Tomo prestado el título del excelente director de cine Mario Camus y una de sus más desconocidas películas para dar comienzo a este artículo sobre el amor propio. Cuand
o hablo de este tema no me refiero a la egolatría, el egocentrismo o el egoísmo en estado puro, sino a un estado de amor positivo hacia uno mismo que desemboca en un río de autoestima que nos convierte en mejor persona.
El amor propio tiene mucho que ver con el nosce te ipsum latino, es decir, con el conócete a ti mismo pues el descubrimiento de nuestro mundo interior nos facilita la labor de encontrar virtudes positivas para querernos a nosotros mismos y poner en práctica con total intensidad el amor a los otros. Amor propio y amor ajeno van unidos de la mano pues no es posible quererse a uno mismo y odiar al resto de la humanidad porque no estaríamos viviendo un auténtico amor, sino un seudoamor que no tiene valor ninguno porque no aporta nada al mundo en que vivimos. El amor propio y el amor ajeno van juntos y se enriquecen mutuamente. El amor ajeno cuando se recibe aumenta el amor propio. Se retroalimentan mutuamente con una enorme fuerza y proporciona una energía, una felicidad y una satisfacción enormes.
Cuando hablamos de amor propio también recordamos toda la tradición católica que arranca de los Evangelios donde cuando se nos habla de la vida de Jesucristo se recuerda una de sus frases más fundamentales: “Ama al prójimo como a ti mismo”. En esto reconocía Jesús a quienes eran sus discípulos: en la capacidad de amarse uno mismo y la misma capacidad de amar a los otros. Con la misma intensidad, con la verdadera sinceridad. Los mís
ticos llevaron esta idea hasta límites insospechados. Su estado de desapego de la vida mundana era absoluto y sólo se dedicaban al aprecio a sí mismos y a través del rezo al amor a los demás. El cristianismo nos enseña el verdadero sentido del amor propio: cada uno es indivisible y diferente del resto. No hay dos seres iguales, puede haber semejanzas, pero en realidad cada persona es exclusivamente ella y nada más. Aquí reside la auténtica grandeza del amor al ser autónomo: nadie es yo excepto yo mismo. Nadie puede ser yo por mucho que lo intente. Y eso nos lleva a todos los campos. Nadie puede sufrir por mí mis sufrimientos, del mismo modo que nadie puede experimentar por mí mis placeres. La individualidad no es el egoísmo de quien se encierra sólo en sí mismo despreciando a la colectividad. La individualidad es la desigualdad discriminatoria positiva: yo soy yo, como diría Ortega y Gasset, y mis circunstancias. El ser único y cuanto le rodea, dentro de lo cual caben todas las personas del mundo, cada una de las cuales merece el mayor de los respetos para aplicar el verdadero sentido del amor.
El amor propio es muy difícil de conseguir porque siempre tiene que ir ligado al amor a los demás y nuestra vertiente egocéntrica nos impide en muchas ocasiones amar a los otros. No puede entender
se el amor propio sin amar al resto de la humanidad. El amor debe fluir con total espontaneidad y llegarnos el beneficio de la alegría de querer a los otros. El amor propio se educa desde pequeño, cuando todavía somos seres maleables y nuestras características personales aún no están definidas. La personalidad no egoísta es fruto de un amor maternal auténtico. No se trata de crear monstruos que sólo se quieran a sí mismos, sino seres capaces de depositar en los otros el amor que son capaces de depositar en sí mismos. El amor propio no se solidifica, sino que crece con el tiempo y alcanza casi un estado milagroso. Y no hablo ya de los santos elevados a los altares. Hablo de los seres cotidianos que viven la vida día a día y día a día se enfrentan a las adversidades cotidianas que ponen en riesgo el verdadero valor del amor propio. Amar es sinónimo de amarse. El pronombre personal de tercera persona es la emoción profunda de quererse en primera persona.
El amor propio tiene mucho que ver con la autoestima. Las consultas de los psicólogos y los psiquiatras están llenas de personas que reclaman autoestima, es decir, capacidad de quererse a uno mismo. La falta de amor propio oculta muchos de los problemas más frecuentes en psiquiatría como la ansiedad y la depresión. El deprimido no se respeta a sí mi
smo, no se quiere, no ve el valor que tiene porque seguro que algún valor hay en él, La ansiedad tiene mucho de falta de autoestima porque paraliza la ejecución de muchas de las cualidades que uno tiene. Nos metemos prisa porque no somos capaces de esperar y eso nos lleva a la pérdida de la autoestima y, en consecuencia, a la muerte del amor propio. Los profesionales ayudan lo que pueden y la medicación hace también lo que puede, pero aquí lo que importa es la mente y el alma. La mente para decirnos las cosas positivas que tenemos y el alma para almacenar todo lo bueno que poseemos. El amor propio tiene pues mucho que ver con la salud mental. El enfermo de amor propio como yo digo no sabe mirar por sí mismo y comete el mayor de los pecados: dejar de quererse, de aquí tantos suicidios y tantas formas de vida autodestructivas, por ejemplo con el alcohol. El amor propio y la salud mental son dos temas poco estudiados y que siempre me ha interesado mucho y estoy intentando resumirlo en los estrechos márgenes de un artículo. Nuestra salud mental mejoraría enormemente con el amor propio y de camino mejoraría igualmente nuestra salud física porque en el tema que tratamos no podemos separar mente, cuerpo y alma.
La vida en pareja es una escenificación estupenda del tema que estamos tratando. Cuando dos personas se casan, por poner sólo un ejemplo, se dan el sí para siempre y se proclaman amor eterno en todos los sentidos. Se dicen que se amarán en todo momento y en cualquier circunstancia, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe. Pero el verdadero amor puede con la muerte porque se puede seguir amando a una persona ya desaparecida en espíritu porque, al menos yo, creo en la vida tras la vida, en la vida tras la muerte, en el amor eterno. El día a día es cierto que come mucho y son normales los roces y las discusiones, pero ahí está el amor para subsanar todos lo problemas y elevar una dificultad a la categoría de enfermedad curada. Una herida dentro de la pareja puede ser una oportunidad para crecer, para avanzar, para mejorar, para querer mejor. Si yo tequiero me quiero a mí mismo, si soy capaz de perdonar soy capaz de querer. Y aquí entra en juego otro de los conceptos fundamentales del amor propio: el perdón, la humilde capacidad de perdonar, de ser consecuente con uno mismo y c
on el amor que uno mismo se tiene. Perdonar es decir que yo no soy más que tú ni quiero serlo. Perdonar es sentir amor por el otro y amor por el uno mismo.
Otra de las palabras que más podemos relacionar con el amor propio que aquí estoy definiendo es gracias. Dar las gracias haría que el mundo fuera un lugar más habitable. La amabilidad es una facultad de alma que incluye la generosidad. Una vez leí un artículo de Miguel Bosé en el que decía que no conocía una palabra más hermosa para dar las gracias. Es así. Gracias es una bisílaba preciosa que incluye todo el amor del corazón y la entrega de uno mismo en la totalidad. La gratitud es el principio del perdón y la demostración del amor auténtico que sentimos por el otro y por uno mismo.
Podría decirse muchas cosas más sobre el amor propio, pero el artículo debe tener un fin. Quiero este artículo porque he puesto todo mi amor en él y en los lectores que tendrán la bondad de leerlo. Doy las gracias a todos los que lo lean y pido perdón como Antonio Orozco si a alguien he molestado con alguno de los comentarios incluidos en el artículo. Adiós y un beso.
José Cuadrado Morales