Todos necesitamos una horas
de luz, como diría el cineasta Manolo Matjí. Unas horas de luz para que nuestra
vida no sea esa senda de vulgaridad, sino de excepcionalidad. Luchar contra la
vulgaridad es una de las claves de la vida. Luchar contra la rutina y sus
muchos defectos. La luz nos enseñaría caminos nuevos, como a los elefantes.
Esas horas de luz nos indicarían el camino hacia el mundo de lo excepcional. Y
esta excepcionalidad puede ser lo que en la película del mismo título, Horas de
luz, el amor como fuente de inspiración
vital, como senda de optimismo hacia un universo distinto donde todo
tiene sentido.
Cuando estamos mal caminamos
por una senda de vulgaridad, pero
siempre podemos recordar el verso de Pablo Neruda: Otros días vendrán, que
también nos remite a otro cineasta, Eduard Cortés, que puso ese verso de título
a una de sus películas. Otros días vendrán y seremos distintos. Y en esos días
que están por venir conseguiremos por fin entrar en la senda de la normalidad:
el amor, la estabilidad emocional con uno mismo. Porque lo primero de todo es
el amor propio, la autoestima, la relación equilibrada con nuestro propio ser.
En la película eso es lo que pretende el protagonista: encontrar el amor y ser
feliz. Eso es la normalidad: encontrar lo que a cada uno le haga feliz, sin más
aditamentos ni cosas imprescindibles o necesarias.
Cuando hablo con mi hijo y le
pregunto cómo está suele responderme: normal. Cuando le pregunto por los
estudios me responde lo mismo: normal. Ésa es su normalidad. Él es feliz así
con lo que otro considerarían vulgaridad porque su vida no tiene nada de
excepcional en principio, salvo que consideremos a la felicidad como algo
excepcional. La senda de normalidad de mi hijo también le lleva al amor con su
pareja. Llevan cinco años juntos y lo van
celebrando poco a poco. Sale los viernes por la noche y de vez en cuando
los sábados y es feliz con eso y ya está. En el amor él no entiende de dolor.
Huye del dolor como de la peste. Eso me recuerda una película mejicana titulada
Amor, dolor y viceversa. No se puede amar sin experimentar algún tipo de dolor.
De ahí lo de viceversa. La clave de la vida empieza con el amor a uno mismo y
esto puede privarnos del dolor que aparece como imprescindible si lo
relacionamos con el universo de los sentimientos.
Vida y color es el título de
otra película de Santiago Tabernero. En ella nos habla de lo difícil que es
adaptarse a la vida en los suburbios, y yo diría de lo difícil que es adaptarse
a la vida en general. A la vida hay que echarle color, el que sea, pero que nos
identifique y nos produzca placer para que no pasemos por ella como seres
inadvertidos. En esta falta de inadvertencia está también la senda de la
normalidad unida a la vulgaridad. Tenemos que vivir intentando destacar en algo
pero no para presumir, sino para dar un sentido superior a nuestra existencia.
Es como la parábola de los talentos: tenemos que devolver a Dios los talentos
dados pero multiplicados a la vez. Como decía Robert de Niro en la película
dirigida por él Una historia del Bronx: no hay nada peor que el talento
desperdiciado. Y ésta es una de las claves de la senda de la normalidad:
exprimir los frutos que hemos recibido y llevarlos al final de la senda de los
elefantes con nosotros a quienes nos los ha proporcionado.
¿Y cuál es la normalidad de
un esquizofrénico, por ejemplo? Me remito a otra película de Xavier Villaverde
titulada Trece campanadas. En ella el protagonista es un joven escultor
esquizofrénico que en sus alucinaciones ve a su padre que le dirige en la
realización de su obra para que te termine la suya no finalizada. Él deja la
medicación y se pone mucho peor, violento, perverso, con tentaciones suicidas.
Al final vence el fantasma de su padre sin tomar medicación, aunque sabe que
debe tomársela. Y también lo salva el amor. Su normalidad es tomar la
medicación y realizar sus obras escultóricas acompañado de su pareja. Ésta
podría ser la pauta de normalidad de un esquizofrénico: las pastillas y una
ocupación, la que sea, la que más le beneficie o más placer le produzca.
Y en este artículo un poco
cinéfilo por las muchas referencias cinematográficas no podía faltar el título
de la última película de Jean Reno: El chef, la receta de la felicidad. ¿Existe
una receta para la felicidad? Es difícil ser feliz. Es difícil completamente.
Todos tenemos momentos de dicha de los que no queremos ni podemos prescindir
que nos facultan para ser seres
maravillosos por encima de nuestras trabas psicológicas o nuestras traumas de
infancia. Tenemos derecho a que la senda de la normalidad sea la senda de la
felicidad. Hemos nacido para eso: para ser felices. No podemos negar nuestras raíces
ni asesinar nuestros futuros, sean los que sean.
La senda de la normalidad nos
lleva a ser felices, por muy vulgar que pueda ser. La felicidad no es vulgar,
aunque pueda llegar a ser tremendamente simple. La normalidad nos da de comer
al alma y nos advierte de los peligros que la atacan antes de que puedan
hacernos daño. La normalidad es el impulso de vivir, las ganas de seguir
adelante por mal que nos encontremos. Si hay un día malo o muy malo, lo bueno
es que después viene otro que puede sorprendernos y darnos algo que nos llene.
Día a día, ésa es la clave para vivir con una enfermedad mental. La filosofía
del instante, de la ausencia de tiempo futuro en el tiempo presente, sin que se
anule el futuro. Pero vivir al día, tal como somos, intentando modificar las
cosas negativas o las cosas que nos producen alguna molestia o dolor.
Nadie ha dicho que la senda
de la normalidad sea fácil. Al contrario: está llena de adversidades, de cosas
que no nos gustan. Pero tenemos que ser fuertes y adentrarnos en el mundo del
autopoder, de lo que sabemos hacer aunque en principio no lo sepamos. En los
momentos difíciles es cuando más fuerza podemos extraer de nosotros mismos.
Somos más fuertes de lo que creemos. Y esa fortaleza interior nos debe ayudar a
seguir adelante cuando más seguros estemos de que no podemos dar un paso más.
Siempre se puede dar un paso más, hasta que el elefante llega a su destino y se
detiene para siempre. Ya sólo veremos su esqueleto y punto. Pues hasta que
llegue ese punto y final tenemos que ser luchadores, victoriosos sobre todo lo
que nos incapacite o produzca algún tipo de parálisis. Si lo normal es ser
feliz debemos seguir la senda de la normalidad porque ella nos llevará a los
mejores lugares hasta que acabemos como los elefantes, poniendo el punto final
a nuestra existencia cuando menos lo esperemos, sin previsibilidad ninguna.
Nadie sabe el día que va a morir. No somos elefantes. Por eso dejar de luchar
es absurdo porque podemos adelantar nuestra muerte y eso va contra la propia
naturaleza del ser humano. Luchemos, aunque nos cueste la misma vida. Pero así
conseguiremos la ansiada senda de la normalidad.
José Cuadrado Morales