FREDY
Cuando paseamos por las calle nosotros no nos fijamos en los contenedores pero hay muchas personas como Fredy que si lo hacen. Para ellos son mundos por explorar, rincones llenos de sorpresas y de cosas utiles que los demas no sabemos darles el valor adecuados porque vivimos en una sociedad donde se valora el consumo expres y los utiles y los cacharros se vuelven rápidamente obsoletos y ya no los necesitamos. Entonces los tiramos a la basura y van a parar a los contenedores. Son estos lugares los que para nosotros, cuando paseamos pasan inadvertidos, pero para gente como Fredy son mundos virgenes donde se puede encontrar dede una radio o un televisor hasta una plancha, ropa de cualquier tipo, maletas, botellas de colores y un sinfín de cosas que todos nos imaginamos y que Fredy guarda cautelosamente en su casa lejos de la mirada de curiosos y vecinos.
Los vecinos son un problema para Fredy. No dejan de darle la vara. Le dicen que su casa huele mal. Su casa no huele mal. En ella lo único que hay son cosas viejas y muchas, pero eso no quiere decir que la casa huela mal. En ella no hay basura como dice el señor gordo del bigote, el que dice que cualquier día le va a meter fuego. Lo dice por que también comenta que ha visto ratas y que atraen a los perros callejeros y a los gatos. Pero Fredy no le hace caso y con su carro sigue trayendo cosas al bajo.
Los vecinos están hartos. Ya no saben que hacer con Fredy. Cada día es más insoportable la situación. Han llamado a Asuntos Sociales, al Ayuntamiento y no pueden hacer nada. Una vez consiguieron una orden judicial y desalojaron toda la basura que tenía acumulada en el piso Fredy, pero el volvió al llenarla al poco y la situación volvió a ser la misma en un tiempo corto. Por el portal del piso no se puede pasar sin aguantar la respiración. La casa desprende un olor insoportable. En el patio no solo se ven muebles inservibles, también se ven bolsas de basura, ratas, gatos y perros. Fredy tiene que marcharse del piso o acabará por buscarle la ruina a algún vecino. ¿Quién sabe lo que puede hacer alguno en un estado de enajenación?
El señor gordo del bigote es don Marcelo, un funcionario de prisiones retirado que lleva viviendo en el piso veinte años y que vivió a gusto mientras hasta que murió la madre de Fredy. El hombre no está bien del corazón y además es temperamental. Cuando se altera con Fredy se le hincha la vena aorta y le entra una subida de tensión que le cambia hasta el color de la piel y la cara se le vuelve roja. Dice que cualquier día quema la casa de Fredy y una noche de verano, que son las peores, esto puede ser verdad.
En el verano de 1999, el calor en Sevilla fue insoportable, hacía cuarenta grados a la sombra y apenas se podía parar en la calle. Los termómetro se derretían y las sombrillas trabajaban más horas que un reloj. Pues bien, una noche de esas de treinta grados por encima del cero, las ventanas abiertas y don Marcelo respirado el hedor que subía por las paredes del bloque de pisos desde el bajo hasta el principal, donde él vivía, no pudo resistirse más cuando, ni corto ni perezoso lanzó una cerilla y dijo – aunque yo me abrase en el infierno mas ardiente de las llamas más abrasadoras, no huelo más a mierda. Y la casa de Fredy, con todos los objetos que este veneraba y que sus vecinos repudiaban ardió como leña de encina seca.
Fredy intentaba salvar algunos de los mejores enseres de su inmueble. Ningún vecino se presto a ayudarle por más que reclamase, la criatura, ayuda de sus conciudadanos y le gritaba bien fuerte, pero estos haciendose los sordos y al parecer disfrutaba de las fallas que don Marcelo bahía organizado en pleno junio.
A don Marcelo lo saco la ambulancia medio intoxicado por el humo, pero eso si, sonriente como niño recién salido de un circo y con un rosario en la mano. Decía que por fin había visto la luz después del túnel y que con ella había encontrado la paz. Que por supuesto que estaba dispuesto a repetir la experiencia espiritual y que no le echaran mucho en falta que pronto volvería.
El pobre Fredy pudo salvar algo de lo que le quedó después de la ardiente situación pero no fue mucho. Eso sí. A los pocos días volvió a pasear y encontró que, en los lugares que los demás vemos como cosas que no les prestamos atención ellos ven mundos por explorar llenos de cosas insospechadas.
Los vecinos son un problema para Fredy. No dejan de darle la vara. Le dicen que su casa huele mal. Su casa no huele mal. En ella lo único que hay son cosas viejas y muchas, pero eso no quiere decir que la casa huela mal. En ella no hay basura como dice el señor gordo del bigote, el que dice que cualquier día le va a meter fuego. Lo dice por que también comenta que ha visto ratas y que atraen a los perros callejeros y a los gatos. Pero Fredy no le hace caso y con su carro sigue trayendo cosas al bajo.
Los vecinos están hartos. Ya no saben que hacer con Fredy. Cada día es más insoportable la situación. Han llamado a Asuntos Sociales, al Ayuntamiento y no pueden hacer nada. Una vez consiguieron una orden judicial y desalojaron toda la basura que tenía acumulada en el piso Fredy, pero el volvió al llenarla al poco y la situación volvió a ser la misma en un tiempo corto. Por el portal del piso no se puede pasar sin aguantar la respiración. La casa desprende un olor insoportable. En el patio no solo se ven muebles inservibles, también se ven bolsas de basura, ratas, gatos y perros. Fredy tiene que marcharse del piso o acabará por buscarle la ruina a algún vecino. ¿Quién sabe lo que puede hacer alguno en un estado de enajenación?
El señor gordo del bigote es don Marcelo, un funcionario de prisiones retirado que lleva viviendo en el piso veinte años y que vivió a gusto mientras hasta que murió la madre de Fredy. El hombre no está bien del corazón y además es temperamental. Cuando se altera con Fredy se le hincha la vena aorta y le entra una subida de tensión que le cambia hasta el color de la piel y la cara se le vuelve roja. Dice que cualquier día quema la casa de Fredy y una noche de verano, que son las peores, esto puede ser verdad.
En el verano de 1999, el calor en Sevilla fue insoportable, hacía cuarenta grados a la sombra y apenas se podía parar en la calle. Los termómetro se derretían y las sombrillas trabajaban más horas que un reloj. Pues bien, una noche de esas de treinta grados por encima del cero, las ventanas abiertas y don Marcelo respirado el hedor que subía por las paredes del bloque de pisos desde el bajo hasta el principal, donde él vivía, no pudo resistirse más cuando, ni corto ni perezoso lanzó una cerilla y dijo – aunque yo me abrase en el infierno mas ardiente de las llamas más abrasadoras, no huelo más a mierda. Y la casa de Fredy, con todos los objetos que este veneraba y que sus vecinos repudiaban ardió como leña de encina seca.
Fredy intentaba salvar algunos de los mejores enseres de su inmueble. Ningún vecino se presto a ayudarle por más que reclamase, la criatura, ayuda de sus conciudadanos y le gritaba bien fuerte, pero estos haciendose los sordos y al parecer disfrutaba de las fallas que don Marcelo bahía organizado en pleno junio.
A don Marcelo lo saco la ambulancia medio intoxicado por el humo, pero eso si, sonriente como niño recién salido de un circo y con un rosario en la mano. Decía que por fin había visto la luz después del túnel y que con ella había encontrado la paz. Que por supuesto que estaba dispuesto a repetir la experiencia espiritual y que no le echaran mucho en falta que pronto volvería.
El pobre Fredy pudo salvar algo de lo que le quedó después de la ardiente situación pero no fue mucho. Eso sí. A los pocos días volvió a pasear y encontró que, en los lugares que los demás vemos como cosas que no les prestamos atención ellos ven mundos por explorar llenos de cosas insospechadas.
La pluma negra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario