El pueblo pesquero reposaba sobre la dulce colina a los pies de la mar. Desde las barcas de los pescadores, el edificio que más destacaba sobre los demás era la iglesia de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. Todas las casas parecían rendir pleitesía a la ingente construcción, excepto las dos torres de las antiguas murallas. Los pescadores, sumergidos en sus tareas, al levantar la cabeza y divisar el Templo, sentían tranquilidad y amparo. Ese fue mi primer dibujo de carboncillo. La colina cayendo sobre el pueblo, el pueblo meciéndose sobre la mar, la iglesia dominándolo todo, las torres de la muralla agotadas por los años y las barcas de los pescadores faenando en las proximidades. A pesar de ser un pueblo pesquero, había quien también se dedicaba a la tierra y por aquellos entonces era invierno y los árboles habían perdido todas sus hojas. Parecían esqueletos de lo que en un día fueron árboles, con sus ramas apuntando hacia todos los lados, raquíticas. Los arbustos, secos y pajizos, daban al campo un aspecto fantasmagórico. No tenía color. Era como verlo pintado a carboncillo, en blanco y negro. Ese fue mi segundo dibujo, la parte trasera de la casa donde me hospedaba daba al campo y no me costo mucho dibujar un campo comido por un devorador invierno. Pinte también el abrevadero de Julio Barandas.
El abrevadero estaba más allá de las eras. Julio Barandas lo estaba llenando de agua ayudándose de una manguera que venia desde el molino. Solo tiene un caballo que le regalo su padre hace tres años y es con el que va a ver a Carmen cada vez que tiene un rato libre.
Carmen tiene el pelo negro como la noche oscura, ondulado como la mar cuando mece las barcas y le cae sobre los hombros igual que cae la colina sobre el pueblo, con extrema suavidad. Tiene los ojos como almendras de leche clara y son de color de gato. Sus labios son carnosas nubes blancas de primavera. Julio Barandas se siente el hombre más afortunado de la comarca. Se sabe cautivador de la mujer más hermosa que ha dado su tierra. Le dije que si quería posar para mi, que quería hacerle un retrato. Ella primero habló con su padre. Este no estaba muy conforme pero al final dio su consentimiento por que era solo un retrato. Ella en una pose natural vibraba de expresión. Era como si se moviese. Me costaba concentrarme. Julio Barandas nos acompañaba en las sesiones de dibujo y daba el aprobado a cada pincelada mía.
Cuando terminé con Carmen necesitaba pintar algo de naturaleza muerta y me decidí por el molino. Ya han pasado dos semanas desde que terminé de pintar a Carmen.
El molino esta construido fuera de la antigua muralla, al oeste de las dos torres. Es una construcción antigua pero que aun sigue valiendo tanto como cuando se construyo. Mientras lo pinto veo a Carmen y a Julio Barandas pasar montados a caballo. Van hacia el puerto. Salen en su barca de vela y se quieren pasar por La Garganta del Viento, una peña que esta unida a tierra y hace una especie de arco que permite a las embarcaciones atravesar por debajo y que refleja el azul del mar en sus paredes en los días soleados. Hoy no vera el azul de las paredes, porque en invierno el sol se esconde detrás de las nubes, pero si escucharan el canto del viento al doblar la peña y escucharan también a la mar escurrirse entre las rocas. Invento la imagen en mi cabeza y hago algunos bocetos rápidamente sobre papel. Dibujo la barca de Julio Barandas pasando por debajo de La Garganta del Viento.
Dejaron que la barca encallara en una playa salvaje y se tumbaron en la arena sobre unos mantas resguardados por la vegetación. Allí se desnudaron e hicieron el amor. Sus cuerpos se confundían en uno, brillantes de juventud y fuerza. Sus siluetas se dibujaban sobre un fondo de gemidos y suspiros al compás de ritmos pasionales. Esta escena de amor también la imagino. Me da pie a sacar apunte de la pareja entregada a los instintos mas calientes. Vuelvo a casa con mis apuntes. Frente a la casa en la que me hospedo hay un parque. No he sacado ningún apunte e él todavía y lo primero que voy a hacer es dibujar el banco sobre el que cada tarde me fumo un cigarro después de comer intentando calentarme al poco sol que se atreve a salir. Me he dado cuenta que estos bancos ya no los hay en las ciudades, que allí son todos de metal y este es de madera y sobre el están grabados a navaja los nombres de los que en él se sentaron un día, los corazones de los que allí se besaron y allí grabaron sus nombres, fechas de hace diez años y cientos de historias que tendrá que contar un banco como este.
A la cuarta semana de estar en el pueblo pesquero convencí a la madre de Rocío que dejara que la niña posase para mí. Para ello tuve que enseñarle todos los dibujos que llevaba hechos ya. El que más le gusto fue el retrato de Carmen. Lo que no podía imaginar yo que el dibujo que mejor me quedaría sería el de La Niña con La Flor Azul. El retrato de Rocío me salio de un hiperrealismo inusual. Capté el alma de la criatura. El aire del dibujo era casi respirable y la luz parecía viva. Por eso decidí darle color a la flor que llevaba entre sus manos y me decidí por el azul marino por ser hija de pescadores. Ese dibujo, con el tiempo se quedo para mi, jamás lo vendí ni lo regale, fue mi obra maestra.
El que si regalé fue el de Pablito. Pegada la cara a la puerta de una cabaña de cañizales reía con los mofletes hinchados. Lo vi así una mañana que bebía aguardiente con el padre a la espera de la llegada de los pescadores y grave la imagen en mi retina para después hacerle un dibujo. Como hice amistad con el padre y como el chiquillo era muy simpático, les regalé el dibujo.
Mis días en el pueblo pesquero fueron fructíferos. Me traje buenos apuntes y un montón de imágenes en la cabeza de las que sacar ideas para mis cuadros. Tengo que decir que repetí la experiencia con otros pueblos y en otros momentos. Mi vida como pintor me hace ser errante pero tengo en mis recuerdos un lugar especial para aquel pueblo pesquero que pinte a carboncillo.
La pluma negra.
El abrevadero estaba más allá de las eras. Julio Barandas lo estaba llenando de agua ayudándose de una manguera que venia desde el molino. Solo tiene un caballo que le regalo su padre hace tres años y es con el que va a ver a Carmen cada vez que tiene un rato libre.
Carmen tiene el pelo negro como la noche oscura, ondulado como la mar cuando mece las barcas y le cae sobre los hombros igual que cae la colina sobre el pueblo, con extrema suavidad. Tiene los ojos como almendras de leche clara y son de color de gato. Sus labios son carnosas nubes blancas de primavera. Julio Barandas se siente el hombre más afortunado de la comarca. Se sabe cautivador de la mujer más hermosa que ha dado su tierra. Le dije que si quería posar para mi, que quería hacerle un retrato. Ella primero habló con su padre. Este no estaba muy conforme pero al final dio su consentimiento por que era solo un retrato. Ella en una pose natural vibraba de expresión. Era como si se moviese. Me costaba concentrarme. Julio Barandas nos acompañaba en las sesiones de dibujo y daba el aprobado a cada pincelada mía.
Cuando terminé con Carmen necesitaba pintar algo de naturaleza muerta y me decidí por el molino. Ya han pasado dos semanas desde que terminé de pintar a Carmen.
El molino esta construido fuera de la antigua muralla, al oeste de las dos torres. Es una construcción antigua pero que aun sigue valiendo tanto como cuando se construyo. Mientras lo pinto veo a Carmen y a Julio Barandas pasar montados a caballo. Van hacia el puerto. Salen en su barca de vela y se quieren pasar por La Garganta del Viento, una peña que esta unida a tierra y hace una especie de arco que permite a las embarcaciones atravesar por debajo y que refleja el azul del mar en sus paredes en los días soleados. Hoy no vera el azul de las paredes, porque en invierno el sol se esconde detrás de las nubes, pero si escucharan el canto del viento al doblar la peña y escucharan también a la mar escurrirse entre las rocas. Invento la imagen en mi cabeza y hago algunos bocetos rápidamente sobre papel. Dibujo la barca de Julio Barandas pasando por debajo de La Garganta del Viento.
Dejaron que la barca encallara en una playa salvaje y se tumbaron en la arena sobre unos mantas resguardados por la vegetación. Allí se desnudaron e hicieron el amor. Sus cuerpos se confundían en uno, brillantes de juventud y fuerza. Sus siluetas se dibujaban sobre un fondo de gemidos y suspiros al compás de ritmos pasionales. Esta escena de amor también la imagino. Me da pie a sacar apunte de la pareja entregada a los instintos mas calientes. Vuelvo a casa con mis apuntes. Frente a la casa en la que me hospedo hay un parque. No he sacado ningún apunte e él todavía y lo primero que voy a hacer es dibujar el banco sobre el que cada tarde me fumo un cigarro después de comer intentando calentarme al poco sol que se atreve a salir. Me he dado cuenta que estos bancos ya no los hay en las ciudades, que allí son todos de metal y este es de madera y sobre el están grabados a navaja los nombres de los que en él se sentaron un día, los corazones de los que allí se besaron y allí grabaron sus nombres, fechas de hace diez años y cientos de historias que tendrá que contar un banco como este.
A la cuarta semana de estar en el pueblo pesquero convencí a la madre de Rocío que dejara que la niña posase para mí. Para ello tuve que enseñarle todos los dibujos que llevaba hechos ya. El que más le gusto fue el retrato de Carmen. Lo que no podía imaginar yo que el dibujo que mejor me quedaría sería el de La Niña con La Flor Azul. El retrato de Rocío me salio de un hiperrealismo inusual. Capté el alma de la criatura. El aire del dibujo era casi respirable y la luz parecía viva. Por eso decidí darle color a la flor que llevaba entre sus manos y me decidí por el azul marino por ser hija de pescadores. Ese dibujo, con el tiempo se quedo para mi, jamás lo vendí ni lo regale, fue mi obra maestra.
El que si regalé fue el de Pablito. Pegada la cara a la puerta de una cabaña de cañizales reía con los mofletes hinchados. Lo vi así una mañana que bebía aguardiente con el padre a la espera de la llegada de los pescadores y grave la imagen en mi retina para después hacerle un dibujo. Como hice amistad con el padre y como el chiquillo era muy simpático, les regalé el dibujo.
Mis días en el pueblo pesquero fueron fructíferos. Me traje buenos apuntes y un montón de imágenes en la cabeza de las que sacar ideas para mis cuadros. Tengo que decir que repetí la experiencia con otros pueblos y en otros momentos. Mi vida como pintor me hace ser errante pero tengo en mis recuerdos un lugar especial para aquel pueblo pesquero que pinte a carboncillo.
La pluma negra.
Muy bonito relato,escribir como hacer deporte es una muy buena terapia contra la enfermedad ya que te hace tener ocupada la cabeza en otras cosas y no hacer nada es perjudicial porque no paramos de pensar en cosa negativas, sigue escribiendo compañero que lo haces francamente bien.Juanma Cuesta.
ResponderEliminarLa verdad que hemos echado un buen rato, agradable, leyendo este relato. Felicidades.
ResponderEliminarEste relato y estos cuadros me han alegrado el día. La lectura y la contemplación del Arte nos hace mejores personas. Gracias.
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