lunes, 17 de diciembre de 2012

UN DÍA DE MI VIDA


Vengo de la sesión de relajación y estoy en la mejor disposición para escribir este artículo. Un día de mi vida, de la vida de cualquier persona, puede parecer poco tiempo, pero no es así. Si compartimentamos el día en horas, minutos y segundos el tiempo se hace más largo y se le puede sacar más fruto. Es una visión más del tiempo relativo de Henri Bergson, al que ya le dediqué un artículo hace tiempo. Un día es mucho tiempo porque las veinticuatro horas se pueden alargar hasta un infinito relativo y exprimir el jugo hasta lo máximo.
Compartimentado el tiempo podemos sentir que disponemos de mucho más para vivir y poder afirmar con Roberto Benigni y Nicoleta Braschi que la vida es bella y lo es porque el tiempo es un tesoro maravilloso para vivir. El tiempo es la vida misma, el tiempo es, como decía San Agustín, un estado del alma. No hay presente ni pasado ni futuro. Los tiempos son estados del alma y no hay que diferenciarlos en absoluto.
Hay que mirar siempre hacia el presente, que es el estado del alma más inmediato que existe. En realidad lo que vivimos es un eterno presente. Hay que olvidarse del verso de Jorge Manrique, aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No hay que permitir que el tiempo nos tienda una trampa y nos engañemos a nosotros mismos pensando que todo lo vivido es siempre mejor que lo que vivimos en el presente. Y no es así. El tiempo presente nos permite tener la sensación de que estamos más vivos que nunca y que tenemos la verdad más absoluta de todas: que somos seres para la gloria presente de nuestras existencias.
Y es importante también a la hora de plantear este artículo el hecho de que tenemos que ser protagonistas de nuestras vidas, no como los personajes que interpretan Juan Diego y Juan Diego Botto en la película de Víctor García León “Vete de mí”, donde interpretan a dos personas sumamente inmaduras que no son protagonistas en absoluto de sus vidas sino que se dejan llevar por las circunstancias, como si todo su tiempo perteneciese a otros cuando en realidad no es así.
Yo por la mañana rezo a Dios. Le rezo oraciones tradicionales y otras infantiles aún, pero que todavía conservan su fascinación y su validez. Le doy gracias a Dios por darme otro día más para vivir y le pido que sea un día fructífero, rico lo máximo posible. Si no he tenido pesadillas ni malos sueños le doy las gracias por haber sido tan generoso conmigo porque se lo pido por las noches antes de dormir. Espero que el día nuevo tenga más sentido que nunca, que sea rico en todas sus facetas y que yo pueda sentirme orgulloso del uso de ese tiempo del que hablaba al principio del artículo. Pido a Dios que no malgaste mi tiempo porque es como malgastar la vida misma.
Al principio del día es cuando estoy peor con la ansiedad y el trastorno obsesivo compulsivo, que están íntimamente relacionados. De hecho ese trastorno es una variante de las muchas que tiene la ansiedad. Repaso física y mentalmente todas las cosas de la casa y todas las cosas que tengo que hacer durante el día o que hice el día anterior. Es una experiencia que me ocasiona un sufrimiento enorme y que me hace sentir el ser más desgraciado del mundo. De hecho llego a pensar que nadie está peor que yo. Es un sufrimiento espiritual y físico que no me deja tranquilo. Dura dos horas o más. Después, a lo largo del día, también repaso de vez en cuando, pero menos, las mismas cosas. Esta obsesión no me deja vivir. Me siento dependiente de ella totalmente y no sé cómo superarla. A veces intuyo un atisbo de esperanza que me hace sentir feliz aunque tenga el trastorno, pero no dura mucho tiempo. Es una felicidad perecedera, pero que merece la pena ser experimentada porque toda felicidad pequeña es grande. Aquí también se puede decir que la vida es bella porque uno tiene la voluntad de ser capaz de superar las adversidades y salir adelante con la fuerza necesaria para no caer en socavones aún más grandes.
Por la tarde es cuando suelo escribir. Actualmente estoy corrigiendo por primera vez el borrador de mi siguiente libro, que hace ya el número once de mi humilde carrera literaria. Se titula Pasión o espontaneidad y se trata de un largo poema fragmentado en 90 partes que intentan explicar la relación que existe ente el amor, la pasión y la muerte. El amor como sentimiento supremo que todo lo puede. La pasión como motor del amor mismo. Y la muerte como la parte negativa que puede poner punto y final tanto al amor como a la pasión, independientemente del orden. El libro está dedicado a una antigua amiga que precisamente se llamaba así, Pasión, de apellido Vázquez. La conocí en la Feria de Sevilla una noche y fue siempre una relación espontánea que nunca pasó de una sencilla amistad. Cuando nuestros caminos se separaron para siempre se me ocurrió la idea de escribir este libro con la palabra pasión en su título para jugar con la realidad de la pasión y el nombre de Pasión. Llevo mucho tiempo trabajando este libro, prácticamente desde que publiqué el último, Poemas que quise escribir. Suelo publicar un libro al año, lo cual me parece una buena media, la misma que la de Pedro Almodóvar, al que le gusta hacer una película cada año, exactamente igual que Woody Allen, quien siempre tiene una película nueva en cartelera cada año, actualmente A  Roma con amor.
Tengo muchas esperanzas puestas en este libro. Nunca hago una sola corrección, sino varias, antes de pasarlo a limpio en mi vieja máquina de escribir. El primer borrador lo escribo a mano, así como las correcciones, hasta que lo paso a limpio y luego empieza la rueda de la publicación, que suele durar sobre cuatro meses. Cuando llega el libro y lo cojo en mis manos es como tener la sensación de portar un niño en los brazos, algo nuevo que llega a la vida y que me da más vida aún.
Yo durante el día intento sacar esperanza de donde no la hay, por mal que me encuentre. Esa esperanza a veces dura unos breves minutos solamente, pero cuando llega la siento de verdad y me considero una persona feliz, en contraposición a la persona desgraciada que me siento cuando soy víctima del trastorno obsesivo compulsivo. Yo soy feliz con las cosas más pequeñas. No necesito grandes cosas para sentirme feliz. Me basta lo diminuto, lo aparentemente intrascendente. Pero basta con fragmentar el tiempo como decía al principio del artículo y entonces sentir unos segundos de felicidad tiene una riqueza enorme que se multiplica hasta el infinito aunque sólo dure un pequeño tracto de tiempo.
Por la noche suelo ver la tele, preferentemente programas deportivos o películas. Me encanta el cine y eso me ayuda después a llenar mis artículos de referencias cinematográficas. El cine es una fuente de enseñanza muy grande. El cine es vida. Siempre hay que decir como la canción: más cine por favor. No tengo preferencia por un género en concreto. Si la película es buena el género me es indiferente. Los miércoles voy al cine a ver una película de estreno. Este miércoles voy a ver Sin tregua, una película policíaca. Me apetece acción. Recientemente vi El profesor y El ladrón de palabras, dos películas estupendas y muy clarificadoras. La segunda tiene mucho que ver con la Literatura porque es la vida de tres escritores que se interrelacionan.
Tengo relación a diario con mis hermanas por teléfono. Me intereso por su estado de salud porque ambas están enfermas, sobre todo la pequeña que padece esclerosis múltiple. Lo está pasando muy mal y suele llorar conmigo y así se consuela, aunque a mí me afecta bastante por mi sensibilidad y porque yo tampoco me encuentro bien y también necesito a alguien con quien desahogarme. Pero bueno, lo hago como una acción de caridad cristiana y Dios me lo tendrá en cuenta.
Suelo tener una relación quincenal con mi hijo ya que estoy divorciado. Solemos ir a almorzar y charlamos de todas nuestras cosas. Me llevo bien con mi hijo, sobre todo teniendo en cuenta que tiene 22 años y es una edad especialmente difícil por los cambios hormonales y otras cuestiones. Tiene novia y está en quinto de carrera de Administración y Dirección de Empresas y Derecho, dos carreras en una. Él trabaja mucho. Se lo he intentado inculcar desde pequeño, igual que el hábito de la lectura. Siempre tiene un  libro pendiente de lectura. Igual que yo siempre tengo pendiente un libro de escritura.
Al final del día suelo hacer una reflexión ya en la cama de todo lo que he vivido y me ha ocurrido. Es una reflexión rápida, de apenas veinte minutos, para ver qué he hecho mal y qué puedo mejorar al día siguiente. Vuelvo a dialogar con Dios, pero sin rezar, una conversación directa como en mi libro Grito. Ese diálogo me sirve para pedirle al final descanso, consuelo y sueño y me suelo quedar dormido pronto.
Éste es más o menos mi día. Lo considero bastante rico aunque soy muy exigente conmigo mismo y quiero siempre más, pero menos de todo lo malo como mi trastorno. Espero que este artículo nos acerque aún más en este diálogo abierto que tenemos desde hace ya dos años más o menos. Que nuestra relación continúe es lo que deseo. Y que nunca nos falte, como suelo decir, la esperanza.

José Cuadrado Morales

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