“La soledad era esto” es el título de un libro de un autor cuyo nombre no recuerdo. Yo sé lo que es la soledad, esa escuela de dolor diario en la que se te rompen todos los huesos y el alma se te desgarra profundamente hasta límites insospechados.
Sé lo que es la soledad porque la he vivido en mis carnes durante muchísimo tiempo, años en los que me exprimía los sesos de forma brutal, en los que la monotonía me devoraba de manera inmisericorde, sin ninguna clase de piedad.
Sé que la soledad era esto, un estigma profundo que te convierte en un ermitaño al que todos señalan con el dedo. Parecemos buhoneros, gente que parece no querer estar con nadie, cuando es todo lo contrario: yo me he cansado de esperar a alguien, pero me faltaba buscar, poner de mi parte, dar el paso. No se puede estar esperando sin más como si las cosas se hicieran por sí solas.
Durante mis años de soledad he sufrido mucho. Pensaba que era un bicho raro que simplemente se limitaba a escribir un libro cada año. Y lo que hacía era llenarme de miedos, sentirme cada vez más impotente para hacer las cosas más elementales de la vida. Me hartaba de ver la televisión, hacía un programa diario de las cosas a ver en la tele y así derretía mi vida, mi soledad, mis ausencias y carencias, viviendo de una forma pasiva.
Hasta que me fijé en una compañera de la URSM. Era amable, cariñosa, muy tierna y dulce. Siempre me preguntaba cómo estaba y yo le respondía regular, siempre regular. Me faltaba ella y no daba el paso a pesar del riesgo de poder perderla. El miedo al rechazo también me limitaba bastante y era incapaz de avanzar, de hacer esa pregunta tan simple y tan sencilla: “¿Quieres salir conmigo?”
Mi último libro publicado, “Dicha y resurrección”, llevaba una dedicatoria que era toda una declaración de intenciones: “Dedicado a la mujer que algún día estará conmigo”. Era algo premonitorio, era una apuesta por el amor, era el primer paso para la conquista de María José, la mujer en la que había puesto mis ojos y mi corazón.
El libro tiene 67 poemas de amor encendido, al más puro estilo juanramoniano, mi poeta favorito. Y cada poema es una súplica de amor y una declaración del mismo. Tal vez era muy ingenuo pensando que con una dedicatoria y un puñado de poemas podía conquistar a una mujer. Pero para mi sorpresa funcionó. Ya estamos saliendo juntos y he vencido el estigma solitario, el aura de poeta ogro encerrado en su ciénaga privada en la que no puede entrar ni el aire.
El próximo libro no versará sobre el amor. Ahora quiero vivirlo, no escribirlo simplemente. El amor no lo quiero becqueriano, basado básicamente en el sufrimiento y la mortificación. No quiero escribir esos versos tan tristes de las rimas: “Solitario, triste y mudo hállase aquel cementerio. Sus habitantes no hablan. Qué felices son los muertos”.
Desconozco la felicidad de los muertos porque aún no he fallecido. Soy creyente, así que alguna forma de vida habrá después de ésta, que sé que es un preámbulo, una antesala de algo mucho mejor. No quiero escribir más versos tristes, aunque seguro que lo haré porque el alma tiene muchos estados de ánimo y `pasaré por la tristeza en numerosas ocasiones porque también forma parte de mi identidad.
La Literatura es un ejercicio de vida y vitalidad. Ayuda a sobrevivir, especialmente en los malos momentos. El folio en blanco es una invitación a la existencia, una provocación para saber si soy capaz de llenarlo de palabras con un mínimo de coherencia y con la suficiente belleza como para atraer a los demás. Eso hago cuando escribo: vivir. Y amo las palabras. Gracias a la Literatura he descubierto el amor a la palabras, los vocablos maravillosos que te hacen conseguir amigos desconocidos: los lectores.
Pero aparte del amor a las palabras necesitaba el amor a una mujer y de una mujer, una experiencia de vida maravillosa ya experimentada en otras épocas pasadas que terminó en fracaso. Pero estaba tocado, mas no hundido y con ganas de seguir adelante luchando por las cosas que realmente merecen la pena.Y el amor es una de ellas.
Espero que esto sea como la historia de amor de “El amor en los tiempos del cólera”, una historia a través de los años y de toda clase de adversidades. Porque todo no es hermoso. Existen lados oscuros en el amor y hay que saber sobrellevarlos para demostrar el verdadero amor. Y hay que aportar voluntad, coraje, paciencia, tolerancia y un montón de cualidades más porque no es todo el tópico del color de rosa. Hay muchos colores en el amor. Incluso el negro. Pero yo quiero todos los colores. Y quiero morir antes que ella porque no quiero vivir otra pérdida que me deje hecho un Bécquer cualquiera alimentando mi carcoma interior con versos de fustigamiento masoquista.
La soledad era esto y el amor es esto. Ya conozco las dos cosas y me gusta más la segunda asociada a la pasión y el deseo, la comprensión y la necesidad mutua de hacer feliz a la otra persona. Ambos padecemos problemas de nervios, pero eso nos unirá más, no nos alejará. Más fácil es que se rompa una relación en la que sólo uno de los dos padece problemas de nervios porque uno de los dos se convierte en el tótem que es herido por la incomprensión del otro. Al fin y al cabo los problemas de nervios no son más que una parte de la vida, pero no la totalidad de la misma.
Con mi libro “Dicha y resurrección” empezaba una actitud más positiva ante la vida y una visión más optimista de la vida en pareja. Espero poder cumplir lo que dicen mis versos para no acabar como un mentiroso de mí mismo y alguien incoherente que no sabe mantener la armonía con sus propios planteamientos vitales y sus axiomas de existencia cotidiana. Si la soledad era esto el amor es lo otro. Ambas realidades pueden convivir en perfecta simbiosis porque, por poner sólo un ejemplo, yo necesito la soledad para crear más libros que aporten lo que buenamente pueda a aquellos que libremente quieran leerme. Así sea.
José Cuadrado Morales
Enhorabuena José por haber encontrado el amor. Qué mejor antídota contra todos nuestros fantasmas.
ResponderEliminarEsther.