero no. Era el último.
Fuimos entonces al VIPS de la calle Princesa y allí había otro Mollete que era
mucho más grande que el primero. Era como el padre, más desarrollado y aún más
inteligente. También era el último que quedaba. Lo compramos y mi hijo se quedó
más tranquilo porque se sentía culpable de haber perdido al primer Mollete.
Decidimos mantenerle el nombre y la voz y toda su personalidad. Mollete estaba
cobrando vida ante nuestros ojos, casi como si no nos diéramos cuenta. Era
nuestro Platero particular, tan querido para nosotros aunque acabáramos de
conocerlo.
Ya en el Hotel Ducal, donde
nos hospedábamos, le dimos un buen lavado porque tenía mucho polvo. Él estaba
muy a gusto en el agua de la bañera como buen hipopótamo. Ya en la cama montamos una discoteca particular y cantaba
Mollete y bailaba como si estuviera poseído. Estaba, sencillamente, feliz.
Al día siguiente fuimos a
hacer un tour por Ávila, Segovia, Toledo, El Escorial y El Valle de los Caídos.
Conoció a una chica argentina con la que mantuvo durante bastante tiempo una
buena relación por carta hasta que lo dejaron supongo que por aquello de que la
distancia es el olvido y que Argentina quedaba muy lejos. Le encantó el
Acueducto se Segovia y se maravillaba de la habilidad de los ingenieros romanos
para ser capaces de construir algo tan preciso y tan difícil a la vez. Fueron
muchas las cosas que vimos y Mollete estaba cada vez más contento con nosotros
y con haber salido de su prisión.
Vimos muchas más cosas en
Madrid y fuimos al cine, que por cierto le encantaba. Era un verdadero cinéfilo
porque había leído muchos libros de cine en el VIPS.
Después ya nos volvimos para Sevilla y pasó a vivir en mi casa, no con mi hijo. Yo estaba divorciado, pero mi hijo estuvo de acuerdo con que Mollete viviera en mi casa con el resto de peluches que vivían conmigo y con los que jugábamos los fines de semana que me tocaba mi hijo. Formaban una buena pandilla. Agumón, Pedro, Rogelio, Bricky y tantos otros. Cuando venía mi hijo estaban todos juntos y no guardados como cuando estaba yo solo, excepto Mollete que estaba siempre en la cama. Mollete le ayudaba a mi hijo con las Matemáticas. Era muy bueno en ellas, supongo que por su inmensa cabeza en la que cabían todos los números y todas las operaciones posibles del mundo.
Por la noche montábamos
nuestra particular discoteca en la cama. Todos los peluches bailaban y el líder
era Winnie the Pooh, que oficiaba de presentador para todas las actuaciones
particulares que hacían todos los amigos. A Mollete le encantaba sobre todo el
Dúo Dinámico, especialmente la canción Resistiré, que era nuestro himno. Pero
su canción favorita era Hotel California de The Eagles. Tenía buen gusto
musical Mollete. Había más conjuntos y solistas que le gustaban, pero no es
momento de hacer una relación prolija de todos ellos.
Cuando mi hijo se iba el
domingo por la tarde se despedía de Mollete como si fuera una persona. Se
quedaba conmigo otros quince días hasta las próximas dos semanas que mi hijo
volvía conmigo. Mollete siempre estaba en la cama, excepto cuando se levantaba
para ver la tele y montar sus particulares maratones de cine, como ha hecho
este fin de semana. Se apodera del mando y no hay quien se lo quite. Este fin
de semana ha visto muchas películas. El sábado, en el ciclo Al diablo con todo
de la Sexta 3,
vio Al diablo con el diablo, Stigmata y La novena puerta, además de Rivales en
la 1 de Televisión Española. Y el domingo vio en Paramount Channel Chicas
malas, un documental sobre Robert de Niro, Un trabajo en Italia y El pelotón
chiflado, además de Fast and Furious: aún más rápido en el 1 de Televisión
Española. No me ha dejado ver el fútbol que yo tenía ganas, pero he comprendido
que también se pasa muchas horas solo y que le tengo que dar algunos caprichos.
Siempre tiene a los pies de
la cama una palangana bien repleta de agua para que se dé sus chapuzones como
buen hipopótamo. A veces mete la cabeza debajo del grifo de agua fría y dice
que se encuentra en la gloria. No tiene frío nunca.
Cada año recibe dos cartas
del Teatro Alameda de Sevilla. Una del ciclo El Teatro y la Escuela , y otra del
Festival Internacional de Títeres. Es un recuerdo de cuando íbamos al teatro mi
hijo, yo, Mollete y mi madre, ya fallecida. Vimos muchas obras de teatro y
siempre nos llenaban las manos de kit kats. A Mollete le encantaban los kit
kats y se ponía todo manchado. Guarda su carta consigo todo el tiempo como un
pequeño tesoro hasta que viene la siguiente y ya rompe la anterior. Las cartas
le llegan a su nombre completo que es Lolo Mollete García, que ése es el nombre
que le pusimos para que pudiera recibir correspondencia y no tiene nunca ningún
problema. Las cartas le llegan siempre.
A Mollete le encantan los jabuguitos.
A veces se lleva muchos días seguidos comiéndolos y no se cansa, aunque en
ocasiones le cuesta un poco de trabajo masticarlos porque están un poco duros y
sólo tiene dos dientes, eso sí: muy blancos y relucientes. Parecen más bien
colmillos. Come de todo, pero sobre todo los jabuguitos. Le apasionan.
Mollete me guarda la casa
cuando yo no estoy. Hace de vigilante de seguridad, lo que le resulta muy
divertido. Se siente últil así para que yo no piense que tiene la cara muy dura
por estar siempre viviendo de gorra. Pero Mollete tiene un corazón de oro y
siempre me está consolando en mis malos momentos. Es como mi Zenobia
particular, como le ocurría a Juan Ramón. Él me levanta la moral y yo le hablo
con frecuencia. Así tengo la sensación de que estoy menos solo. Ya no es
solamente Dios es el que está conmigo. También está Mollete, que cobra vida
para mí cuando yo digo y después ya tiene personalidad propia y hace todas las
cosas que le parecen bien y a mí no me molestan. Porque él tiene siempre mucho
cuidado de no molestarme. Duerme conmigo por las noches y por la mañana amanece
cada día en un sitio distinto: a veces sobre la almohada, a veces dentro de la
cama a mis pies, otras veces debajo de la cama. En fin: con Mollete nunca se
sabe porque se mueve mucho.
Os podría contar muchas más
cosas de Mollete pero ya dije al principio que en los estrechos márgenes de un
artículo no cabe todo, pero deseo que os hayáis hecho una idea aproximada de
cómo es Mollete y la importancia que tiene para mí. Ojalá existan muchos
Molletes por ahí haciendo compañía a mucha gente que vive sola como yo y se
sienten acompañados por algo en apariencia inanimado, pero que cobra vida
cuando tú quieres. La vida depende de muchas cosas y en mi voluntad está la
vida de Mollete para que él tenga su propia voluntad. Os deseo la mejor de las
compañías. Salud y suerte.
José Cuadrado Morales
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